Editado en la web del Concurso de Ciencia-Ficción Novelistik (Premio Mórbido).
CAPÍTULO
1: LA CONVOCACIÓN
Benjamín, como varias veces todos
los días a lo largo de su corta vida (15 maravillosos años), alargó el brazo y
pulsó el botón de la tele con el dedo. Como siempre, pudo notar la leve
resistencia del mecanismo y oír el chasquido característico del aparato al
ponerse en funcionamiento.
Mientras la nunca igual imagen
tardaba en aparecer como mágicamente en la hasta ahora (y siempre en realidad)
negra pantalla, Benjamín le daba la espalda ignorándola por el momento para
sentarse con comodidad en el sillón. Sabía que cuando dirigiera la vista hacia
donde apuntaba la butaca volvería a darse para él el mundo virtual
incansablemente cambiante que le había maravillado, entretenido y enseñado
durante toda su existencia.
La oferta aleatoria de ese instante
resultó ser una infantil y aburrida serie de dibujos animados. Con brusquedad
se estiró para agarrar el mando a distancia que había esperado en la pequeña y
baja mesa de superficie cristalina. Cambió con decisión, sin compasión alguna,
hacia delante en la secuencia de canales: 4, 5, 6, 7, 8, 9… Todo era una lata,
como casi siempre.
Había pasado un día horrible en el
instituto. Las clases y los profesores le eran insoportables, y en el escaso
tiempo libre sólo habían podido (él y los tres amigos de su panda habitual)
aburrirse como una ostra, esforzándose infructuosamente en idear algo divertido
para matar el rato. El silencio denunció su agobiante falta de imaginación y se
dedicaron a su pasatiempo más acostumbrado: la visualización ávida de las chicas
guapas que pasaban por su campo de observación. Cuando sonó el timbre que
anunciaba la siguiente clase, ni siquiera hablaron de verse por la tarde,
después del instituto, para continuar hastiándose juntos.
Así que Benjamín volvió a casa
dispuesto en principio a echar un rato con la caja tonta. Tras muchos cambios y
dar algunas oportunidades a un par de canales, quedándose con ellos varios
minutos para luego volver a zapear, una palabra entre líneas dentro de la
presentación de un programa por parte de una voz en off llamó
su atención poderosamente. La palabra señuelo fue “OVNI”. Era el típico espacio
de entrevistas a gente rara con presentador baboso. Benjamín, alguna que otra
vez, le había echado un vistazo. Solían salir locos, gays emplumados, mujeres cornudas, golfillas macizas, guapitos a la
moda y toda esa caterva contando sus inmundicias y estupideces varias. Esta vez
anunciaban que iban a entrevistar a un chiflado que decía haber sido abducido
por extraterrestres.
Benjamín arrojó sonriente el mando a
la mesa, encima de las numerosas revistas amarillas de su madre. Algunos de
esos chalados daban mucha risa y quería saber en este caso cuánta.
El plató del programa era el habitual:
paredes falsas de color celeste suave, un gran sillón rojo al lado izquierdo de
la pantalla y un sofá beige en el otro extremo. El locutor empalagoso, con
riguroso traje azul y pelo poblado aunque blanco, sonreía artificialmente con
el guión en una mano. Un único ocupante hundía una punta del blando sofá.
-Muy buenas tardes. Como ya han
escuchado en la presentación, hoy entrevistamos en exclusiva al hombre que nos
va a dar la noticia más importante de la Historia desde que Jesús vino al
mundo. ¿No es así, señor Milán? –se dirigió a su invitado el presentador con
otra sonrisa forzada y un exagerado movimiento de cabeza.
-Pu… pues… así es –respondió éste
algo impresionado por las cámaras.
Benjamín sintió un poco de vergüenza
ajena. Aquel pobre hombre lucía un aspecto demasiado sencillo: pantalones de pinza
y zapatos con cordones ambos marrones, camisa blanca de cuadros debajo de un
chaleco de lana, peinado chapado excesivamente corriente, y reloj de agujas con
correa de cuero. Un tipo normal, salvo por la mirada perdida en la locura y las
sandeces que decía.
-¿Bien? Cuéntenos su historia,
amigo. Usted fue secuestrado por unos alienígenas, ¿no es cierto? –volvió a
intervenir el baboso.
-Sí, exactamente –pareció animarse
el lunático, acomodándose en el asiento al salir su tema favorito, otra oportunidad
más de contar por enésima vez su increíble relato-. Iba yo conduciendo de noche
por una carretera comarcal. Tenía sueño y me esforzaba por no dormirme al
volante, arriesgándome bastante, la verdad. Pero es que debía quedarme una
media hora para llegar a mi destino, así que intentaba aguantar, pues ya lo
había logrado otras veces. Bueno, entonces algo me ayudó a espabilarme: una
extraña luz en el cielo, justo enfrente de mí, en el horizonte.
-¿Un OVNI? –interrumpió el
presentador interesado en apariencia, siguiendo la corriente a Milán de forma
hipócrita.
-Eso pensé al principio, porque se
movía suspendido en el cielo y era demasiado grande para ser un avión. Reduje la
velocidad para poder vigilarlo más fácilmente. Estaba maravillado. De pronto el
OVNI pareció detenerse y aumentar de tamaño, sin embargo lo que estaba pasando
en realidad era que había cambiado de rumbo hacia donde yo me dirigía.
-¿Y qué pasó entonces? –volvió a
intervenir el empalagoso, visiblemente divertido y sonriendo con complicidad a
la cámara-. Cuente, cuente.
-A pesar de la lejanía, en pocos
segundos estaba ya encima de mí, ¿sabe? Había ido iluminando todo a su paso con
un tenebroso fulgor azul, y ahora se había parado y alumbraba a mi coche y a mi
persona. Era enorme, aunque emitía un débil zumbido. Me detuve yo también en
medio de la carretera, atónito, y bajé del auto. La gran bola empezó a
descender conforme su luz se debilitaba. Entonces distinguí la nave.
-¿Cómo era? ¿Se trataba de un
platillo volante? –dijo el presentador otra vez con ironía.
-No exactamente –contestó Milán aún
no contrariado por las interrupciones y por la actitud sarcástica de su
interlocutor.
El público del plató reía asimismo
con levedad los comentarios más disparatados del presunto abducido. Benjamín,
desde su casa, compartía el regodeo, ya no se sentía mal por la idiotez de
aquel hombre ridículo.
-Era más bien esférica, pero no
lisa… No sé, muy rara. Se posó, abriéndose una compuerta. Como en un sueño, me
acerqué lentamente. Y subí a bordo.
-¡¿Cómo?! ¡¿No sintió miedo?!
-No, en absoluto. Había algo
tranquilizador que parecía emanar de aquel ingenio, como una especie de
llamada.
Milán contuvo su relato. Sabía que
había llegado al clímax. Le creyeran o no, ahora le instarían a continuar. No
importaban las burlas iniciales o finales, la curiosidad de sus oyentes era
demasiado poderosa, y se deleitaba de aquel instante suyo de dominio total.
-¿Bien? ¿Y qué pasó? –impelió al
final el baboso, presionado por la impaciencia y el interés. El público y el equipo
aguardaban en silencio, expectantes. Milán saboreó su atención extrema una
última ocasión.
-Pues que allí estaban.
-¿Quiénes? ¿Quiénes estaban?
-Ellos. Eran ellos.
-Explíquese mejor, no tenemos mucho
tiempo –interpeló el presentador, algo molesto ya con aquel fantasma.
-Eran muy hermosos: altos,
luminosamente blancos, muy delgados. Se movían con delicadeza y me condujeron
de la mano hacia el interior de la nave. Después sólo recuerdo cosas sueltas:
imágenes, sensaciones, placer…
-Adelante, siga, siga -animó aquel
hipócrita, imaginándose cómo subían sus índices de audiencia-. Se refiere a goce
sexual, ¿verdad?
-Sí. Empezaron como a examinarme.
Tocando todo mi cuerpo, cada centímetro. Me desnudaron y me acariciaron toda la
piel, toda.
La tensión creció en el público del
plató ante el asunto estrella de cualquier televisión y coloquio. Benjamín
separó su espalda del sillón, apoyando los codos en las rodillas.
-Los tocamientos fueron centrándose
en determinadas partes. En ese momento intenté resistirme, pues aquella
situación era verdaderamente extraña. Fue entonces cuando me di cuenta de que
esos seres en concreto eran hembras, su entrepierna no dejaba lugar a dudas y
de su pecho sobresalían como unos senos. No sé bien si desde el principio
habían sido así, pero yo ya estaba muy excitado y… bueno… me dejé hacer.
-¡Fantástico! ¡¿Y cómo fue la
experiencia?! –dijo el presentador, incitado por el morbo.
-Bueno… imagínese… con varias féminas
a la vez… No tengo muchos recuerdos concretos, aunque sí que no he olvidado un deleite
muy, muy intenso. Y duradero, muy duradero. Debieron afectarme en algo, para
potenciar mi virilidad, supongo. Nunca había disfrutado tanto haciéndolo, de
veras.
-Fascinante. Bien, más tarde les
informaremos del lugar exacto donde nuestro invitado fue, según él, abducido y
donde vivió este hecho tan agradable, por si nuestros telespectadores deciden
personarse allí a ver qué pasa, ja, ja. Es hora de despedir a nuestro amigo y
de pasar a publicidad.
-¡Pero, espere! ¡Eso no es lo más
importante! ¡Ellos me hicieron saber algo! ¡Un mensaje! ¡Debo decirlo!
-Lo siento, señor Milán, el tiempo
en la televisión…
-¡No! ¡Escuchen! ¡Ellos volverán!
¡Dentro de nueve días al anochecer habrá un nuevo avistamiento en el mismo
sitio! ¡Vendrán para llevarse a algunos de nosotros a su planeta! ¡Nos
enseñarán su tecnología, su sabiduría y viviremos para siempre como ellos!
¡Seremos inmortales!
-Disculpe, pero tenemos que cortar.
-¡No, déjeme! ¡Debo hacer que me
crean!
Los murmullos de asombro de los
espectadores en directo fueron entremezclándose con risas cada vez más
estentóreas. Milán se levantó de su asiento, acercándose a las cámaras.
-¡De aquí a nueve días! ¡Vengan!
¡Podrían ser los elegidos! –dijo, sujetando con fuerza uno de los objetivos.
En ese instante, miembros de
seguridad del programa lo agarraron vigorosamente, provocando más carcajadas en
el respetable. Benjamín aplaudía y saltaba del sofá, entusiasmado.
-¡No soy un perturbado! ¡Suéltenme!
¡Han de venir! –se esforzaba en gritar Milán mientras lo sacaban a rastras del
plató.
-Todo un carácter, ¿no es cierto?
–habló el presentador, recuperando su compostura como un buen profesional-. Ya
lo han oído, dentro de nueve días, si quieren pasar un buen rato con una
marciana, o con un marciano, como ustedes prefieran, ja, ja, ja. Luego
seguiremos con otras excitantes entrevistas en nuestro programa, como la de una
mujer que dejó a su marido por el perro de él, o sea, por su mejor amigo. ¡No
se lo pierdan y no cambien de canal!
Benjamín, por supuesto, no hizo
caso. Zapeó otras cuantas veces para después levantarse e ir a orinar. A la vez
que lo hacía, decidió que se haría un bocadillo y seguiría viendo el programa.
Tenía curiosidad por saber el sitio exacto de la abducción y la posible nueva llegada.
Se decía a sí mismo que no había creído a aquel tarado. Pero la tele enganchaba
una barbaridad.
CAPÍTULO
2: EL ADVENIMIENTO
Se congregaron unas cuarenta
personas en aquella carretera solitaria, un pedazo de asfalto cercano a la
ciudad aunque de muy escasa circulación. La manada humana la componían cuatro
arquetipos de gente, más o menos. Había enfermos
con sus familiares; hombres y mujeres desahuciados, incurables, que sólo
conservaban un poco de fe en su propio dios y ahora en aquellos extraterrestres
prometidos. En la profecía de aquel loco veían su última esperanza de cura y
aguardaban ilusionados mirando al cielo, buscando. Eran inválidos en sillas de
ruedas y tetrapléjicos en camillas, acompañados de parientes y enfermeras. Eran
enfermos de cáncer, sida… plagas que la moderna Medicina todavía no sabía
contrarrestar del todo. Eran ciegos, sordos, niños y hombres maduros con
parálisis cerebrales, todos (excepto estos últimos) con la agonía del
sufrimiento físico y psíquico, hartos de luchar y de vivir en ese estado, con
la esperanza y la credulidad como únicas defensas.
Otro grupo lo formaban los típicos flipados de lo paranormal: amantes de
los ovnis, sectas religiosas que adoraban a los alienígenas, falsos y locos
videntes, hippies pacifistas con demasiados
ácidos en su vida… Rezaban al cielo y cantaban, vestían ridículamente túnicas
brillantes y grandes medallones, blandían sables láser de juguete, disfrazados
de Darth Vader,
y llevaban pancartas con mensajes de paz y bienvenida para los extraterrestres y
con invitaciones sexuales también para ellos. Algunas chicas danzaban medio
desnudas y completamente drogadas, acariciándose el cuerpo. Muchos hombres las
jaleaban, entusiasmados y con erecciones.
Casi todos estos últimos pertenecían
al grupo de los curiosos, los cuales
no creían para nada lo que allí se esperaba que sucediese. En su mayoría venían
de la ciudad y de los pueblos vecinos, aunque algunos habían viajado muchos
kilómetros en busca de jolgorio morboso. Se reían y burlaban de los freakies, participando satíricamente en su fiesta. El alcohol
circulaba en grandes cantidades, lo que les hacía bailar rodeando a las hippies y a las sectarias. Algunos roces
de más provocaban algún conato de pelea, pero el objetivo singular de la
reunión calmaba los ánimos.
Al fin, el cuarto grupo, el más
reducido, era el de los periodistas,
que se dedicaban a sus quehaceres de realizar preguntas a los asistentes en sus
distintas facciones, y de grabar en imágenes y sonido todo cuanto iba
aconteciendo y a acontecer.
-Nos encontramos en esta apartada zona
de carretera esperando, al igual que todas estas personas, lo que quizás vaya a
ser la noticia más importante de la Historia, el contacto por fin con seres de
otro planeta.
«Llevamos ya más de una hora aguardando
infructuosamente y los ánimos empiezan a caldearse. Puede notarse en el aire la
energía de toda esta gente: desesperanza y rabia por una parte, y escepticismo
y fiesta por el otro. Les ofrecemos ahora alguna de sus distintas impresiones.
«Corta, Juan. Luego insertaremos
trozos de entrevistas –remató la periodista fuera ya de grabación.
Sumergiéndose en aquel mar humano,
la reportera interrogaba casi al azar, pasando de una persona a otra según su
conveniencia intuitiva.
-¡Son dioses! ¡Nuestros padres!
¡Vendrán a salvarnos de este mundo y esta sociedad corruptos! ¡Ellos nos
crearon! ¡Venid, venid, hermanos celestiales!
-¿Que si vendrán? Nooo… es una bobada.
Todos estos tíos están tocados. No saben qué hacer con sus vidas y buscan su
camino en el espacio, hay que ser imbécil. Nosotros hemos venido para reírnos
de ellos, porque no creemos en esas tonterías. Míralos, son patéticos.
-Estoy muerto, ¿sabes? Ando,
respiro, hablo, pero por dentro estoy podrido. No me queda mucho. El cáncer se
ha extendido demasiado y ya no tengo esperanzas... sólo ellos, si de verdad van
a venir. Siempre he sido un incrédulo para todo, únicamente contaba para mí lo
que veía y tocaba. Sin embargo ahora no tengo muchas más opciones, ¿verdad?
-El fenómeno OVNI es real, por mucho
que quieran ocultarlo las potencias y los militares. No estamos solos en el
universo, es lógico, y nos están continuamente visitando. Yo mismo he visto
luces extrañas varias veces y conozco a mucha gente que también ha realizado
avistamientos. No sé si hoy y aquí aparecerán, están tardando demasiado, pero
aunque no sea así debemos seguir alertas para confraternizar con ellos. Tienen
tantas maravillas que enseñarnos…
-Mi hijo lleva cinco años atado a
una cama por un accidente de coche. Se partió el cuello y ha llorado muchas,
muchas veces por haber sobrevivido de esta forma. Él desea la muerte. Yo quiero
que viva, que no me deje, si bien es una carga muy grande para mí. Pero no me
importa y le cuidaré siempre. No sabíamos si venir, muchos se reirán de nosotros.
Ojalá vengan los extraterrestres y se lleven a mi chico, lo curen y me lo
devuelvan. Si no, me iré yo con ellos del mismo modo. Dios, cuánto lo
necesitamos.
-No preocuparse. Vendrán. Así me lo
dijeron y ellos no mienten. Los más perseverantes y creyentes serán los
elegidos.
-Pero, señor Milán, pasan ya dos
horas de la cita establecida. La gente no aguantará mucho.
-Señorita, acabo de decirle…
-¡Eh, embustero! ¡¿Dónde están tus
marcianos?! ¡Te han dejado tirado, cretino!
-¡Sí, ladrón! ¡Has jugado con las
ilusiones de mucha gente!
-¡No! ¡Milán es nuestro hermano,
nuestro profeta! ¡Es el enviado de los dioses estelares!
-¡Subnormal! ¡Sólo existe un dios y
ése es…!
-¡Vete a tomar viento tú y tu dios!
En un instante, una enorme pelea se
improvisó en el lugar. Los fanáticos se golpeaban con los incrédulos. Los
enfermos rehuían el combate junto con sus familiares y algunas amables ayudas.
Los periodistas, en cambio, tomaban entusiasmados buena cuenta de la
"estupenda" noticia.
La violencia llegó a extremos.
Incluso algunos de los participantes de ambos bandos se horrorizaban y
acobardaban ante el salvajismo con el que se estaban empleando algunos de los
combatientes. Todos pudieron ver fracturas escandalosas, pateos inmisericordes
sobre víctimas caídas, hombres armados con botellas rotas y navajas… El público
asistente (corresponsales y gente pacífica) observaban repugnados el grave
cariz que estaba tomando la situación. Milán, por contra, era testigo con una
mezcla de indiferencia y complacencia.
-¡Eh! ¡Mirad! ¡Han llegado!
Al principio sólo unos pocos
distinguieron entre el tumulto la voz de aquel niño que señalaba al cielo. De
manera gradual más personas iban desinteresándose de la contienda y gritaban de
entusiasmo ante la visión. Muy rápidamente, las desavenencias quedaron relegadas
debido a la maravilla que descendía hacia ellos. Todas las cámaras apuntaron en
la misma dirección. Una luz azul redonda, cada vez más inmensa, se movía casi en
silencio y a gran velocidad.
-¡Era cierto! ¡Están aquí! –se pasmó
uno de los más bromistas suspicaces. No podía creer lo que veía.
-¡Es un truco! ¡Sólo es una luz! –se
resistía aún el cura de un pueblo próximo.
-¡Hermanos estelares! ¡Aquí estamos!
¡Somos los elegidos! –habló una guapa hippie
con los ojos colmados de lágrimas.
En un momento todas las facciones
fueron una. Solamente existía ya un grupo de personas, el de los creyentes.
Miraban asombrados mientras la luz bajaba en potencia y comenzaba a
vislumbrarse por fin la nave, la cual aterrizaba con facilidad al lado de
ellos. Milán sonreía, satisfecho por completo.
El ingenio permaneció quieto, pero siguiendo
en funcionamiento. Despedía nubes gaseosas que, mezcladas con las luces todavía
activadas, permitían entrever a los maravillados humanos una tecnología
alucinante. Algunos valientes se adelantaron a tocar el caliente metal para
corroborar la realidad material de aquella más que probable alucinación
colectiva.
-¡Milán, decías la verdad! ¡Han
venido! ¡¿Qué tengo que hacer para ser un elegido, eh?! –preguntó uno de los
muchachos vestido con una extravagante túnica, quien posó su mano sobre el
hombro del abducido para llamar su atención y obtener una respuesta. No
obstante, la cara del chico reflejó instantáneamente un aborrecedor pánico.
-Ya eres uno de los escogidos, al
igual que todos los demás –contestó Milán con una voz distinta, cavernosa. Su
faz también había mudado de forma monstruosa. Increíblemente su piel había
adquirido un leve matiz rojizo con protuberancias que asemejaban escamas de
reptil. Sin embargo la mutación más horripilante se dio en sus ojos. De colores
variables y fulgurosos, las retinas eran las de una víbora, estrechas y
verticales, y reflejaban una ferocidad y una enajenación extremas. Ante el
horror del muchacho, la cosa que había sido Milán se carcajeó como sólo una bestia
(si pudiera) lo haría, exhibiendo, orgullosa, unos exagerados dientes aserrados.
-¡Dios santo, no! ¡No! –gritó
aterrorizado el chico a la vez que se echaba hacia atrás, medio ocultando con
su mano la repugnante imagen. Algunos de los elegidos advirtieron la extraña escena
y se percataron asimismo del inquietante aspecto del abducido.
-¡¿Qué demonios…?! ¡Algo raro está
pasando! ¡Huyamos! ¡Salgamos de aquí! –gritó una anciana contagiada de miedo.
-¡Silencio, cerda! –se adelantó como
un rayo Milán, golpeando a la vieja para evitar que diera la alarma. Ante el
estupor amedrentado de los presentes más próximos, la mujer cayó muerta con la
garganta y parte del rostro ambos completamente desgarrados y sangrantes. Miraron
entonces horrorizados a su asesino, quien agitaba desafiante sus recién
estrenadas y enormes garras, de las cuales chorreaban viscosas y abundantes
gotas de roja sangre.
La maniobra atemorizadora del
abducido no dio resultado y se originó una instantánea y espontánea desbandada
histérica, aunque ya tardía en exceso. La plataforma de la nave bajó,
descubriendo la intensa y cegadora luminosidad de su interior. Los elegidos
ajenos al reciente episodio Milán gritaron apasionados ante el cercano advenimiento.
Tras varios segundos de un mutismo de extrañada espera, súbita y
sobrecogedoramente empezaron a surgir de todos los lados de la abertura decenas
de criaturas veloces que saltaban sobre los atónitos escogidos. El terror ahora
sí se generalizó debido a la verdadera deformidad asquerosa de los alienígenas
prometidos, puesto que aquellos "seres de amor" iban causando una
horrible muerte a sus favorecidos, devorándolos aún vivos de modo poderoso e inmisericorde.
Llegó la estampida, mas los extraterrestres eran demasiado rápidos, numerosos y
hambrientos. En pocos minutos darían buena cuenta de la débil pitanza humana.
Milán, entretanto y por entero
complacido, caminaba entre medio de la matanza sin visos de lástima o
arrepentimiento. Les había engañado a la perfección, les había prometido bellos
ángeles cariñosos y les había traído demonios asesinos, les había asegurado
inmortalidad y paz y les había dado muerte y odio, les había garantizado la
esperanza y les había estafado con la perdición. A su alrededor los elegidos
daban alaridos de agonía o yacían inertes mientras sus depredadores los engullían
de manera rápida y concienzuda. Sus tentáculos viscosos se aferraban a los
cuerpos de sus presas, su ingente boca dentada mordía trozos de carne
incansablemente y sus fríos ojos se mantenían fijos en su alimento, nada era
más importante.
Los tetrapléjicos, ante su total (y
desconcertante para los alienígenas) falta de resistencia, se les empezaba a
comer por las tripas y demás vísceras. Algunas madres lloraban, no sólo por su
propio sufrimiento, sino también al escuchar los gritos suplicantes de sus
hijos. Su admirable o estúpida fe había desaparecido y solamente les quedaba la
resignación y la tortura.
Los adoradores y seguidores de los
ovnis experimentaban sentimientos contradictorios. Aparte de la inevitable
agonía, unos descubrían con mucho dolor que sus dioses o hermanos siderales
eran despiadadamente muy parecidos a sus propios semejantes. Otros, por el
contrario, veían que su búsqueda de conocimiento y su convicción de la
existencia de otras formas de vida inteligente habían alcanzado la confirmación
tanto tiempo ha anhelada. Por desgracia no podían celebrarlo ni tampoco lo
deseaban, al tener que soportar su propia consumición.
Las restantes víctimas rechazaban
categóricamente que se les hubiera tratado como a elegidos. Ellos no habían
creído en ningún momento al abducido, así que no debían formar parte de su
farsa. Sólo se encontraban allí por motivos de trabajo o para pasar un rato
divertido. Por supuesto no habían venido a "relacionarse" con
marcianos, ni mucho menos a marcharse a las estrellas digeridos dentro de sus
estómagos. Ellos no tenían que pasar por aquello; no, señor. Ocupados como
podían en éstas y otras cavilaciones similares, periodistas y curiosos se
convulsionaban desesperadamente indefensos conforme los monstruosos alienígenas
roían sus huesos, sorbían sus encéfalos y bebían su sangre.
Dentro de la nave, Milán echó un
último vistazo a aquel infierno terrenal, satisfecho por el trabajo bien hecho.
Él, en efecto, había sido abducido, versado en la ciencia extraterrestre y además
transformado en inmortal. El precio había sido su humanidad y tener que atraer
víctimas para sus hambrientos amos mediante anuncios de venidas y promesas de
vida eterna. Aquellos extraterrestres habían acabado con los recursos de su mundo
y de otros millones más. Ahora le tocaba el turno a la Tierra. Gradualmente, las
venidas serían más frecuentes e importantes. Pronto sólo quedarían unos cientos
de habitantes en el planeta que serían conservados vivos para engendrar nuevas
presas tras miles de siglos. Lo mismo habían hecho ellos con anterioridad,
alimentándose de la mayoría de los dinosaurios, pero dejando un cierto número
para que siguiesen procreando y evolucionando. Los nuevos terrestres dominantes
eran más pequeños (una lástima), con mucha menos carne, si bien más endebles y
fáciles de congregar y matar.
Algo atrajo la atención de Milán que
le recordó que no todas sus promesas habían sido cumplidas en parte hasta el momento.
Sonreía mientras rememoraba su augurio de que los elegidos practicarían el sexo
con los alienígenas. Ni siquiera a él eso se le había dado (aunque sí las
restantes ofertas). No obstante, delante de sus ojos, el último presagio se
hacía realidad, por lo menos en cierta manera. La semidesnuda y guapa hippie que había excitado a casi todos
los escogidos con sus deseos ardorosos de pasión orgiástica yacía en el suelo mostrando
las piernas tentadoramente abiertas mientras, encima de ella y con la boca
hundida en su maravilloso y húmedo pubis, un afortunado extraterrestre comía
aquel fruto, sorbiendo extasiado el cálido néctar de esa preciosa flor abierta.
CAPÍTULO
3: EPÍLOGO
Benjamín reconoció por casualidad desde su habitación la voz que sonaba
por el televisor que veía su padre. De un salto se bajó de la cama, tirando el
tebeo que había estado leyendo, y corrió hacia el salón.
-¿Qué te sucede? –le preguntó el
cabeza de familia, intrigado.
-¡Calla, calla un instante! –le
silenció su hijo sin delicadeza.
-Ah, es ese tío de los marcianos.
Dicen que las personas que convocó la primera vez no se ha vuelto a saber de
ellas. Algunos familiares desconfían, pero la mayoría de la gente cree que se
fueron al espacio de verdad. ¿Tú qué opinas?
Benjamín no le respondió, absorto en
las palabras de Milán. Ahora ya se reían menos de él y era tenido más en
cuenta. Pronto sería un fenómeno de masas y lograría atraer a cientos, quizá
miles, de personas. Hablaba con seguridad, vanidosamente, relatando de nuevo su
traída historia y vaticinando otra próxima cita.
-¿Te gustaría ir a ver los ovnis?
–propuso su padre igual que si fuera como ir al cine.
-Sí, papá –contestó Benjamín al segundo.