LA ERMITA DEL EREMITA
Obras premiadas y publicadas del autor con el sobrenombre de "El Eremita"
miércoles, 12 de julio de 2023
La aparición mariana
lunes, 11 de julio de 2022
LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
sábado, 9 de julio de 2022
EL ÚLTIMO DE SU ESPECIE
Para el concurso de relatos de #HistoriasdeAnimales de ZENDALIBROS.COM
Lo noto. No lo veo, pero lo percibo.
Está ahí, acechándome, desde hace un par de interminables horas. Ocultándose entre los árboles, camuflándose con los arbustos, dejándose simplemente entrever de manera ocasional para intimidarme aún más. Atosigándome, fatigándome, pues es lo que mejor sabe hacer, él y los suyos, un magnífico ejemplar de lobo ibérico.
Vine a estas montañas y a estos bosques al norte del río Duero a encontrarlos, a los últimos que quedaban, los últimos de su especie, mermados por el progreso de la civilización, por la destrucción sistemática de su hábitat, por la caza indiscriminada de sus presas habituales, por las enfermedades debidas a la endogamia forzada...
Soy naturista, he dedicado mi trabajo y mi vida a ellos, lo son todo para mí, el sentido de mi existencia. Qué paradójico resulta que ahora esté siendo acosado por uno de ellos, quizá el único; yo, que siempre he deseado su bienestar y supervivencia, qué curioso es que pretenda el destino en forma de lobo convertirme en su presa, que quiera atacarme, matarme o, tal vez, devorarme vivo entre el más terrible martirio concebible.
En esta tremenda tesitura me hallo ahora cuando, de improviso, veo al temible depredador, justo enfrente de mí, mirándome a los ojos directamente. La persecución ha acabado, parece haber decidido el cánido, es hora de morir en sus fauces o defenderme luchando, por lo que, de modo maquinal, saco mi cuchillo de monte de su funda y me preparo, apretando el gastado mango de cuero, a defender cara mi vida, a pesar de que me pese, sinceramente.
No obstante, mi mano tiembla y mi ánimo fluctúa. Una irremisible duda me asalta: ¿seré capaz de dar muerte a un ser tan adorado por mí? ¿A aquél que podría ser de los últimos de su preciada especie? Aunque si, por desgracia y en efecto, fuese el único que quedara en el mundo, ya no importaría mucho mi decisión, puesto que no existiría otro congénere con el que pudiese procrear, perdiéndose irremediablemente su código genético.
Y otro inquietante pensamiento se me viene a mi torturada mente durante estos eternos y cruciales instantes. El del padecimiento atroz que seguramente sufriría en las afiladas garras del carnívoro, en el preciso momento en que me desgarrase la garganta con sus enormes colmillos y me ahogara en mi propia sangre mientras apreciaba horriblemente cómo me iba devorando las entrañas hasta que la bendita obscuridad me reclamase, otorgándome el codiciado olvido de la nada.
Otra terrible alternativa sería la de que yo no diera la talla, que durante la feroz contienda el arma blanca resbalase de mis dedos heridos y ensangrentados, y quedara a merced de mi ahora enemigo. Acaso ésa podría constituir la solución, que fuese el mismo destino quien escogiera mi suerte, el buen hado de la victoria y la supervivencia, o el funesto infortunio de sucumbir ante mi bestia preferida.
Ya se abalanza contra mí, ya inicia su potente carrera, mostrando sus dientes babeantes y observándome con sus ojos rojos de furia... El final se aproxima y no sé bien cómo actuaré. Ven a mí, parca, ven rauda.
sábado, 12 de junio de 2021
LA GLORIA HEROICA
Para el Concurso de Relatos #SueñosdeGloria de ZENDALIBROS.COM
Antiguamente, los héroes campaban por la Tierra, sobre todo en la Grecia Clásica (si hacemos caso a la mitología imperante en aquella época, cosa que yo nunca he hecho, ni siquiera en mi más tierna y cándida infancia).
Después les siguieron los sucesivos soldados heroicos que nacían de los distintos periodos históricos y de sus respectivas guerras y batallas acaecidas irremediable y cruelmente en aquellos momentos penosos (aunque muchos los tilden de epopéyicos y dignísimos cuando menos; si bien no sé qué tiene de honorable masacrar a nuestros semejantes, a pesar de realizarse por una "buena" causa).
Y ya hoy en día, los héroes y heroínas se han transformado en simples, excelentes, ejemplares y muy meritorias personas que lo dan todo por el prójimo ajeno sin esperar nada a cambio, al menos ocasionalmente.
Yo siempre he ansiado ser un héroe, pero no análogo a los protagonistas de la literatura y el cine clásico. Soy, lo que se da en llamar, un friki, un fanático de los cómics de superhéroes, con lo que mis miras se han decantado por la fantasía más pueril. Continuamente me he imaginado a mí mismo convirtiéndome en el personaje de turno, el que me atrajese más en aquel momento, sin embargo mi obstinado pragmatismo me ha hecho sempiternamente volver a la realidad, fastidiado y pesaroso.
Sólo una cosa me hacía recobrar el ánimo, el planear mi efectiva incursión en el universo superheróico prescindiendo del adjetivo "súper", y creando un héroe a mi medida, la única posible, un guerrero actual, entrenado en el combate cuerpo a cuerpo y en el manejo de todo tipo de armas y explosivos, como un sucedáneo del célebre hombre murciélago que todos conocemos, aunque sin tanta parafernalia tecnológica, por descontado.
Así que me puse a ello, ilusionado y temeroso. Diseñé el uniforme ceñido característico, ideé un nombre pegadizo (que todavía prefiero mantener en el anonimato hasta estar completamente seguro de él y de llevar a cabo en efecto mi descabellado proyecto), y comencé a ver cómo demonios iba a lograr entrenar de una forma idónea mi enclenque cuerpo, y asimismo obtener el sinnúmero de armas y de munición que necesitaba para mi loca y suicida empresa, por no decir ridícula.
Y en esto me he quedado, en la rendición casi absoluta, petrificado por el fantasma del miedo al bochorno. Así, permanezco en la intimidad de mi habitación cerrada a cal y canto y delante del comprensivo espejo, sin ningún valor para realizar mis disparatados sueños.
Pero algún día lo haré, me atreveré a salir a la noche en busca de delincuentes incautos que merezcan mi acción más demoledora. Lo demás, el reconocimiento, la fama, la gloria y sus magníficas recompensas vendrán solas. ¿O no?
QUINCE MINUTOS DE GLORIA
Para el Concurso de Relatos #SueñosdeGloria de ZENDALIBROS.COM
Creo que fue Andy Warhol quien lo dijo, y no sé si lo dijo exactamente así, aunque por lo menos yo lo escuché de tal modo: "en el futuro todo el mundo tendrá quince minutos de gloria".
Yo, particularmente y sin lugar a duda, tendré más de quince, muchos más… cientos de minutos, de horas, en todos los medios y redes mundiales… Porque me lo merezco, o habré de merecerlo. Ya lo tengo todo planeado, no me echaré atrás, eso es de cobardes. Quiero, anhelo esa fama, aparte de consumar mi codiciada venganza, por supuesto. Ella debe pagar, por lo que me hizo y por todo lo demás. ¿Y de qué manera?, me preguntaba yo infinidad de veces. Entonces lo vi en la televisión, me vino la luz, la inspiración… Ella me las pagaría todas juntas con el sufrimiento más extremo e inimaginable… el de la pérdida de sus críos de la forma más atroz.
Sí, ya sé que también son mis hijos, pero ellos prefieren vivir con ella, con esa traidora. Sí, ya sé que sólo son unos niños, que no alcanzan a comprender la magnitud de su perfidia (al fin y al cabo es su madre, no podemos negarlo), que no tienen la culpa, inocentes que son, que ellos aún me quieren pese a todo, pese a las acaloradas discusiones a gritos que presenciaron, los violentos forcejeos, los tremendos golpes finalmente…
Sin embargo no hay otra opción, al menos ninguna mejor que se me ocurra. Ellos morirán por ella, se sacrificarán en el altar de mi locura (sí, he de estar muy loco para perpetrar algo así, no obstante ella es la que me ha ocasionado tamaña demencia), con la finalidad de que ella padezca del modo más indecible y horroroso, y yo me vea al fin plenamente resarcido y, por añadidura, obtenga mi merecida gloria… aunque solamente sean quince cochinos minutos.
sábado, 19 de diciembre de 2020
PAPÁ NO ES
Para el Concurso de cuentos navideños #unaNavidaddiferente de ZENDALIBROS.COM
Un año más aquí estamos. Él y yo. Enfrentados. Bueno, aún no. De nuevo me hallo enfrente de la chimenea de casa, aguardando su venida. Sé que llegará por ese lugar, pues así me lo habían relatado siempre los mayores. Contaban que era un hecho grandioso, pero secreto, que nadie había presenciado, aunque todo el mundo daba por sentado sin cuestionarlo siquiera.
Y otra vez me desvelo y velo en esta noche tan señalada, atento al inquietante agujero negro que representa el hueco donde reposan las ascuas apagadas y frías del día anterior, y que continúa hacia arriba, hacia la lobreguez de las alturas que comunican con el tejado.
Por este lugar debería de aparecer, descolgándose, lo más seguro, por una cuerda atada al saliente de ladrillo, asomando sus negras botas primero, sus rojizos pantalones y su rechoncha figura después, su barba nívea más tarde, y su gorro también encarnado y rematado con una graciosa borla blanca para finalizar.
Entonces me descubriría mirándole tras pillarle in fraganti, y me sonreiría, dándome mis regalos antes de volver a marcharse hacia su próximo e infinito destino.
Sin embargo algo me hacía desconfiar. No que no apareciera, porque de eso estaba casi convencido por completo, sino que no me dedicase una amplia sonrisa de alegría y de sana sorpresa, que le disgustara enormemente mi inoportuna presencia, que fuese yo el primer y único testigo de su existencia, que hubiera violado su más grande secreto. Y que, en consecuencia y por contra, me mirase de forma furibunda, y en vez de obsequiarme con presentes descargara toda su inmensa furia y poder milenario en mí.
Los nervios me comían, la tensión me dominaba, y una vez más sentía la irresistible tentación, como todos los demás años anteriores, de rendirme, de retirarme cobardemente a mis aposentos y desistir de mi curiosidad infantil. Quizá, en el fondo, no quería desilusionarme si se cumplía la terrible revelación que me había contado mi primo Mauri, a saber, que en realidad Papá Noel eran los padres, tus propios padres, quienes te engañaban de manera pueril con esa historia para niños, y que eran ellos los que dejaban los regalos al lado del árbol de Navidad, y que por descontado no descendían por la chimenea. Me reí sólo por un segundo, imaginándome a mi padre en tal ardua tarea, y fue cuando me decidí a resolver la ecuación de una vez por todas. De este modo me afiancé en mi puesto y me propuse no moverme pasase lo que pasase hasta descubrir la verdad.
Por fin se acercaba, podía oírle llegar claramente bajar con dificultad por el estrecho pasaje. En primer lugar apareció su enorme saco, luego sus botas, que no eran negras, sino más bien marrones, por lo que se vislumbraba entre el hollín que lo cubría. Seguidamente se vieron sus pantalones, vaqueros sin ir más lejos; después su camiseta, ésta sí colorada, si bien no ribeteada de blanco. Y finalmente su rostro ennegrecido no era el de Santa Claus, al menos no la típica representación de barba canosa y mejillas encendidas, como tampoco era la cara de mi padre, mucho menos ataviado para la ocasión, se trataba simplemente de un sujeto desconocido, aunque eso sí, con un gesto rabioso que demostraba su ira por mi presencia inesperada y delatora del robo que pretendía cometer en mi hogar. Así que agarró su saco, abriéndolo y yendo hacia mí con intenciones aviesas y criminales. Mientras yo, paralizado, me limitaba a contemplarlo estupefacto, para nada contento por haber desentrañado el mayor misterio de todos para mi mente infantil, ni por haber pasado, en un instante, de la inocencia propia de un niño a la conciencia más realista, deprimente y fatal.