miércoles, 12 de julio de 2023

La aparición mariana

Seleccionado y premiado en el Concurso de Microficción Literaula 2023, convocado por el Programa Literaula, UGT, UGT Madrid, la Fundación Progreso y Cultura y la Escuela Julián Besteiro.

Lourdes estaba súper nerviosa, nunca lo había estado tanto. Se jugaba mucho, muchísimo, todo su futuro.
Había estudiado lo justo, pues había estado ocupada en otros asuntos más mundanos y lúdicos, y se había presentado a las oposiciones casi a ciegas por exigencias de sus familiares, aunque éstos no lo sabían, por supuesto.
Cuando le dieron la hoja del examen, a Lourdes se le cayó el mundo encima. Muy pocas preguntas le sonaban, y un suspenso categórico planeaba en el aire; no un insuficiente por los pelos, que podría haberle salvado un tanto la papeleta, sino un cate mayúsculo, en toda regla.
Desesperada, dudó entre abandonar de modo vergonzoso el aula o hundir la cabeza y llorar con desconsuelo. Optó al final simplemente por rezar, implorar a la virgen una ayuda del todo inmerecida.
A punto de rendirse, de manera milagrosa, nunca mejor dicho, la mismísima madre de Dios se le apareció en lo alto de su mesa y en forma de resplandeciente figurilla de cera. Lourdes no podía creerlo, pero allí estaba, tal y como lo había rogado.
Inmediatamente, la Virgen fue susurrándole las respuestas tipo test a su devota necesitada, en pago a que ésta siempre la había reverenciado con un fanatismo irracional.
Muy ilusionada y apresurada, la pía marcaba las contestaciones, en teoría correctas. Terminó antes que nadie el examen y lo entregó, orgullosa.
Ni qué decir tiene que prácticamente no acertó ni una, siendo su prueba una de las peores de la historia opositora.
Debido a ello, Lourdes se planteó seriamente el estudiar de forma aplicada a partir de aquel momento y, desde luego, dejar de creer en vírgenes, santos y dioses imaginarios.



(Versión reducida finalmente galardonada)

Lourdes estaba súper nerviosa, nunca lo había estado tanto, porque se jugaba mucho.
Había estudiado lo justo, pues había estado ocupada en otros asuntos más lúdicos, y se había presentado a las oposiciones por exigencias de sus familiares, ignorantes de aquello.
Cuando le dieron el examen, Lourdes se espantó. Ninguna pregunta le sonaba, y un suspenso categórico se vislumbraba.
Desesperada, dudó entre abandonar vergonzosamente el aula o llorar con desconsuelo. Optó al final por rezar, implorar a la virgen una ayuda inmerecida.
A punto de rendirse, de manera milagrosa, nunca mejor dicho, la mismísima madre de Dios se le apareció encima de su mesa resplandecientemente. Lourdes quedó patidifusa, pero allí estaba, como lo había rogado.
Inmediatamente, la Virgen fue susurrándole las respuestas a su devota necesitada, ya que ésta siempre la había reverenciado con un fanatismo irracional.
Ilusionada y apresurada, la pía marcaba las contestaciones. Terminó la primera el examen y lo entregó, orgullosa.
Sobra decir que no acertó ni una, siendo su prueba una de las peores de la historia.
Por ello, Lourdes se planteó el estudiar de forma aplicada a partir de ahora y, asimismo, dejar de creer en vírgenes, santos y dioses imaginarios.

lunes, 11 de julio de 2022

LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD

Para el concurso de relatos de #HistoriasdeAnimales de ZENDALIBROS.COM

Lo primero que siente es el agua en que se zambulle tras una caída vertiginosa. La esclusa por donde ha salido, y situada casi en el techo de la celda en la que el hombre se halla ahora, se cierra herméticamente.
El hombre se incorpora, pues el agua sólo le llega hasta la entrepierna, y mira a su alrededor, confundido. En el centro de la sala, un árbol, un  manglar, que acopla sus raíces en la arena bajo el líquido elemento que anega todo el espacio circundante. Tras el tronco, de improviso surge una temible aleta, un tiburón de proporciones considerables, lo que hace sobresaltar al hombre y comenzar a alejarse de la criatura marina.
De repente, otra sorpresa. Del conducto donde él mismo apareció, brota ahora una enorme figura rayada. Cuando emerge ésta del agua, cuyo nivel le acaricia la panza, el hombre contempla a un inquietante tigre, el cual, enseguida, percibe la presencia humana y le ruge amenazadoramente.
El hombre recula. Ahora debe tener cuidado con dos compañeros reclusos. Entonces, el recién llegado, después de un rápido vistazo a su nuevo emplazamiento, decide que es hora de desatar sus más salvajes y naturales instintos, y arremete contra el hombre. Éste, implorando una ayuda que es desoída, se parapeta tras el grueso tronco, sabiendo que no podrá rehuir al ágil carnívoro durante mucho tiempo. Sólo el agua ralentiza algo al tigre, por lo que su potencial presa opta por una salvación temporal, encaramarse velozmente a las ramas del manglar. El felino le sigue, lo que es respondido por el humano pataleando con frenesí, tratando de acertar el sensible hocico de la bestia. La tremenda garra del depredador consigue enganchar su raída camisa, tirando de él. La tela se rasga y el humano, desesperado, acierta a introducir sus dedos en las órbitas oculares de su atacante. El tigre, rugiendo de dolor, cae al agua. Quizá por casualidad, nadaba por allí el tiburón, el cual aprovecha que el felino se encuentra desconcertado y lacerado para morderle. Otra vez el tigre ruge amargamente. Se revuelve de modo rabioso para vender cara su vida, pero ya está herido de gravedad. El escualo ataca, tenaz, arrancando carne, sangre y vísceras de la presa, que termina quedando a su merced.
Pasan incontables horas y el hombre, quien continúa en el ramaje, comienza a sentir un hambre mayúscula, luego de haber agotado los frutos con que contaba su querido árbol.
Decide pues bajar a las peligrosas aguas e intentar arrebatar algún resto de tigre al incesante tiburón. Cuando éste patrulla por un extremo, el hombre salta al estanque, corre hacia los despojos, agarra una porción y regresa a la relativa seguridad de las raíces. No obstante, el pez, alertado por el sospechoso movimiento del agua, había acudido a la zona, y atenaza la carne sustraída, ejerciendo sus derechos sobre ella. Ambos seres forcejean, uno por su desnutrición agónica, el otro debido a su instinto depredador. Acaba ganando el más fuerte, por descontado, y el humano ha de contentarse con refugiarse en el inabarcable enramado.
Compungido y famélico, el hombre llora desconsolado durante un indeterminado tiempo, quizás días, hasta que trama otra solución. Arrancando con esfuerzo una rama conveniente, le queda lo suficientemente puntiaguda y recia para servirle como lanza y poder matar a su rival. Sólo resta aguardar a que éste se aproximase por debajo, tirarse encima y ensartarlo. El plan termina saliendo bien, y el tiburón agoniza después de haberse revuelto y haber aleteado en incansables ocasiones.
Lo había logrado, piensa el hombre mientras brinca, dichoso, y se dispone a regalarse con el pescado. Aunque acaso no sea necesario, ya que se cree victorioso de la enigmática prueba a la que ha estado sometido, él y sus demás compañeros de celda, y seguramente le permitirán salir. No sucede nada tras varios minutos, así que maldice a todo aquel que lo estuviese escuchando mientras mastica pesarosamente un pedazo de escualo.
Así, todo continúa igual en la misteriosa celda, el humano solo con su amigo el árbol. Transcurren así los días, los meses... ¿los años? El hombre ya no sabe ni puede precisarlo. Desilusionado y hambriento hasta la extenuación, acaba construyéndose una cuerda con la corteza enrollada de su generoso manglar, colgándose finalmente de él.
-El árbol ha vencido, su paciencia vegetativa ha dado su fruto -dictamina uno de los tres miembros del jurado intergaláctico, que en ese preciso instante se adentran en la celda anegada, empapando más sus celestes túnicas a cada uno de sus gráciles pasos-. Mientras los seres animados se matan entre sí, incluidos los seres pensantes como éste aquí suspendido y suicidado, las plantas meramente subsisten sin molestar a nadie, ocupadas sólo en sí mismas.
-¿Debemos entonces salvar a la Tierra del aciago destino que le aguarda? -se cuestiona otro de los jueces-. ¿Del ingente meteorito cuya caída inminente en el planeta provocará un cataclismo que conllevará la extinción de casi todas las especies? No olvidemos que su letal llegada fue ocasionada por fuerzas ajenas a las terrícolas, por lo que son inocentes del castigo que les sobreviene.
-El meteorito puede y debe caer libremente -opina el tercer miembro del jurado-, el gigantesco impacto que provoque lo exterminará todo, excepto a determinadas semillas de ciertos vegetales, los cuales se reproducirán y repoblarán el planeta. La prueba final así lo ha dilucidado.
-Pese a todo -vuelve a señalar el segundo juez-, es probable que la evolución de nuevo dé origen algún día a animales.
-No importa -concluye el primero de ellos-, eso será cosa de la madre naturaleza, del sumo azar, por lo que ahí no intervendremos.
El jurado se marcha por la misma abertura por la cual había entrado, dejando al manglar absorto en sus meditaciones y rodeado de despojos orgánicos intrascendentes.

sábado, 9 de julio de 2022

EL ÚLTIMO DE SU ESPECIE

Para el concurso de relatos de #HistoriasdeAnimales de ZENDALIBROS.COM


Lo noto. No lo veo, pero lo percibo.

Está ahí, acechándome, desde hace un par de interminables horas. Ocultándose entre los árboles, camuflándose con los arbustos, dejándose simplemente entrever de manera ocasional para intimidarme aún más. Atosigándome, fatigándome, pues es lo que mejor sabe hacer, él y los suyos, un magnífico ejemplar de lobo ibérico.

Vine a estas montañas y a estos bosques al norte del río Duero a encontrarlos, a los últimos que quedaban, los últimos de su especie, mermados por el progreso de la civilización, por la destrucción sistemática de su hábitat, por la caza indiscriminada de sus presas habituales, por las enfermedades debidas a la endogamia forzada...

Soy naturista, he dedicado mi trabajo y mi vida a ellos, lo son todo para mí, el sentido de mi existencia. Qué paradójico resulta que ahora esté siendo acosado por uno de ellos, quizá el único; yo, que siempre he deseado su bienestar y supervivencia, qué curioso es que pretenda el destino en forma de lobo convertirme en su presa, que quiera atacarme, matarme o, tal vez, devorarme vivo entre el más terrible martirio concebible.

En esta tremenda tesitura me hallo ahora cuando, de improviso, veo al temible depredador, justo enfrente de mí, mirándome a los ojos directamente. La persecución ha acabado, parece haber decidido el cánido, es hora de morir en sus fauces o defenderme luchando, por lo que, de modo maquinal, saco mi cuchillo de monte de su funda y me preparo, apretando el gastado mango de cuero, a defender cara mi vida, a pesar de que me pese, sinceramente.

No obstante, mi mano tiembla y mi ánimo fluctúa. Una irremisible duda me asalta: ¿seré capaz de dar muerte a un ser tan adorado por mí? ¿A aquél que podría ser de los últimos de su preciada especie? Aunque si, por desgracia y en efecto, fuese el único que quedara en el mundo, ya no importaría mucho mi decisión, puesto que no existiría otro congénere con el que pudiese procrear, perdiéndose irremediablemente su código genético.

Y otro inquietante pensamiento se me viene a mi torturada mente durante estos eternos y cruciales instantes. El del padecimiento atroz que seguramente sufriría en las afiladas garras del carnívoro, en el preciso momento en que me desgarrase la garganta con sus enormes colmillos y me ahogara en mi propia sangre mientras apreciaba horriblemente cómo me iba devorando las entrañas hasta que la bendita obscuridad me reclamase, otorgándome el codiciado olvido de la nada.

Otra terrible alternativa sería la de que yo no diera la talla, que durante la feroz contienda el arma blanca resbalase de mis dedos heridos y ensangrentados, y quedara a merced de mi ahora enemigo. Acaso ésa podría constituir la solución, que fuese el mismo destino quien escogiera mi suerte, el buen hado de la victoria y la supervivencia, o el funesto infortunio de sucumbir ante mi bestia preferida.

Ya se abalanza contra mí, ya inicia su potente carrera, mostrando sus dientes babeantes y observándome con sus ojos rojos de furia... El final se aproxima y no sé bien cómo actuaré. Ven a mí, parca, ven rauda.

sábado, 12 de junio de 2021

LA GLORIA HEROICA

Para el Concurso de Relatos #SueñosdeGloria de ZENDALIBROS.COM


Antiguamente, los héroes campaban por la Tierra, sobre todo en la Grecia Clásica (si hacemos caso a la mitología imperante en aquella época, cosa que yo nunca he hecho, ni siquiera en mi más tierna y cándida infancia).

Después les siguieron los sucesivos soldados heroicos que nacían de los distintos periodos históricos y de sus respectivas guerras y batallas acaecidas irremediable y cruelmente en aquellos momentos penosos (aunque muchos los tilden de epopéyicos y dignísimos cuando menos; si bien no sé qué tiene de honorable masacrar a nuestros semejantes, a pesar de realizarse por una "buena" causa).

Y ya hoy en día, los héroes y heroínas se han transformado en simples, excelentes, ejemplares y muy meritorias personas que lo dan todo por el prójimo ajeno sin esperar nada a cambio, al menos ocasionalmente.

Yo siempre he ansiado ser un héroe, pero no análogo a los protagonistas de la literatura y el cine clásico. Soy, lo que se da en llamar, un friki, un fanático de los cómics de superhéroes, con lo que mis miras se han decantado por la fantasía más pueril. Continuamente me he imaginado a mí mismo convirtiéndome en el personaje de turno, el que me atrajese más en aquel momento, sin embargo mi obstinado pragmatismo me ha hecho sempiternamente volver a la realidad, fastidiado y pesaroso.

Sólo una cosa me hacía recobrar el ánimo, el planear mi efectiva incursión en el universo superheróico prescindiendo del adjetivo "súper", y creando un héroe a mi medida, la única posible, un guerrero actual, entrenado en el combate cuerpo a cuerpo y en el manejo de todo tipo de armas y explosivos, como un sucedáneo del célebre hombre murciélago que todos conocemos, aunque sin tanta parafernalia tecnológica, por descontado.

Así que me puse a ello, ilusionado y temeroso. Diseñé el uniforme ceñido característico, ideé un nombre pegadizo (que todavía prefiero mantener en el anonimato hasta estar completamente seguro de él y de llevar a cabo en efecto mi descabellado proyecto), y comencé a ver cómo demonios iba a lograr entrenar de una forma idónea mi enclenque cuerpo, y asimismo obtener el sinnúmero de armas y de munición que necesitaba para mi loca y suicida empresa, por no decir ridícula.

Y en esto me he quedado, en la rendición casi absoluta, petrificado por el fantasma del miedo al bochorno. Así, permanezco en la intimidad de mi habitación cerrada a cal y canto y delante del comprensivo espejo, sin ningún valor para realizar mis disparatados sueños.

Pero algún día lo haré, me atreveré a salir a la noche en busca de delincuentes incautos que merezcan mi acción más demoledora. Lo demás, el reconocimiento, la fama, la gloria y sus magníficas recompensas vendrán solas. ¿O no?

QUINCE MINUTOS DE GLORIA

Para el Concurso de Relatos #SueñosdeGloria de ZENDALIBROS.COM


Creo que fue Andy Warhol quien lo dijo, y no sé si lo dijo exactamente así, aunque por lo menos yo lo escuché de tal modo: "en el futuro todo el mundo tendrá quince minutos de gloria".

Yo, particularmente y sin lugar a duda, tendré más de quince, muchos más… cientos de minutos, de horas, en todos los medios y redes mundiales… Porque me lo merezco, o habré de merecerlo. Ya lo tengo todo planeado, no me echaré atrás, eso es de cobardes. Quiero, anhelo esa fama, aparte de consumar mi codiciada venganza, por supuesto. Ella debe pagar, por lo que me hizo y por todo lo demás. ¿Y de qué manera?, me preguntaba yo infinidad de veces. Entonces lo vi en la televisión, me vino la luz, la inspiración… Ella me las pagaría todas juntas con el sufrimiento más extremo e inimaginable… el de la pérdida de sus críos de la forma más atroz.

Sí, ya sé que también son mis hijos, pero ellos prefieren vivir con ella, con esa traidora. Sí, ya sé que sólo son unos niños, que no alcanzan a comprender la magnitud de su perfidia (al fin y al cabo es su madre, no podemos negarlo), que no tienen la culpa, inocentes que son, que ellos aún me quieren pese a todo, pese a las acaloradas discusiones a gritos que presenciaron, los violentos forcejeos, los tremendos golpes finalmente…

Sin embargo no hay otra opción, al menos ninguna mejor que se me ocurra. Ellos morirán por ella, se sacrificarán en el altar de mi locura (sí, he de estar muy loco para perpetrar algo así, no obstante ella es la que me ha ocasionado tamaña demencia), con la finalidad de que ella padezca del modo más indecible y horroroso, y yo me vea al fin plenamente resarcido y, por añadidura, obtenga mi merecida gloria… aunque solamente sean quince cochinos minutos.

sábado, 19 de diciembre de 2020

PAPÁ NO ES

Para el Concurso de cuentos navideños #unaNavidaddiferente de ZENDALIBROS.COM


Un año más aquí estamos. Él y yo. Enfrentados. Bueno, aún no. De nuevo me hallo enfrente de la chimenea de casa, aguardando su venida. Sé que llegará por ese lugar, pues así me lo habían relatado siempre los mayores. Contaban que era un hecho grandioso, pero secreto, que nadie había presenciado, aunque todo el mundo daba por sentado sin cuestionarlo siquiera.

Y otra vez me desvelo y velo en esta noche tan señalada, atento al inquietante agujero negro que representa el hueco donde reposan las ascuas apagadas y frías del día anterior, y que continúa hacia arriba, hacia la lobreguez de las alturas que comunican con el tejado.

Por este lugar debería de aparecer, descolgándose, lo más seguro, por una cuerda atada al saliente de ladrillo, asomando sus negras botas primero, sus rojizos pantalones y su rechoncha figura después, su barba nívea más tarde, y su gorro también encarnado y rematado con una graciosa borla blanca para finalizar.

Entonces me descubriría mirándole tras pillarle in fraganti, y me sonreiría, dándome mis regalos antes de volver a marcharse hacia su próximo e infinito destino.

Sin embargo algo me hacía desconfiar. No que no apareciera, porque de eso estaba casi convencido por completo, sino que no me dedicase una amplia sonrisa de alegría y de sana sorpresa, que le disgustara enormemente mi inoportuna presencia, que fuese yo el primer y único testigo de su existencia, que hubiera violado su más grande secreto. Y que, en consecuencia y por contra, me mirase de forma furibunda, y en vez de obsequiarme con presentes descargara toda su inmensa furia y poder milenario en mí.

Los nervios me comían, la tensión me dominaba, y una vez más sentía la irresistible tentación, como todos los demás años anteriores, de rendirme, de retirarme cobardemente a mis aposentos y desistir de mi curiosidad infantil. Quizá, en el fondo, no quería desilusionarme si se cumplía la terrible revelación que me había contado mi primo Mauri, a saber, que en realidad Papá Noel eran los padres, tus propios padres, quienes te engañaban de manera pueril con esa historia para niños, y que eran ellos los que dejaban los regalos al lado del árbol de Navidad, y que por descontado no descendían por la chimenea. Me reí sólo por un segundo, imaginándome a mi padre en tal ardua tarea, y fue cuando me decidí a resolver la ecuación de una vez por todas. De este modo me afiancé en mi puesto y me propuse no moverme pasase lo que pasase hasta descubrir la verdad.

Por fin se acercaba, podía oírle llegar claramente bajar con dificultad por el estrecho pasaje. En primer lugar apareció su enorme saco, luego sus botas, que no eran negras, sino más bien marrones, por lo que se vislumbraba entre el hollín que lo cubría. Seguidamente se vieron sus pantalones, vaqueros sin ir más lejos; después su camiseta, ésta sí colorada, si bien no ribeteada de blanco. Y finalmente su rostro ennegrecido no era el de Santa Claus, al menos no la típica representación de barba canosa y mejillas encendidas, como tampoco era la cara de mi padre, mucho menos ataviado para la ocasión, se trataba simplemente de un sujeto desconocido, aunque eso sí, con un gesto rabioso que demostraba su ira por mi presencia inesperada y delatora del robo que pretendía cometer en mi hogar. Así que agarró su saco, abriéndolo y yendo hacia mí con intenciones aviesas y criminales. Mientras yo, paralizado, me limitaba a contemplarlo estupefacto, para nada contento por haber desentrañado el mayor misterio de todos para mi mente infantil, ni por haber pasado, en un instante, de la inocencia propia de un niño a la conciencia más realista, deprimente y fatal.

viernes, 24 de julio de 2020

EL TEMPLO DEL FIN DEL MUNDO

Para el Concurso de historias de viajes de ZENDALIBROS.COM


Hice el petate en verano para aprovechar el "buen tiempo" que se daba en esa época en el hemisferio norte, y que me esperaría impertérrito en aquellas latitudes y altitudes. La cordillera del Himalaya, el techo del mundo, con nieves perpetuas y vientos huracanados, allí me encaminaba. ¿La razón? Harto ya de todo en la vida, colmado de placeres y de todo tipo de experiencias gracias a mi considerable fortuna, buscaba el fin último, el desafío postremo, no sólo ya poner a prueba mi resistencia física en aquella expedición en solitario y tan peligrosa, sino además llegar al sitio más recóndito, al lugar más secreto, únicamente conocido por unos pocos, uno de los cuales me vendió a precio de oro el mapa que llevo en mis alforjas y que marca el punto exacto donde hallar el Templo del Fin del Mundo, donde debería de encontrar la respuesta a mis trascendentales preguntas, justo lo que me motivaba a arribar a aquellos perdidos lares.
Tras aprovisionarme de víveres en el pueblo más cercano y quitarme de encima a numerosos porteadores y guías locales que pretendían que les contratara, me puse en camino hacia las inmensas y eternas alturas. Progresivamente, pues me hallaba en plena forma física, fui ascendiendo de manera segura y constante hacia mi destino. Pronto, la mala meteorología esperada se hizo presente, ralentizando mi marcha, no así mi ánimo, que seguía intacto. La ventisca y la cegadora nieve hicieron que me extraviase varias veces, no obstante pude desandar lo errado y retomar la dirección correcta. Los últimos metros, por su elevada inclinación, fueron los peores, aunque ya lograba divisar las anheladas luces del monasterio. Había llegado a mi oculta meta, pese a las muchas jornadas transcurridas y a las dificultades inherentes. Quizá dentro fuese aún más arduo, enseguida lo comprobaría.
El portón no estaba cerrado, por lo que conseguí traspasarlo sin demasiados problemas, a pesar de la cantidad de nieve acumulada y las grandes dimensiones de su par de hojas. En el cálido interior, sólo se vislumbraba al fondo una figura humana sentada en una especie de trono, como aguardándome o aguardando al próximo visitante. Me adelanté para poder verle la cara, y que también él me la viese a mí.
-¿Qué buscas, extranjero, en el Templo del Fin del Mundo? -me dijo.
-La inmortalidad -respondí sin más.
-Aquí no la encontrarás, porque yo no soy capaz de ofrecértela. Y aunque así fuese, cualquiera podría arrebatártela con un arma, un veneno o sus propias manos -habló ahora tajantemente el monje.
-Entonces concédeme la sabiduría eterna, el saber supremo, la respuesta a todas las cuestiones -quemé mi último cartucho.
-Eso tal vez sí pueda dártelo, si bien las probabilidades son ínfimas y el riesgo enorme. ¿Quieres seguir adelante pese a ello? -me propuso de modo misterioso.
-Por supuesto. Para eso he venido, para nada más. No tengo nada que perder.
-Oh, sí. Puedes perderlo todo.
En ese momento, el monje presionó un mecanismo insertado en su asiento de piedra, provocando que el suelo asimismo pétreo en el que me situaba se abriera por su centro a una velocidad tal que la huida era prácticamente imposible, ni siquiera para un cuerpo entrenado como el mío. Así pues me sumí en una sima sin fondo, la cual acaso acabase en el mismísimo infierno al que me había condenado el maldito monje y yo mismo por mi ambición desmedida. Allí acaso, tal y como vaticinó el monje, encontrase las respuestas que anhelaba tras mi inevitable muerte, viajando mi alma a su destino final, o bien preguntándoselo al mismísimo Satanás.