martes, 28 de abril de 2020

CONTAGIO SIN SENTIDO

Para el Concurso de historias sobre nuestros mayores de ZENDALIBROS.COM


"¡Ya lo tengo! ¡Ya sé cómo hacerlo!", se dijo a sí mismo el anciano, triunfante, pese a que su aseveración denotaba realmente un fracaso, el mayor de todos, el de la rendición absoluta, irremediable y fatal…, la de la muerte.
Hacía tiempo que el viejo se sentía cansado, muy cansado; harto, para ser más exactos, de su triste vida que ya debía tocar a su fin, que ya se encontraba en sus últimos estertores, que ya se había consumido casi por completo. Sólo le restaba la etapa postrema, la de la senectud, la del declive que a todos nos llega sin distinción.
Sin embargo esta fase podría durarle, en el peor de los casos, incluso unos veinte años más de penoso padecimiento emocional. Y eso no podía consentirlo, no podía siquiera imaginarlo.
Ya no deseaba vivir. Desde que murió su amada esposa, la mujer de su vida. Con la que había compartido casi toda su existencia, y que le había regalado los mejores años de ésta.
También desde que enfermó él del corazón (seguramente por haber quedado destrozado por su viudez), impidiéndole disfrutar de su mayor afición: el senderismo. Se terminó el goce de los paisajes naturales, de respirar el maravilloso aire de la montaña, de sentirse libre en aquella soledad anhelada.
Y asimismo desde que, debido a la medicación impuesta por su dolencia cardíaca, ya le era imposible satisfacer a una mujer al viejo estilo; su pene se hallaba prácticamente muerto, incapaz de practicar un coito como Dios manda, ni siquiera con la ayuda de las pastillas azules milagrosas para otros compañeros de su quinta.
Así pues, la vida carecía de sentido para él y ambicionaba ponerle término de una vez por todas. No obstante, era demasiado cobarde para llevarlo a cabo mediante el antiguo método del suicidio en sus más variados y agónicos modos de ejecución.
Pero al fin había dado con la solución, con la aparición del temible coronavirus para la gente de su edad. Simplemente se dejaría contagiar de forma voluntaria y se dejaría llevar con el discurrir usual de la enfermedad.
Ése era el plan…, su terrible determinación. Y sabía a la perfección cómo conseguirlo. Una vecina suya se encontraba confinada en su casa, asintomática, idónea para su proyecto, ya que sabía que ella le pretendía, le deseaba libidinosamente. De tal manera se presentaría en su vivienda con una botella de buen vino, se le insinuaría, haciéndole falsas promesas, bastaría con un solo beso ardiente… y luego él se inventaría una excusa y se marcharía, seguro de que el mal se extendería por su cuerpo, acabando con él.
Quizá hubiera algún cabo suelto en sus siniestras maquinaciones, aunque lo volvería a intentar una y otra vez hasta lograr su dantesco propósito. Por fin se sentía pleno, dichoso…, por eso precisamente, por tener un objetivo, algo que hacer, algo que le hacía especial…, acaso era la única persona en el mundo en pretender ser infectado por aquel condenado virus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario