domingo, 19 de diciembre de 2010

LA TROTONA

SINOPSIS CON SPOILER
Mariano en el balcón de la sede de su partido, festejando su triunfo con sus votantes congregados. Le acompaña su mujer, la cual detesta secretamente. ¿Por qué? Porque en realidad él es homosexual. Fue conminado a casarse por sus dirigentes, con lo que lleva una doble vida: hetero, decente y conservador de cara a la galería, y maricona hipócrita anónimamente.
Inclusive, en su pasado se oculta un oscuro secreto, de los días en que era conocido como "La Trotona de Pontevedra", debido a sus incesantes recorridos en busca de hombres. Una noche, en una feria, ocurrió algo, algo prohibido, delictuoso... y encubierto. Sedujo a un menor prometiéndole todo, incluido amor eterno. Luego lo abandonó ante el ataque de unos vándalos, si bien pensaba hacerlo de una u otra manera. Éstos desfiguraron al chaval, lo lisiaron, y él no hizo nada.
Pero ahora, en su momento más glorioso, el pasado resurge implacable, y hay muchos intereses poderosos en juego, por lo que el crimen y la violencia son ineluctables.



SINOPSIS SIN SPOILER
Escabroso relato de ficción sobre el pasado oculto de un presidente.
Su triunfo pendiente de un hilo, al resurgir su secreto más horrendo.
No ya por algún escándalo sexual, sino más bien por su cobardía e infamia.
¿El fin de un candidato?

Quién sabe.




-¡Presidente! ¡Presidente!

Mariano sonrió a la muchedumbre que le ovacionaba, al mundo, a su buena suerte... Respiró hondo, inflándose de orgullo, de la admiración que le dirigían sus seguidores y acólitos, del poder y la trascendencia que tendría desde ahora en sus manos. Miró éstas, arrugadas algo ya por la edad, si bien no encallecidas por alguna dura labor, pues había trabajado mucho durante toda su vida, aunque no en ningún oficio proletario.
No, éste no había sido su estilo. Siempre había apuntado a lo alto, a la élite, donde se sentía más a gusto. Su personalidad ansiaba codearse, pertenecer a los grandes, los que gobernaban el sistema, los que regían el destino de los inferiores, los que disfrutaban verdaderamente de la existencia regalándose con todos los placeres posibles: el dinero, el lujo, la autoridad, el sexo, la fama, las exquisiteces…
Para ello había sabido juntarse con la gente apropiada desde la niñez, desde que tuvo uso de razón. Su idiosincrasia egoísta le llevó a desearlo todo y a pisotear al resto si se interponían a él, no obstante también era hábil en contenerse y aplazar la consecución de sus sueños si era ventajoso. Y eso había hecho, esperar hasta su gran momento, en el que se encontraba en ese instante subido a aquel balcón recibiendo vítores.
Todo empezó realmente en la adolescencia, en el despertar de sus hormonas y de sus ambiciones políticas. Enseguida tuvo conocimiento y se sintió atraído por las juventudes de un partido conservador, y con rapidez fue escalando puestos dentro de él encargándose de trabajos sucios, intrigando a favor de bandos ganadores y relacionándose con las altas esferas jerárquicas.
Sólo una cosa se interfería en su codiciosa carrera, y pensó en ello al observar a su esposa que le acompañaba en aquel momento de gloria. Ella le sonrió y se arrojó en sus brazos, plena de amor y de contento. Mariano correspondió su gesto cariñoso de cara a la galería, lo cual arrancó aplausos y hurras más vehementes de los acérrimos votantes congregados para festejar la aguardada victoria electoral. Apretó el talle de ella por encima del vestido sin ninguna respuesta emocional ni excitada por su parte. En cambio, lo que sí sintió fue el acostumbrado y profundo hastío que le producían sus años de casado, y el intenso desprecio y asco que profesaba a la buena de su mujer.
¿Qué le había hecho desposarse con ella? Mejor dicho: ¿quién le había obligado a ello? Recordó aquella fatídica reunión antes de llegar a la cúspide, con los barones más insignes del partido, quienes habían tomado la resolución más importante para su profesión, su vida y su felicidad.
-Mariano –habló el número 1 con aquel tono que no admitía réplica-, para evitar futuros y seguros escándalos has de parecer honorable. Serlo no, porque eso es inviable. Discreto sí, porque es dogma de todos nosotros. Pero hay que aparentar decencia por encima de todo. Conocemos tus gustos peculiares y sabemos que no podrás eludirlos. Es por ello que si anhelas escalar en la política, y nosotros creemos que tienes madera, debes actuar con toda la normalidad posible. ¿Me comprendes?
-¿A qué se refiere exactamente? –preguntó el aludido.
-Muy fácil –dijo ahora el segundo de a bordo-, tienes que cortejar a una mujer y llevarla al altar.
Aquellas tremendas palabras se clavaron en su corazón y supo que ya nada sería igual.
-Bien, ¿qué respondes? ¿Lo harás por el partido y sobre todo por ti? –intervino otra de las participantes con una risita maliciosa y burlona en sus maquillados labios.
-Sí, lo haré… -asintió Mariano, aunque con la cabeza gacha-, pero…
-Oh, no te preocupes por nada –volvió a decir el segundo-. La candidata ya ha sido elegida y es perfecta: de buena presencia, respetable y respetada, licenciada y en especial ingenua, o sea, fácilmente manipulable; ya ha sido cotejada, arde en deseos románticos y libidinosos para con un hombre esbelto como tú. Se dejará seducir sin problemas, aun por un inexperto en estos casos. Os casaremos en cuanto se pueda y todo lo demás irá rodado, no debes inquietarte. Únicamente habrás de minimizar y continuar ocultando tus actos impúdicos, además de fingir ser un marido amante y familiar. Sí..., no pongas esa cara..., es imprescindible que le hagas el amor con regularidad y que tengáis algún hijo. Que ella, el público y los electores estén contentos..., tú me entiendes.
El mundo se le vino encima a Mariano, si bien aceptó enseguida que aquello era lo mejor. Como le habían prometido, la candorosa pretendiente era sencillamente eso. Cuando fueron presentados, ella se ruborizó y pareció hacérsele la boca agua con aquel alto galán que tenía enfrente. La pobre no sospechaba nada y se las creía muy felices con aquel mariquita clandestino.
Porque era eso lo que podía fastidiarle sus delirios de poder. No ella, su señora, tan inocente, sino él mismo y sus "perversiones"; o así las llamaban su gente entre bambalinas, a pesar de que era sabido y difundido mediante cuchicheos que muchos otros de sus congéneres pertenecían a aquel despreciado club, aunque por supuesto lo negaban y lo repudiaban hipócritamente. Así que lo que más llenaba a Mariano, lo que más le hacía dichoso, lo que le sumía en fantasías prohibidas y deliciosas a cualquier embarazoso instante del día era precisamente lo vedado, lo repudiado, lo vergonzoso, lo oculto.
De nuevo no logró contenerse en esta noche gloriosa y se abstrajo con ensueños indecorosos. Su cara fue un poema durante unos segundos que quedaron reflejados por las cámaras de todas las televisiones. Se imaginó rodeado de cuerpos musculosos, brillantemente sudorosos, abrazándole, acariciándole, deseándole, besándole... Una rebelde y leve gota de saliva escapó de la comisura izquierda de su labio, tratando de acusarle al iniciar un descenso a través de la densa y canosa barba. Aquello despertó a Mariano a tiempo de sorberla y le devolvió a la realidad memorable que estaba viviendo.



Al fin quedó Mariano solo en su despacho a petición propia. Estaba agotado de veras, demasiadas tensiones por un día, incluso para él que podía alardear de trabajador incansable, y aun cuando le había llegado el premio que toda la vida había aguardado. Así que se deshizo de sus colaboradores y de su mujer, y se repantigó en su sillón profiriendo un sonoro suspiro de alivio. Transcurrieron unos deliciosos segundos silenciosos en los que simplemente, con los ojos cerrados, se perdió en un mar de pensamientos leves aunque tenaces hasta que, como escapados de un sueño, escuchó los característicos crujidos de un sofá de cuero en el que alguien se acomodaba. Enfrente de él, en el tresillo y tras una mesita que servían para recibir visitas, una figura se recortaba en la tenue obscuridad. A Mariano el corazón le dio un vuelco y sólo acertó a emitir un quejido ridículamente femíneo.
-¿Q-Quién anda ahí...? ¿Quién eres? -logró después preguntar.
-Soy tu conciencia. O tu demonio. O tu perdición. Pronto lo decidirás tú -resonó en la negrura una voz aflautada, pero firme.
Aquel timbre removió las entrañas de la memoria de Mariano, como un deja vu, si bien no pudo situarlo, por lo que dedujo instantáneamente que se trataba de alguien del pasado, de alguna remota época de sus vivencias.
-Puedo llamar a Seguridad descolgando este teléfono, se lo hago saber -dijo el político de forma serena y sin embargo débil.
-No te acuerdas de mí, ¿verdad? No reconoces mi voz, ¿no es cierto? Tan poco signifiqué para ti, ¿no? Fueron mentiras todas tus promesas, ¿a que sí...? ¿Mmm?
Una gran luz iluminó la mente de Mariano, a pesar de que la sala permanecía en absolutas tinieblas. Al fin recordó a aquella misteriosa persona, por el delicado tono y las expresiones características que articulaba. Su pensamiento viajó muchos años atrás y muchos kilómetros también, hacia su mocedad y a su añorada Pontevedra, de donde era originario. Evocó una noche en particular, una fecha festiva en concreto y una feria en especial. Volvió a verse como era entonces: joven, inmaduro, alocado..., ávido. ¿Qué era lo que anhelaba? Indudablemente, en su despertar hormonal y homosexual deseaba, necesitaba hombres.
Pero éstos eran costosos, como bien se dio cuenta enseguida y de manera cruel casi siempre. La mayoría gustaba sin más de las mujeres, por lo cual eran inalcanzables. En cuanto a sus compañeros de orientación sexual, eran minoría y dificultosos de localizar en gran parte, sobre todo por las restricciones morales y de doble moral de aquellas épocas. Sin embargo él buscaba y no se resignaba: en el colegio, en el instituto, en las calles, en los viajes y, cómo no, en las ferias, donde la multitud heterodoxa y extraña le favorecía en relación a una mayor discreción, invisibilidad e impudicia. Se sentía como pez en el agua, recorriendo sin cesar ni agotamiento las avenidas engalanadas, alumbradas y ocupadas por las estructuras feriantes. La noche se llenaba de hombres: mozos y más maduros, rubios y morenos, altos y bajos, delgados y gruesos... Descartaba a muchos, por supuesto, tal era su ingente número, decantándose principalmente por su tipo ideal: púberes y enjutos. Cuando los descubría entre la maraña de gente, los contemplaba extasiado y los seguía hasta que se percataban y se escandalizaban de ello. Entonces huía veloz, cosa que siempre se le dio fenómeno, mezclándose entre la muchedumbre auxiliadora hasta que diera inicio una nueva caza. En otras ocasiones atinaba y hallaba algún grupo más entrado en años, condescendiente e incluso receptivo. En esos instantes surgía el amor, si se le podía llamar así dada su fugacidad, pero no era esto lo que él ansiaba.
Un día sí dio con ello, la noche referida. Entró en una caseta abarrotada, aunque sus ojos se dirigieron a él de inmediato. Brillaba aquel maravilloso efebo a través de su sonrisa. Sus ademanes finos le delataban, sus cejas perfiladas, su mirada descarada... Hubo cruces de miradas desde el primer momento: subrepticias, ardorosas, efímeras. Poco a poco Mariano fue aproximándose no tímidamente, sino de modo precavido, pues su experiencia así lo aconsejaba. Se presentó durante un descuido de los profusos acompañantes del adonis, asimismo pendientes y deseosos en sumo grado de él, de menos edad y peores rivales para el candidato en ciernes. No obstante se coló entre la manada de fieros pretendientes, susurrándole su nombre y algo más:
-Tu sitio no es éste. Resplandeces demasiado.
-¿Ah, sí? ¿Y cuál es, según tú, mmm? -contestó con más preguntas el sonriente galán.
Mariano no respondió de inmediato, embelesado con el perfume y la cercanía de su ansiado. Su cutis era espléndido, blanquecino, sólo maculado por algún ocasional y gracioso lunar. Su límpido pelo negro, en contraste con su piel y su camisa albas, y en consonancia con sus pantalones y zapatos igualmente brunos. Su atractiva delgadez se apreciaba por entre los huecos de su ropa, se dibujaba a través de las transparencias que jugaban con la luz reinante, surgía perecedera a cada uno de sus ágiles movimientos. Su rostro, al fin, era excelso. Dos ingentes iris zarcos encumbraban su faz simétrica y, más abajo, la dicha de su boca: dos escarlatas labios carnosos que se abrían generosos para mostrar su recta dentadura nívea. Al entender de quien ahora lo contemplaba encandilado, el muchacho era sublime; en realidad (más adelante lo pensó Mariano), adolecía de una nariz algo abultada y su tez estaba mancillada por la maldición pubescente del acné. De hecho, su sequedad rayaba el raquitismo y la fragancia de su colonia barata era empañada por su penetrante aliento, mezcla de alcohol y efervescencias gástricas varias. Sin embargo, para un espíritu enamorado por un flechazo y salido, aquellas menudencias no contaban.
-Pues... -volvió en sí finalmente Mariano-, tu lugar son las estrellas como techo y la hierba como lecho.
-¿Y tú tumbado a mi lado, supongo? -objetó con ironía el chaval, ahíto ya de tantas y tamañas zalamerías durante su exigua edad.
-Acertaste, no harás mejor elección en tu vida -contraatacó la Trotona, ducho también en tal menesteres.
-Eres tú muy arrogante, amigo -empezó el mancebo a dejar por zanjado el asunto, pensando que la noche era muy larga.
-Lo soy porque puedo, hermoso. Puedo dártelo todo, créeme -tentó aún más Mariano.
-¿Y qué es todo para ti, ricura? -inquirió el chico entre interesado y escéptico.
-No, la pregunta es qué es todo para ti, no para mí. Yo ya lo tengo todo, y todavía conseguiré más. La cuestión es si tú querrás compartirlo conmigo..., si sabrás hacer lo correcto -dejó caer el embaucador.
-Dime más -dijo el zagal ahora vivamente intrigado.
-No, aquí no. En este instante debes comenzar a tomar decisiones. Afuera. Ya sabes, la noche..., las estrellas..., la intimidad... Te contaré cómo alcanzar la gloria, no tengas miedo.
-No tengo miedo, me gusta la aventura. Sólo que no me voy con cualquiera. Espero que lo que me ofrezcas sea en verdad bueno.
-No te arrepentirás. Únicamente pasearemos y hablaremos si quieres. Te explicaré quién soy y mis metas. A propósito, ¿quién eres tú?
-¿Qué? ¿Cómo?
-Tu nombre, precioso, no me lo has dicho.
-Ah. Marcos, así me llamo.


Lejos al fin de miradas indiscretas y malintencionadas, el impúber permitió que le cogiese de la mano. Los dedos de Mariano jugaban ya con los suyos lascivamente, presagiando lo venidero. Tras un enorme matorral provechoso las bocas se juntaron, se exploraron, se impregnaron la una de la otra. Las extremidades circulaban, frotaban, se entrechocaban con pasión.
Marcos se dejó llevar antes de oír la "maravillosa" oferta de su nuevo amante, al fin y al cabo el sexo era el sexo, no había nada mejor, por lo menos entre todo lo que había probado (que no había sido poco, en verdad). Por su parte Mariano no tuvo que embaucarlo más, puesto que el joven se soltó, accediendo a sus escarceos, y él meramente prosiguió cada vez con mayor intensidad. No obstante, cuando se animó a bajarse el pantalón y los calzoncillos humedecidos, justo en el momento en que su pene erecto se elevaba libre por fin, el muchacho se apartó de manera cruel y dominante.
-Ta, ta, ta -dijo infantil y amonestadoramente con una sonrisa pérfida y traviesa-. No tan deprisa, cariño. ¿Qué me decías antes?
-¿Cómo? -se despertó Mariano de su sueño erótico.
-Recuerda: "Te lo daré todo, yo lo tengo ya todo..." todo eso -sentenció el astuto e interesado chico de modo desafiante, colocados los brazos en jarra y separado del futuro político que lo ansiaba con desesperación, los pantalones por los tobillos y una expresión ridícula de asombro.
-¿Permaneces ahí? -reiteró su sarcasmo y sus derechos el lampiño.
-No, ahora no..., después... -balbució el frustrado, escupiendo gotas de saliva a cada uno de sus típicos ceceos.
-Sí. Será en este instante, no más tarde, cuando ya no sea interesante para ti, hermoso.
-Pero... ¿tú te crees...? Y me dejas así... Nooo. ¡Noooooo! -chilló de rabia Mariano, suponiendo lo cara que le iba a salir la firme negativa del pimpollo. Éste reflejó en su rostro una mezcolanza de pasmo, regodeo contra lo ajeno y finalmente miedo, porque no lograba presagiar el alcance de la furia y de los actos posteriores de su acompañante.
En esto, desgraciada e irónicamente, los persistentes clamores de uno y los chistares subsiguientes del otro para acallarlos llegaron a los oídos menos apropiados, a los feroces pabellones auditivos de seis gamberros que de forma casual pasaban por allí en medio de una de sus andanzas solitarias y delictuosas.
-¡Hombre, que tenemos aquí! -dijo uno de ellos sorprendiendo, cómo no, a los dos "enamorados".
-¡Más bien de hombres poco! -intervino el más ocurrente de todos-. ¡Miradlos! ¡Si son un par de mariquitas jodiendo! ¡Si hasta uno lleva los pantalones bajados!
Las previsibles carcajadas hicieron palidecer a Marcos de pánico y enrojecer a Mariano de más ira y vergüenza. Aprovechando el intervalo de éxtasis de los villanos, este último intentó componer sus ropas rápidamente con el fin de prepararse para cualquier probable contratiempo apurado.
-¡No, no, no! -interrumpió el cabecilla de la banda-. ¡No te vistas todavía! ¡¿No querías follar?! ¡Por nosotros no te cortes! ¡Hazlo!
Aquel comentario volvió a hacer desternillarse a los agraviadores. Luego, cuando las postreras risillas comenzaban a disiparse, un silencio incómodo sólo para los dos homosexuales se instauró en el apartado lugar. La vacilación se apoderó de ambos, de tal modo que hubo de insistir el jefe.
-¡Venga, que es para hoy! -instó el susodicho con un gesto enérgico de sus manos, en una de las cuales ya blandía un rutilante y alarmante cuchillo-. ¡Dale por el culo! ¡Y tú, guapita, desnúdate también y ponte a cuatro patas! ¡Ale, ale!
Llegado este punto, Marcos no sabía si llorar, correr, rogar u obedecer. Trató de reflexionar en medio de aquella premura, calcular sus opciones y los posibles desenlaces de cada una de ellas, tomando una escala de menos perjudicial para sí a más pernicioso para su integridad primero y su honor después. El llanto únicamente le heriría en su orgullo más que maltrecho ya. Quizá le ayudaría despertando en sus agresores una chispa de compasión, si bien lo veía poco factible. Suplicar era algo similar, sólo aumentaría las risas, las burlas y el ridículo. Lograr huir todavía le parecía más irrealizable, pues ellos eran muchos y, de manera experimentada, les habían rodeado desde el inicio. Se decidió, en consecuencia, por someterse. Su dignidad quedaba por los suelos y los odiosos recuerdos le avasallarían incluso en el futuro, pero no vislumbraba una salida más ventajosa para evitar una zurra de secuelas desconocidas.
Los hurras resonaron en la noche, lacerando el alma del postrado. Mariano continuaba anonadado y desnudo de cintura para abajo mientras observaba cómo su antes amado se desvestía lánguidamente, humillado de forma notoria. Descubrió sus blancas nalgas ante el júbilo de los congregados, que incluso se atrevieron algunos a cachetear de manera ruidosa, dejando su huella oprobiosa y colorada en la lechosa piel.
-¡Adelante, es tu turno! -empujó a Mariano otro del "respetable"-. Increíble y contradictoriamente, éste seguía empalmado a pesar de todas las adversidades ocurridas: el ya lejano rechazo bochornoso e irritante de Marcos, y la actual tropelía a la que se estaba viendo sometido. Sin embargo, tal vez aquel aprieto le excitaba, aquel claro peligro infame, acaso el sadomasoquismo entraba dentro de sus apetencias aún por desenterrar. O simplemente quizás era ese culito níveo con aquella raja prieta y aquellos testículos insinuados. Aquél era su mundo, aquélla era su vida, él era así, y daba lo mismo que hubiesen no sé cuántos testigos temibles y que su propia salud estuviera en la balanza, sencillamente Mariano se arrimó con su goteante verga en ristre y su boca babeante hacia ese agujero maravilloso.
-Zí, zíiii... -afirmó zaceando exageradamente y admitiendo su papel activo en aquel juego degradante. Penetró impetuosamente a Marcos, quien se quejó con amargura, si bien los malhechores, alborozados, atribuyeron su gemido más al placer que al dolor. El horrible coito (durante el cual cada empellón lascivo era vitoreado escandalosamente) prosiguió durante sólo breves minutos por fortuna para todos: para Marcos que, aunque acostumbrado de sobra, el trance le había reducido la abertura anal hasta límites insoportables; para el detestable público que, pese al regocijo, no hubiera aguantado una sesión demasiado larga de sexo invertido; y para Mariano incluso, quien el enorme estrés le estaba pasando factura al fin, haciéndole temblar las piernas, desfalleciéndole anticipadamente, y asimismo aflojándole el miembro, que se le rebelaba contra la dureza excesiva del recto de su compañero de cama. Se aterró ante la idea más que dable de que sufriese un episodio de impotencia palmario que no pudiera ser disimulado o figurado, sin duda el escarnio se haría desmedido y la tunda asegurada. Sin embargo, en un momento dado cerró los ojos y se concentró al máximo, para luego abrirlos y fijarlos directamente en los genitales unidos. Sonrió ante el potente advenimiento del orgasmo, rezando para que no fuese una falsa alarma. Y por fin eyaculó poderosamente, lanzando aullidos de goce al viento que fueron respondidos por otros de júbilo de los miserables espectadores. Sacó su carajo exinanido y chorreante, y se tapó tras palmear una de las cachas solícitas. Los vándalos de la misma forma le dieron palmadas en la espalda, felicitándole por su buen hacer.
Marcos, un tanto relegado, se incorporó pesadamente, cubriéndose a su vez. Su cara, ruborizada por el doble sufrimiento, el físico y el moral, era un poema al que enseguida los cafres dirigieron sus pullas. A él no le dieron la enhorabuena, sino que le propinaron morrillazos inmisericordiosos y patadas en el trasero lastimado. Una vez comenzados, los golpes aumentaron en cuantía y vehemencia contagiosas. Era lo que aquellos energúmenos habían estado esperando en verdad todo este tiempo: primero un poco de chanza denigrante, para luego dar rienda suelta a su violenta ira hacia todo lo extraño... y hacia todo en general.
Al fin el joven se vio inmerso dentro de lo que tanto había temido: una soberana paliza. Únicamente respondió con lamentos y protegiéndose de manera vana con sus brazos, para acabar cayendo y rindiéndose. Por su parte Mariano, anonadado y atemorizado puesto que se creía el siguiente de la aciaga lista, no daba crédito al verse relegado por el momento, absortas como estaban aquellas fieras en la sangre y el martirio de su actual víctima. Así, ni corto ni perezoso y aprovechando la coyuntura favorable, reculó de forma cauta sin perder de vista la acción espeluznante. Cuando estuvo a una distancia prudencial se giró y echó a correr como un gamo asustado.
-¡Eh! -chilló uno de los atormentadores-. ¡Que una de las nenas se escapa!
-Bah -contestó el líder de la banda, dándose cuenta del largo distanciamiento del evadido-. Dejadlo. Va hacia la espesura, sería difícil encontrarlo. Además, se aleja de la feria donde podría pedir ayuda. Despachemos esto y larguémonos. Hay tiempo.
Con estas palabras se prolongó la felpa un poco más, pero hasta límites eternizantes para Marcos. Sin embargo esto último lo desconocía Mariano, quien intentaba discernir en su despacho a aquella imagen lúgubre del pasado que le hablaba justamente ahora.
-Sé quién eres -osó expresar al fin-. ¿A qué has venido... y precisamente hoy?
-Vengo a cobrar... o a pagar, según. ¿Qué prefieres? -dijo la oculta sombra enigmáticamente.
-Explícate. Sin juegos -respondió de modo taxativo el candidato ganador.
-Supongo que ya lo imaginarás. El porqué he resurgido esta noche en particular, la noche de tu triunfo..., tu noche.
-¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero?
-A eso me refería con lo de cobrar. Es una opción. Un premio, por lo que me hicieron, por lo que me hiciste... y por lo que no hiciste.
-¡No trates de culparme por aquello! ¡Yo no llamé a "esos" bestias! ¡Yo fui tan víctima como tú!
-No tanto -se levantó por fin Marcos, permitiéndose exponer a la luz y mostrando una sonrisa deforme, espantosa..., demencial. El rostro que había procurado encubrir reflejaba el horror que había sufrido, del que eran capaces unos simples hombres amparados por la superioridad, el miedo, el aislamiento y la barbarie.
Su mirada, partida por la mitad, observaba a Mariano desde un solo ojo sano. El otro, ciego, opaco, blanco y casi desprendido, se aguantaba encima de un desecho repulsivo de carne muerta. Su anterior faz deslumbradoramente hermosa y juvenil, ahora se hallaba marcada por múltiples cicatrices a cada cual más terrible. Su pulcro pelo negro de antaño ya no existía, sustituido por una maraña desatendida en su mayoría canosa. Su porte altiva había dejado su lugar a un encorvamiento extremo, deformante, que había hundido su esbeltez al igual que su espíritu. Y eso era sólo lo que se podía entrever. ¿Qué habría ocurrido con el resto velado por sus arrugadas ropas?
Mariano no disimuló su asco, pues su compasión no era capaz de obsequiarla a algo tan horripilante y decadente. Sí tocó su propio cuerpo, palpando su consabida normalidad, agradecido de conservarla y de no haberla perdido aquel día como Marcos; horrorizado también ante la gran probabilidad de que se hubiese dado ese hecho, orgulloso de su fortuna y de haber sido lo bastante hábil para huir; en fin, alegre de no haberse transformado en la aberración que tenía delante.
-¿Pretendes asustarme con esto... contigo? No lo conseguirás -desafió el político sin conciencia a su contrario, si bien con un débil y lógico temblor en la voz.
-No trates tú de vilipendiarme -contraatacó el ya no tan joven -, no me afectará, estoy habituado. Y si lo hiciese, solamente incrementaría mi odio, lo cual no te conviene.
-¿Y qué harías? -porfió Mariano en su reto.
-Parece mentira que lo preguntes en esta fecha tan señalada, cuando mañana serás presidente del país. ¿Qué piensas que sucedería si la prensa supiera lo que eras antes y en lo que participaste conmigo?
-¡Te repito que yo no tuve nada que ver! -protestó chillando el gazmoño.
-Si eso fuese así en realidad, nadie lo creería de todas maneras -aseveró el monstruo-. Recuerda, no sólo hay que ser virtuoso en política, asimismo hay que parecerlo.
-¿Y qué pasará? Ya he sido elegido por una aplastante mayoría, no me lo pueden quitar. Debiste aparecer antes de la jornada de reflexión, imbécil -se jactó Mariano.
-Tenía la esperanza de que el pueblo no te escogiese en masa. Pueden ser estúpidos, pero no toleraré que los guíe, que nos guíe, un despreciable como tú -avanzó un paso más Marcos, haciendo retrodecer recelosamente a su oponente-. Además, dentro de poco obtendrás el poder y la riqueza imprescindibles para mis objetivos alternativos.
-¡Ah, por supuesto! Veo que no tienes escrúpulos ni vergüenza, y sí una doble moral -agravió el ofendido.
-Lo mismo que tú y todos los de tu calaña -rebatió el otro-. No me des lecciones, por favor, es muy triste por tu parte. Y vayamos al asunto. ¿Qué decides: el pago o el escándalo?
-¿Acaso alguien te tomaría en serio? Mírate -jugó Mariano la que presumía su última baza.
-¿Acaso quieres intentarlo? -arrojó otro guante un grotescamente sonriente Marcos.
Su mutismo perplejo delató al diputado, hasta que al final, vencido, agachó la cabeza. -¿Cuánto... qué quieres? -inquirió después.
-Lo que me merezco. O lo que me debes, mejor dicho, porque nadie se merece lo que a mí me sobrevino. Fueron ellos, de acuerdo, pero tú lo consentiste, con tu pánico vergonzante y tu inacción al no procurarme socorro. ¿Por qué no diste la alarma? ¿Por qué no acudiste a la policía? ¡Quiero oírlo de tus labios! -exclamó furioso el lisiado.
-Porque... -titubeó nuevamente Mariano- porque... ¡Compréndelo, eran otros tiempos más duros para los de nuestra clase! ¡Las autoridades no te ayudaban, te encerraban y te apaleaban! ¡Era la dictadura!
-No me tomes por tonto -refutó la caricatura de hombre-. No tenías por qué confesar tu condición homosexual ni la mía tampoco. Simplemente debías de haber contado cómo un grupo de salvajes estaban vejando y maltratando a un pobre indefenso. ¡Pero no!, más tarde quizá se sabría y tú habrías desperdiciado tu oportunidad de regir los destinos de España, de convertirte en rico e influyente y de colmar tu megalomanía. ¡Me repugnas!
-E... está bien -se rindió el próximo gobernante-, ¿cuánto?
-Pues... -se retardó y se regodeó en su respuesta el ganador-, aún no lo sé. Un cheque en blanco todos los meses, tal vez. Sí, eso. No soy un derrochador, créeme, sin embargo preciso vivir, no hay muchas oportunidades para un mutilado como yo. A lo mejor con el tiempo me habitúo al dinero y a lo suntuoso, quién sabe. De todos modos, no tendría que decirte que tu aportación a mi causa será un sueldo vitalicio. Y, claro está, no intentes atentar contra mi persona, lo tengo todo dispuesto. Suena muy peliculero, lo sé, no obstante es lo más beneficioso. Siempre quise decir esto: si algo me sucediera, varios periódicos recibirían toda la información precisa para desvelar tus apetitos embarazosos, así como el escabroso relato de nuestro encuentro y su horrendo y vil desenlace.
-¿Con qué pruebas cuentas? ¡Con ninguna, farsante! -se reanimó Mariano, vislumbrando un resquicio erróneo en la elaborada trama de su rival.
-¡¿Piensas acaso que he salido de la nada por puro capricho?! -declamó Marcos-. Llevo años siguiéndote, idiota, esperando este momento. Contraté a detectives, tengo fotos de tus correrías y de tus amantes; de hecho, he prometido importantes sumas a algunos de ellos, las cuales saldrán, cómo no, de tus bolsillos incautos. En lo concerniente a lo nuestro..., antiguos amigos míos que estuvieron presentes aquella noche atestiguarían que tú me sedujiste y me condujiste afuera donde aconteció todo. También está el parte médico de mis lesiones. Y mis investigadores del mismo modo han indagado sobre el paradero de nuestros "queridos" asaltantes, sus nombres, sus direcciones, sus amplias carreras criminales, sus estancias en la cárcel... ¿Creías que solamente iría a por ti, retrasado?
»Tú sólo eres el comienzo de una extensa y ardua tarea. Se inició aquella noche, tras tus mentiras, el ultraje y el vapuleo. Continuó durante mi estancia dolorosa en el hospital, donde quedé esclavizado a una cama muchos meses, donde sufrí lo indecible, física y psíquicamente, rabioso por ti, por ellos... por todo. Y persistió después de que me dieran el alta definitiva, cuando hube de acostumbrarme a las tremendas consecuencias irreversibles que viviría a partir de ese instante el resto de mi condenada existencia. Sólo una cosa me libró de sumirme en la parálisis de la desesperación y la muerte: la locura de la venganza. La concentración y la dedicación absolutas al que yo sabía mi seguro desquite me dieron fuerzas para maquinar y perseverar. Mis heridas irremediables serían compensadas por la riqueza que lograría que tú me dispensases, pero sobre todo por ver consumada mi vindicación, por contemplar tu gesto resignado y sulfurado, y por incitar el asesinato angustioso de mis agresores, desde luego.
»Esto último es lo que más me ilusiona. Para ello requiero las grandes cantidades que te exijo. He fantaseado en miles de ocasiones con miles de formas de llevarlo a cabo. Por supuesto que sufrirán mucho, como yo. Seguramente me decantaré por una bien planificada sesión de tortura. Lo que todavía no he resuelto es si los dejaré sobrevivir o no. La verdad es que me seduce mucho la idea de que permanezcan con vida, mortificados a diario por sus muñones y deformaciones, cada vez que se contemplen en el espejo, y cuando les miren, les señalen y les insulten por la calle... Como a mí. Siempre que vayan al baño y no osen bajar la vista para no tropezarse con la terrible ausencia de sus genitales... Igual que...
Marcos enmudeció. Su animado discurso al fin perdió ímpetu y se diluyó en medio de un mar de vergüenza. Había hablado demasiado, lo sabía. Nunca podía explayarse sobre sus delictuosos proyectos, pues eso lo hubiese delatado posteriormente. Pero con Mariano sí. Con su presa inicial sí le estaba permitido, ya que él no podría acusarle sin autoinculparse de sus propios pecados innobles. Y ansiaba contarlo, desahogarse con alguien, tras tantos años de silencio reprimido. Y quién mejor que el causante indirecto de sus males, a la vez que le hacía cómplice de sus sucesivos actos perversos. De nuevo serían uno, no ya carnalmente, sino en el sufrimiento, el ridículo y la transgresión. No estaría solo, ya no...
De pronto recordó por qué había callado con anterioridad. No, era mentira, seguía solo, no constituía una unidad con el objeto de su odio y de... sí, su amor. Tanto le había aborrecido que no había cesado de pensar en él... y siempre había terminado deseándole. No comprendía bien la razón. Quizás algo no funcionaba en su propia mente desde el ataque... o incluso antes. Tal vez eran apetitos sadomasoquistas derivados de su imposibilidad de mantener relaciones sexuales tras el salvajismo al que había sido sometido. Él envidiaba, codiciaba a Mariano: su buena estrella y destreza para escabullirse y esquivar el mal al que asimismo parecía destinado, y su meteórica carrera hacia la cumbre que ahora disfrutaba. Él representaba lo que Marcos hubiera querido para su vida, y sin embargo únicamente le había quedado un calvario y un anhelo. Hoy podía tener ambos: su suplicio le acompañaría hasta el día de su muerte (no podía evitarlo) y su resarcimiento podía iniciarse... Aunque no sería completo. Había caído en la cuenta de que, a pesar de todo, a pesar de que se regalase con el lujo y de que sus atormentadores sucumbieran de modo atroz, a pesar de que su futuro presidente en este momento le mirase risiblemente amargado, su desagravio no sería total..., porque ahora conocían su repudiado secreto. Estaba convencido de que, pese a sus desmedidos y perpetuos desembolsos, Mariano se reiría de él, quizá no en su cara para no incitar su ira, aunque sí para sus adentros, o en la intimidad, o, peor aún, rodeado de amigotes tan infectos como él. Casi era capaz (sin estar presente en el sitio, ni en el tiempo, ni en la realidad) de escuchar sus carcajadas sofocantes, sus rostros congestionados y sus ojos llorosos no por culpa de la pena. No podía consentirlo.
-Acepto -interrumpió el político los pensamientos desvariados de su antagonista-. Te pagaré lo que me pidas, cuando me lo pidas y hasta que me lo pidas. Estoy en tus manos.
Como escenificando su sometimiento, Mariano quedó cabizbajo y con los brazos extendidos, a semejanza de un cristo. Permaneció así un rato, esperando la contestación de su extorsionador. Viendo que ésta no llegaba, se atrevió a levantar la mirada para descubrir, aterradoramente, cómo el otro blandía su bastón. En esta ocasión no logró escapar, no le fue posible librarse de un fatal destino. La empuñadura metálica impactó en su cráneo, astillándolo y aturdiéndole. Lo siguiente lo percibió como una película. En el límite de la consciencia, se sintió golpear una y decenas de veces. Los huesos se rompían, la carne se contusionaba, la faz se desfiguraba irreparablemente. De manera gradual y contradictoria, fue volviendo en sí y aumentando su aflicción. Moverse era un imposible martirizante, y ya empezaba a percatarse de las horribles secuelas del ataque y de las terribles intenciones de su atacante. Protestó débil e inútilmente, con insignificantes negaciones de su cabeza que, si fueron apreciadas por el furibundo Marcos, sólo acrecentaron su dicha perturbada.
Por fin descansó el ahora agresor, sudoroso debido al tremendo esfuerzo y a su condición minusválida, no así incapaz. Optó por continuar improvisando, pues se estaba complaciendo mucho con ello. ¿O quizá todo lo había planeado ciertamente con anterioridad en medio de sus profusos y perennes ensueños? De hecho, había maquinado su fuga del lugar sin rastro, por si acaso algo hubiese marchado mal. No iban a cogerle, por lo que se permitió contemplar su dantesca obra: la columna partida, con lo cual su atormentado quedaría para o incluso tetrapléjico; las articulaciones destrozadas, con lo que se aseguraba la discapacidad de los miembros; el rostro machacado, tanto dientes como ojos y la tez en general, para conformar su deformidad.
Ya sólo le restaba lo último, lo más "placentero". Marcos sacó su amada navaja, la protagonista de un sinnúmero de ensueños. La abrió deleitosa, lentamente, mientras rememoraba el día que la vio en un rincón olvidado y polvoriento de una infrecuentada tienda, enamorándose de forma instantánea y perdida de ella. Con su frío, cortante y férreo sabor entre la dentadura, se dispuso a descubrirle las partes pudendas al indefenso Mariano. Tal visión, que antiguamente le hubiese excitado, en ese momento le repugnó, porque se hallaban en lamentable estado gracias a los indiscriminados bastonazos. No obstante se armó de valor y les practicó un rudimentario torniquete antes de proceder a extirparlos, con el fin de que el afectado no se desangrara y diese tiempo a una ambulancia a llegar. Prestamente acabó una labor y después la otra. Incluso, la brevedad de la postrera, la trascendental, le supo a poco y, con los genitales sanguinolentos entre los dedos, resolvió a la postre meterlos en una bolsa de plástico que encontró en el lavabo, asearse él y marcharse de allí tan sigilosamente como se había introducido.
Justo en el instante de ir a cerrar la puerta tras de sí, pensó en cómo conseguiría ahora el dinero indispensable para continuar con la razón de su existencia, su paciente venganza. Tal vez había sido imprudente, dejándose llevar por la furia y el orgullo, pero entonces tanteó en un bolsillo sus arrancados trofeos y, con una sonrisa y un encogimiento de hombros resignado y condescendiente, simplemente se fue.

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