Seleccionado para la Antología “El día de los cinco
Reyes y otros cuentos” del Primer Concurso de Relatos miNatura Ediciones
¿Se puede desear la muerte? ¿Y alegrarse
de ella? ¿De estar padeciéndola torturadamente?
Yo
siempre hubiera pensado que no, que esa posibilidad sólo cabía en gente
depresiva, harta de la vida y ansiosa por acabarla aún de la peor forma. O
quizás en masoquistas extremos, quienes buscarían un placer desesperado en el
dolor más intenso y duradero, y en el final más excelso según sus torcidas
apetencias.
Sin
embargo aquí me veo, moribundo y contento, a pesar de haberme considerado una
persona feliz hasta ahora y de ser muy normalito en eso del sexo.
La
respuesta la tengo delante, en los ojos fieros de mi asesino, en su ávida
sonrisa sanguinolenta. Siento su odio y a la vez su atracción hacia mí, incluso
hallándome yo boca abajo, colgado como una res sacrificada, pues eso mismo es
lo que me va a ocurrir.
El
asunto es que yo tenía que matarle a él. El caníbal había devorado a mi hermana
y yo debía detenerle como policía que soy. Pero, sinceramente, esperaba
cargármelo en el transcurso y así obtener mi venganza... hasta las últimas
consecuencias. Sabía de su peligrosidad y me había guardado un as en la manga,
una artimaña ulterior y decisiva. Por si me atrapaba me agencié un diente falso
y hueco, relleno de un veneno especial, letal tanto para mí como para quien
osase comer mi carne. Ésa era la idea, en caso extremo mordería fuerte hasta
liberar la trampa. Y ya lo había hecho, justo antes de que aquel depravado me
hubiera rajado el cuello, dejando que mi cuerpo se desangrase dentro de una
cubeta.
"Ahí
lo llevas, maldito. Bon
appétit!".
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