sábado, 6 de agosto de 2011

Biobibliografía

                 Año 2001: 2º premio del III Certamen de Creación Joven "Ciudad de Almería" con el relato corto "Apuesta final", el cual fue editado.
                                  
                 Abril 2006: Editados los relatos Tras la puerta, Instinto natural, Simbiosis, El bromista burladoy Vuelta atrásen la página del I Concurso de relatos Aullidos.COM

                 Febrero 2008: Seleccionado y publicado entre los 10 mejores del I Concurso de Relato Breve Alea Iacta Est con la obra "La granja humana".

                 Mayo 2008: Elegido y editado para la Antología 150 Autores 150 Vivencias del II Premio Orola de Vivencias 2008 con la vivencia "Un recorrido por la mujer".

                 Agosto 2008: Publicado su poema “Me faltas” en el blog “Letra Universal”, con motivo de su “Convocatoria literaria”.

                 Noviembre 2008: Accésit en el Certamen Extraordinario de Poesía Centenario Casa del Pueblo UGT de Madrid (Fundación Progreso y Cultura) con el poema "Historia de muchos".

                 Febrero 2009: Seleccionado y editado para la recopilación Cuentos para sonreír con el microrrelato "Sin problemas" para el I Premio Algazara de Microrrelatos de la editorial Hipálage.

                 Agosto 2009: Publicado en la antología del “Premio de Poesía Puente de Letras 2009” con el poema “Montse”.

                 Agosto 2009: Seleccionado con la obra “¿Igualdad? como finalista del XIV Concurso de Relato Hiperbreve "Todos somos diferentes", para ser publicada en la edición anual del libro del mismo nombre “Todos Somos Diferentes”.

                 Abril 2010: Finalista en el VII Concurso de Relatos Cortos para leer en tres minutos “Luis del Val” con el relato “La Santa Compaña”, publicado a tal efecto en el libro “Relatos para Sallent”.

                 Junio 2011: Seleccionado, con el cuento “Final imprevisto”, para la antología “El día de los cinco Reyes y otros cuentos” del Primer Concurso de Relatos de Terror miNatura Ediciones.

                 Junio 2011: Ganador en el I CERTAMEN “PICAPEDREROS” DE POESÍA Y MICRORRELATO, organizado por la Revista LA OCA LOCA y los centros penitenciarios de Teruel, Zuera y Daroca, con el microrrelato “La desconocida”.

                 Julio 2012: Seleccionado para ser publicado en la antología del I Concurso de poesía "Versos en el aire" con el poema “La mujer de mi vida”.

                 Marzo 2013: Seleccionado como finalista, con el poema “Engalanada”, para incluirlo en la II Antología Especial de La Cesta de las Palabras: "Desde el corazón”.

                 Enero 2014: Seleccionado para la antología "Versos en el aire II", publicada por el colectivo literario Diversidad Literaria para su “II Concurso de Poesía” con el poema “No vivo el día”.

Junio 2023: Seleccionado y premiado en el Concurso de Microficción Literaula 2023, convocado por el Programa Literaula, UGT, UGT Madrid, la Fundación Progreso y Cultura y la Escuela Julián Besteiro con el microrrelato "La aparición mariana".

martes, 2 de agosto de 2011

La desconocida


Ganador en el I Certamen “Picapedreros” de microrrelato, convocado por la revista "La Oca Loca" del centro penitenciario de Daroca.
Publicado en su antología "Óxido temporal (Colección Picapedreros nº 1)"


El magistrado golpeó su martillo fuertemente, enfatizando la gravedad de mi sentencia y el abatimiento de mi abogado. Descubrieron mi truco, ocultar la nieve entre dobles fondos de botes de pintura para burlar a los perros. Siempre había sido dado a la precaución, pero debía haberse chivado alguno de los míos demasiado ambicioso. Pensaba en ello mientras me conducían a mi celda. Entonces la vi durante sólo unos eternos segundos. Ignoraba por qué estaba allí, aunque me daba igual. No era excesivamente guapa y su delgada constitución tampoco era mi tipo, pero me enamoré al instante inexplicablemente. Resultaba un imposible, un condenado conquistando a una desconocida. Ataviado de presidiario y esposado, un hombre no podía serle muy atractivo a una grácil mujer. Sin embargo la miré arrebatado, le sonreí y le dije sencillamente: "Volveré". Ella quedó asombrada y desapareció de mi vida con un empujón de un insensible alguacil.

sábado, 29 de enero de 2011

Simbiosis

Publicado en www.aullidos.com


El picor era insoportable. Víctor rascaba ansiosamente su cuero cabelludo irritándolo cada vez más, aunque no conseguía librarse de la vehemente incomodidad. El molestísimo hormigueo se iba moviendo por su cabeza: unas veces a un lado, otras a otro, se desplazaba a su coronilla, viajaba a la nuca, se trasladaba a una sien... Víctor estaba seguro, era algo vivo, algún bicho cargante, un piojo o alguna cosa parecida. ¿Dónde lo habría cogido? ¿En dónde había pegado la cabeza? ¿Por qué sucio sitio infestado había andado? Víctor no caía en la cuenta, no conseguía recordar nada sospechoso. No había estado con perros, ni se había rozado con gente desaseada. ¿Cómo demonios…?
En medio de su desesperación, la picazón fue a una de sus prominentes entradas. Con rapidez se miró en el espejo apartándose mechones de pelo, buscando. ¡Ah, ahí está! ¡Un punto negro móvil que destaca de la blanca piel! ¡Se pierde! ¡¿Dónde ha ido?! Víctor, angustiado, trató en vano de volver a hallar la pulga. Tenía que ser eso, puesto que su veloz desaparición debía haberse dado por uno de sus característicos saltos.
Se dispuso a lavarse la cabeza de forma apresurada. Los preparativos le resultaron insoportablemente desesperantes, pero al final sumergió su pelo bajo el grifo y lo llenó de la espuma del champú. Frotó su testa primero suavemente, luego con más fuerza. Alargó su labor bastante para asegurarse de que se libraba del parásito o lo ahogaba. Decidió terminar, se enjuagó y se secó, sentándose en la tapa del retrete, aliviado. Quedó extasiado con la sensación recuperada de comodidad. Repentina y desgraciadamente volvió a notar el hormigueante picor, ahora en el lado izquierdo de la nuca. Víctor se levantó furioso y desesperanzado, quejándose de manera sonora, aunque se auto-dominó con rapidez, no quería que Sara le oyera y se despertase, entonces sabría lo que habría ocurrido y él se avergonzaría mucho de ello. Debía calmarse, pensar, sin embargo la pulga seguía viajando a ratos por entre sus cabellos, angustiándole. La insultó mentalmente, la odió con todo su ser, pero eso no servía de nada, tenía que hacer algo.
Todavía le quedaba algo de tiempo antes de entrar a trabajar. Empezaba de madrugada, de ahí que Sara aún durmiese. Podría acercarse a un supermercado de horario nocturno. Con suerte (ojalá) tendrían un champú desparasitador "aunque fuera para perros", se dijo a sí mismo. Volvería a casa y a lavarse el pelo y asunto resuelto. Tras tomar aquella decisión se sintió más animado y se vistió velozmente para salir a la calle.


La débil brisa nocturna se tornaba en viento bastante frío debido al avance raudo en carrera de Víctor. Se desplazaba entre las calles, molesto por el bajón de temperatura y por el agotamiento que empezaba a maltratar sus pulmones. Sin embargo la sensación de velocidad tiempo ya no experimentada (podían contarse años desde que dejó de practicar algún deporte) le maravillaba y le hacía seguir corriendo por pura diversión.
Los callejones estrechos le servían de atajo hacia el supermercado situado a varias manzanas de su casa. Eran lugares poco recomendables, sobre todo a aquellas horas, pero la necesidad y la prisa hacían arriesgarse a Víctor.
Como de forma agorera, en el fondo de una de las callejas iluminada contrastadamente por una farola, se entrecortó de manera súbita la figura negra de un hombre que le cerraba el paso. Víctor se detuvo por reflejo, instintivamente azorado. Casi al mismo instante oyó una voz muy cercana a su espalda.
-¿Dónde vas tan deprisa, amigo? Es muy tarde para hacer footing –habló el joven mientras Víctor se volvía para verle la cara, adivinando sus malintencionadas intenciones. En ese instante se atemorizó mucho, estaba demasiado cansado para plantar batalla y ellos eran dos, seguramente armados y acostumbrados a la violencia. Estaba perdido.
-¡¿Qué… qué queréis?! Dejadme… -casi rogó débilmente Víctor a los muchachos. El otro cómplice llegó por fin a su lado también y descubrió con pánico que éste era enorme, invencible.
-Vamos, suelta la pasta y podrás irte. Has cometido un error pasando por aquí –volvió a decir el más delgado (sin duda el jefe), empuñando una navaja resplandeciente a la luz de las farolas-. No intentes gritar, te lo advierto.
-¡No! ¡Necesito el dinero para…! –protestó Víctor sin ninguna utilidad. Estaba obsesionado con que Sara no se enterara de lo de la pulga, y deseaba ardientemente que ésta desapareciese de su cabeza y no volver a sentir el desesperante picor. Los chicos tomaron su queja airada como un acto de rebeldía, así que lo agarraron con fuerza y comenzaron a golpearle.
Patadas, puñetazos, burlas insultantes… un episodio sádico y cruel en el que Víctor era el sufrido protagonista. Sólo el cansancio de los torturadores y la total rendición de la víctima hicieron detener el acto repugnantemente violento. Víctor se desvaneció al fin y por fortuna tras padecer, además de la agonía física, el terror ante el daño que le estaban infringiendo, la desesperación por la imposible huida y la vergüenza debida a la incapacidad de defenderse. Los jóvenes delincuentes se agacharon triunfantes a rebuscar en los bolsillos de su presa.


Como a través de relámpagos, Víctor fue volviendo en sí. Otra vez notaba el frío de la noche potenciado ahora por la humedad de su propia sangre, y de nuevo le laceraba el dolor de su cuerpo apaleado. Lloró por el sufrimiento y por el recuerdo de las risas y los escupitajos de sus asaltantes. Se incorporó entonces a medias trabajosamente, horrorizado ante los enormes charcos de sangre que manchaban el suelo. Creyó que era suya al principio, luego se extrañó de su exagerada cantidad. Aún desorientado, siguió uno de los rastros sanguinolentos y vio que manaba en realidad de otro cuerpo caído. Era uno de los salvajes muchachos, el más grande, muerto, destrozado, su cara ya no existía, agujereado por todas partes, las vísceras colgaban de su caja torácica. La sorpresa más extrema y el asco impidieron que Víctor sintiera una lógica alegría mezclada de crueldad ante el horrible final de su torturador. De forma instintiva buscó a su criminal compañero, adivinando la posición del otro cadáver. Yacía boca arriba, con los ojos abiertos, gesticulando una mueca de padecimiento aterrorizado, los dedos crispados sin forma definida, y su cuerpo no continuaba desde el ombligo para abajo.
Ahora sí Víctor sonrió, incluso articuló una única carcajada que reverberó sonoramente en la quietud silenciosa de la madrugada. Le habían pegado. Se lo merecían. Pero, ¿cómo? ¿Quién? Volvió a asustarse y sin pensarlo salió huyendo hacia su casa, olvidándose por completo del champú desparasitador por el que había salido a comprar.


Víctor subió las escaleras de su piso de tres en tres, tropezando en ocasiones pero recuperándose con habilidad. Agotado y chorreando de sudor, abrió de manera apresurada la cerradura y entró llamando lastimosamente a su mujer.
-¡Sara! ¡Sara! –gritó mientras recorría la casa. Ella no contestaba, lo cual le extrañó. Entonces ruidos y voces distintas (una la de su esposa, la otra de un hombre desconocido) provinieron de la alcoba. Sorprendido, avanzó hacia la habitación. La puerta abierta reveló una escena entre ridícula y odiosa para Víctor. Sara y otro tipo, semidesnudos, se aligeraban torpemente a ordenar la cama y a vestirse todo a la vez. Ante el marido engañado en la entrada, ambos se detuvieron avergonzados.
-Víctor –habló Sara por decir algo. Su semblante se tornó asustado cuando su marido hizo aparecer en el suyo un gesto de intensa ira-. Tran… tranquilo, no…
El despechado se abalanzó, gritando furiosamente contra aquel extraño. De modo raro y a la vez irónico, por un segundo, Víctor obvió su rabia hacia su rival dejando paso a una admiración sin sentido. En efecto, aquel hijo de mala madre a simple vista era mejor que Víctor: joven, guapo, musculosamente atlético… todo lo que en cuanto al físico una mujer podía desear o soñar. Después ese fugaz pensamiento le encolerizó más. Da igual que fuera más atractivo que él, era su mujer y ambos lo pagarían de alguna manera.
-¡Maldito seas! ¡Te voy a matar! –chilló Víctor al muchacho, quien se apartó de su embestida y lo empujó violentamente contra la pared con una facilidad sorprendente para el marido engañado. Éste se golpeó la cara manchando la pintura blanca de roja sangre, y acto seguido recibió un puñetazo en los riñones que terminó por hacerle hincar las rodillas.
-¡Eso es! ¡Destrózale! –gritó Sara histérica y sobreexcitada por la salvaje escena, aunque a la vez sorprendiéndose y momentáneamente avergonzándose de su malvada actitud.
El joven, respondiendo sonriente al perverso ánimo de su amante, comenzó a descargar patadas sobre el cuerpo rendido mientras la pareja reía y le insultaba, ridiculizándolo. Durante el inmisericorde pateo, uno de los golpes que acertó la cabeza de Víctor le sumió en la inconsciencia.


La primera sensación fue el dolor, un daño omnipresente por todo el cuerpo. Esta aflicción le ayudó a volver a la consciencia con mayor rapidez. Casi sin poder concentrarse en otra cosa que en su padecimiento, Víctor intentó incorporarse. Notó la sangre que goteaba de su cabeza contra el suelo, mientras los músculos de sus extremidades y sus costillas respondían lacerándole con cada movimiento.
Su visión obnubilada fue aclarándose de manera gradual y vio que la historia se había repetido. Otra vez retornó a la vigilia rodeado de cadáveres mutilados. Extrañamente no se sorprendió nada y se horrorizó menos que antes. Ahí estaban Sara y su amante destrozados. En la práctica sólo podía distinguírseles por los restos de pelo largo y rubio de lo que fue su esposa.
Esta vez Víctor no dejó que el entusiasmo le hiciera regodearse, aunque hubiera tenido motivos para ello. Aterrorizado de nuevo, huyó corriendo de la casa tras lavarse con velocidad y a medias la cara ensangrentada.


Víctor cerró la puerta de la habitación y quedó momentáneamente aliviado, apoyado en la madera. Había estado evitando por si acaso todo el día a la policía. Sin duda descubrirían los cadáveres en su casa e irían a por él. Se había refugiado en un hotel de carretera lejos de la ciudad para pensar sobre su próximo paso. ¿Cómo explicar que él no lo había hecho? Y si no él, ¿quién? Alguien le estaba ayudando, salvándole de la muerte, pero de una forma brutal y sangrienta.
En medio de sus desesperadas deducciones volvió una familiar y molesta sensación. El picor se desplazó desde encima de su oreja derecha hacia el lado también diestro de la nuca. Se rascó instintivamente, pero la molestia desapareció resurgiendo uno o dos segundos después en el centro de su coronilla. ¡Otra vez la pulga! ¡Sólo le faltaba eso para enloquecerle más! Víctor luchó de nuevo, atacando su propio cuero cabelludo. Se frotaba y raspaba exasperado la cabeza, conforme daba tumbos y gritos por la habitación. Se detenía agotado con la piel irritada, apoyando las manos en las rodillas y resoplando. Regresaba el hormigueo y la pelea se reanudaba contra su diminuto enemigo y contra sí mismo. Al final, rendido temporalmente, Víctor salió de la habitación hacia la pequeña tienda de la gasolinera vecina al hotel.
Por fortuna (casi por milagro) el establecimiento tenía en sus existencias champús parasiticidas, aunque para perros. Víctor, esperanzado, compró rápidamente el producto y regresó al motel de manera presurosa. Sólo tras el tiempo de leer por encima las instrucciones y contraindicaciones, se mojó el pelo y se restregó el champú con generosidad. Le escocían las rojeces y arañazos que él mismo se había provocado, pero continuó durante un buen rato, pasándose las yemas de los dedos por entre las raíces de su cabello. Anhelaba mientras que la composición química hiciera efecto. Se imaginaba a la fastidiosa pulga entrar en contacto con la espuma, morir intoxicada y abandonar su cabeza, empujada por el agua fresca del grifo.
Interrumpiendo sus ensoñaciones, de repente sufrió una mordedura intensa en la izquierda de su nuca que le hizo dejar escapar un quejido involuntario. Se sucedieron varios mordiscos cada vez más potentes e hirientes, y Víctor estaba seguro de que iban haciéndole sangrar, llegando incluso a arrancarle pedazos de piel. Procuraba con ansia llevar el insecticida jabonoso hacia el epicentro de los dolorosos ataques, sin embargo no conseguía nada. El miedo acaparó la mente de Víctor cuando notaba de forma gradual bocados más feroces y algo que se movía por su cráneo, que se agigantaba bajo sus dedos y que pesaba cada vez más, haciendo doblar su cuello por la creciente masa. En un momento dado pudo agarrar a la criatura fuertemente, tratando de alejarla fuera de sí. Como horrible respuesta, el ser le rebanó tres dedos con sus mandíbulas. Víctor chilló por el sufrimiento y en esta ocasión sí la bestia, de un fácil salto, abandonó el cuerpo de su huésped. Tirado en el suelo y agarrándose la mano mutilada, éste lloró de terror y dolor. Ante sus anegados ojos vio a la pulga aumentar de tamaño con una velocidad innatural, mientras ella le miraba a su vez con fijeza.
Era su pulga, la que había estado desplazándose por entre el bosque de su pelo, la que le había provocado esa insoportable picazón, la que había estado sorbiendo su sangre como el parásito que era. No obstante también era la que le había salvado de morir dos veces apaleado por los ladrones y por el amante de su mujer, la que había vengado con creces la humillación y tortura sufridas, la que había defendido y hecho sobrevivir a su amado protegido. Entre ellos no había habido una relación de parasitismo, sino de simbiosis, ambos se habían beneficiado mutuamente. Por desgracia el humano no lo había entendido así, tuvo sólo en cuenta el efecto adverso del picor, no cayó en el poder imposible de su inquilina que lo protegería de cualquier mal con fidelidad. Sí, era un desagradecido y no merecía ser su elegido. Había tratado de ahogarla con esa sustancia venenosa. Producto acaso de alguna extraña mutación genética, en su mente, la criatura dejó de adorar a Víctor como la fuente de su vida, pasando a odiarle con toda la furia del animal más irracional.
Así que se encaró hacia él con un relampagueante movimiento. Víctor percibió la tensión predecesora de un inminente ataque. Sus poderosas patas soportaban el ingente peso con gran facilidad, sin duda por la famosa fuerza proporcional de los insectos. Las extremidades traseras se disponían a saltar vigorosamente como las de cualquier pulga. Las delanteras, junto con las mandíbulas, buscarían herirle y despedazarle. Al asco característico que sentía Víctor hacia los pequeños invertebrados se unía la repugnancia y el horror hacia aquel monstruoso y antinatural ser. A pesar de todo Víctor intentó, tal vez de manera estúpida, razonar con ella.
-N-No… Vuelve conmigo,… vuelve a mí –dijo mostrándole su cuero cabelludo de forma invitadoramente suplicante.
La pulga le hizo caso. Se abalanzó sobre Víctor y mordió una vez más su piel. Pero dadas sus descomunales dimensiones, en esta ocasión atravesó su cráneo y le sorbió el cerebro. Muerto al instante, su antiguo huésped se libró de sufrir en su propio despedazamiento. Su cabeza fue amputada, tras lo cual varios de sus miembros. Las vísceras le fueron destrozadas por el aparato bucal del ser. Al final se alimentó, chupando su sangre por última vez.
Bien nutrido, el bicho se dispuso a reposar. Y en su primitivo cerebro trazó un plan. Cuando asimilase la gran cantidad de sangre que contenía su estómago, volvería a su tamaño minúsculo en espera de un nuevo huésped. Si éste tardara mucho se alejaría de allí saltando y lo buscaría. El mundo estaba lleno de mamíferos peludos que podrían necesitar un protector y un compañero. Pensó en la calidez del cuerpo y de la sangre de su próximo amigo, y sonrió como quizá lo hagan las pulgas.

El bromista burlado

Publicado en www.aullidos.com 


-Ahí va otro –dijo la camarera mirando a través del empañado cristal del bar que dejaba ver la carretera.
Fran giró su taburete para darse la vuelta y pudo ver un enorme y poderoso camión que se alejaba a toda velocidad.
-Pasan a menudo y van a todo lo que pueden –continuó la apetecible empleada mientras traía a Fran una hamburguesa y una cola. 
-¿Por qué tan deprisa? –preguntó antes de dar un bocado a la carne y el pan.
-Bueno –respondió ella-, estas carreteras no están muy vigiladas por la policía y los dueños de la compañía presionan un poco a sus camioneros para que lleven los pedidos lo más rápido posible. Ya sabe.
Fran no siguió hablando y, bajando la vista hacia su refresco, bebió de él un buen trago. Tras unos segundos dejó de pensar en aquellos camiones y se comió la hamburguesa.


-Ahí va otro –se dijo asimismo Fran mientras el tráiler pasaba junto a él de forma centelleante, rugiendo el motor y provocando una potente racha de viento que alborotó todavía más su pelo, de por sí siempre algo despeinado.
Aún le quedaban muchos kilómetros y una buena cantidad de horas aburridas de coche, donde lo único que le distraía un poco era el paisaje que se exhibía ante sus ojos y que últimamente había sido muy monótono. Con la radio ya lo había intentado, pero parecía que los gustos musicales de los locutores locales no coincidían nada con los suyos.
Las líneas blancas de la carretera se sucedían una tras otra a gran velocidad. Todas eran prácticamente iguales. Sólo cambiaban en su curvatura, unas veces a la izquierda, otras a la derecha. La mayor parte eran rectas y largas. Una lata.
El paisaje a ambos lados de la vía era de campo: arbustos, hierba amarilla, árboles... Nunca era el mismo, pero sí muy similar y por eso terminó igualmente aburriendo a Fran.
Tampoco circulaban demasiados coches por aquellos caminos. Casi estaba solo. De vez en cuando pasaba junto a otro de aquellos veloces camiones, pero poco más.
El deseo de pararse en cualquier sitio, de bajarse del coche y hacer alguna otra cosa le sobrevino a Fran intensamente un par de veces. El tedio le desesperaba, aunque no podía detener el viaje, le necesitaban con urgencia para realizar una gestión y había mucho dinero en juego. Inspirando profundo, se resignaba y continuaba conduciendo.


Tras un montón de kilómetros, en un momento en que el aburrimiento dejó de pesar algo a Fran, paradójicamente, vio algo que atrajo su atención en la carretera. Una niña andaba de espaldas por el arcén del lado contrario al que circulaba él. Supo que era una chiquilla porque era pequeña y en su cabeza se balanceaba una graciosa cola de caballo a cada uno de sus pasos; sin embargo no llevaba falda, sino unos menudos vaqueros. Entonces una idea le vino a Fran a la mente, una ocurrencia divertida considerando el enorme hastío por el que estaba pasando. En ese instante hizo aparecer en su rostro una sonrisa y una mirada lunáticas. Se le había ocurrido asustar a la cría, acelerando el coche en su dirección y dirigiendo los faros hacia su cuerpo. Ella giraría la vista atrás al notar la luz y el rugido del auto acercárseles cada vez más. A la sazón Fran vería su cara aterrorizada mirarle en el último segundo, y la niña saltaría a la cuneta justo antes de que su coche pasara veloz y ruidosamente por donde hasta ese tiempo ella había estado caminando. Luego Fran seguiría su viaje riendo con ganas. El divertido recuerdo de la broma le entretendría un buen trayecto.
Cambiando de marcha, dando más gas y aún conservando su loco gesto, Fran comenzó a hacer realidad su idea. El motor sonó más fuerte gradualmente mientras incrementaba la velocidad. La niña se fue haciendo más cercana. El conductor sentía cómo aumentaba su tensión, las manos le sudaban en el volante y notaba los nervios pulsar en todo su cuerpo. Saboreó mucho esta última sensación "desagradable". Cuando creyó que era la ocasión (el coche iba muy rápido), giró al carril contrario en pos de la niña. Pareció durar largamente el instante en que la pequeña continuaba de espaldas caminando sin hacer caso del coche. La potente luminosidad de los faros emblanquecía los colores de sus ropas y de su menuda figura mientras quedaban segundos para arrollarla. La ansiedad se hizo extrema en Fran. "¡Mírame! ¡Mírame y salta!", le dijo mentalmente. En ese momento, como oyéndole, la niña se detuvo y giró hacia atrás el cuerpo y la cabeza de la misma forma en que lo había soñado el morboso bromista. Los ojos de la pequeña fueron inundados por la muy cercana y amenazadora luz y, viéndolo Fran y disfrutando al límite por ello, el terror provocó en ella una grotesca mueca de pánico.
-¡Jaaaaa, ja, ja! –rió éste enérgicamente mientras, como respondiéndole, la niña gritó aterrada-. ¡Saltaaaa! –chilló el conductor en el último segundo. Pero su fantasía no se cumplió..., algo falló. Cuando debía haberse echado a la cuneta, la chiquilla no lo hizo, se quedó quieta (tal vez debido al terror o porque Fran no le dio tiempo a saltar) y el coche la golpeó muy fuerte. Justo al oír el impacto y verla salir proyectada hacia delante, el hombre se dio cuenta de que había fallado su broma y, horrorizado, pisó el freno a tope, haciendo detener el vehículo y derrapando ruidosamente varios metros por el asfalto. El cuerpo de la niña cayó y rodó con violencia aún mucho más hacia adelante. Cuando se detuvo y quedó tendida en la carretera, Fran permaneció mirándola aterrado y arrepentido durante un silencioso tiempo. Sólo podía sentirse a sí mismo respirar honda y velozmente, y la sangre latirle con una gran intensidad molesta en la nuca. Por fin reaccionó y salió del coche, raudo, en busca de la niña. Dudando, puso boca arriba el cuerpo inmóvil y entonces se horrorizó. Vio en la mirada perdida de ella que había muerto y que un lado de su (con anterioridad) angelical cara estaba destrozado, seguramente al chocar y ser arrastrada contra el pavimento.
Estaba hecho. La había asesinado. El miedo se apoderó de Fran vivamente, casi haciéndole perder el control. Las consecuencias penales de aquella burla aparecieron en su pensamiento y le hicieron olvidar a la pobre cría. Miró rápido a su alrededor por si nadie le había visto y poder huir del lugar. No circulaba ningún vehículo en aquel momento. Sin embargo y fatalmente, al otro lado, encima de un terraplén, recortado su contorno junto al de los árboles, otra niña le estaba contemplando. Fran no podía ver su rostro por la oscuridad y la lejanía, aunque sí distinguió que también llevaba el pelo recogido en una coleta. Con probabilidad era una amiga de la difunta o su hermana. El homicida involuntario se aterró, le habían descubierto, sabían que había matado y le encerrarían en la cárcel. Empezó a ir en su busca para hablarle (en ese momento no pensaba qué), pero la chiquilla pareció asustarse y corrió abajo por la vertiente opuesta del terraplén. Inmediatamente y por instinto, Fran echó a correr tras ella; al principio no sabía por qué, sin embargo cuando la vio adentrarse en el bosque y después de seguirla un rato por entre los árboles, en su mente fue creciendo la idea de que debía cogerla, evitar que le contara a alguien su asesinato..., ¡matarla!
Sí, eso haría. La liquidaría. Un crimen más no importaba cuando ya habías cometido uno. Dentro del bosque nadie se enteraría de nada. Luego volvería a su coche, se alejaría de allí y no regresaría nunca. Sí, eso haría.
Fran se introdujo rápidamente en la oscura espesura. Pasaba por entre los árboles casi rozándolos a toda velocidad y con peligro de estrellarse con alguno de ellos. Al principio y de forma impropia le recreó mucho la carrera, sintiéndose admirado de sus propios reflejos evitando troncos, ramas y raíces. Un poco más adelante se olvidó del juego porque no conseguía ver a la niña. Se detuvo uno o dos segundos varias veces escrutando desesperado a su alrededor, pero no la distinguía entre la vegetación y siguió corriendo hacia delante y abajo, siguiendo la última dirección que la vio coger. Comenzó a exasperarse y a perder la confianza en localizarla, pensó que la había perdido. Súbitamente entrevió colores distintos al verde y al negro por delante de él. De manera inconsciente siguió corriendo ahora hacia allí, y volvió a alegrarse al ver de nuevo unos cabellos sacudirse atrayentes en una cola de caballo. ¡Era ella! El cansancio que había estado sufriendo pareció casi desaparecer y Fran aumentó su velocidad, dirigiéndose hacia su pequeño blanco.
Estaba ya detrás de ella, cada vez más próxima. Casi podía oír su forzada respiración por la carrera. Unas ramas se engancharon desalmadas en su reducido jersey, lo que la obligó a detenerse un segundo para liberarse mientras su voz infantil articulaba un grito de aterrada protesta. Fran creyó que en ese instante la atraparía, pero la niña logró soltarse y continuó corriendo bosque abajo.
La persecución continuó un tiempo. Ya casi la tenía al alcance, un poco más y sería suya. De repente los árboles acabaron, pues el bosque era atravesado por una carretera. La muchacha escaló dificultosamente el arcén elevado cuando Fran la cogió del desgarrado suéter. Con un largo chillido de desesperación, ella volvió a zafarse y llegar al asfalto. El acosador continuó y arriba por fin consiguió aferrarla.
-¡Ven aquí! –le gritó mientras la giraba. Ella no opuso resistencia. Al darle la vuelta, Fran vio la mitad de su cara destrozada y se horrorizó en extremo al darse cuenta de algo. En ese momento reconoció a la niña. Era la misma de antes, la que había atropellado: el rostro desfigurado, su coleta... ¡Pero no podía ser! ¡Dejó a la chiquilla muerta en la carretera y luego vio a esta otra! A causa del parecido podría ser su hermana, pero... ¿y el semblante destrozado? Su mente no sacaba nada en claro, no tenía sentido, hasta que un pensamiento comenzó a turbarle al ver a la niña sonreír con su boca medio ensangrentada. La macabra risa se transformó en carcajada frenética. Era ella, la misma. Había regresado para vengarse y sabía que algo malo iba a ocurrirle a él, algo terrible. De pronto, como respondiendo a sus fatídicas especulaciones, un ruido de motor y una luz muy intensos surgieron en aquel sitio. Mientras la horrenda cría reía, ambos observaron uno de los enormes y raudos camiones que solían avanzar por esas carreteras, aquellos tráileres que Fran había estado viendo todo el día pasar a su lado a gran velocidad.
No podría apartarse. El colosal vehículo venía muy cerca y muy rápido. Fran supo que le aplastaría. Ésa era la venganza de la pequeña, matarle como él la había asesinado, siendo atropellado. La niña seguía desternillándose mientras el resplandor de los ominosos faros se hacía más y más cegador debido a la cercanía.

Instinto natural

Publicado en www.aullidos.com 


Todo el laboratorio se llenó de luces y del sonido de la maquinaria funcionando. Era un caos ordenado multicolor, brillando cada bombilla con un propósito, una composición de ruidos amalgamados y todos en su justo lugar. Los científicos, ajenos por la costumbre a aquel magnífico espectáculo, iban y venían en sus tareas totalmente concentrados en el proyecto.
A una señal de asentimiento con la cabeza del doctor Miras (el director del experimento), su ayudante, Bruno, conectó el generador principal. La energía chisporroteó dentro de la cabina octaédrica, y esta vez sí miraron esperanzados y alucinados los investigadores ante la maravilla lumínica que surgía delante suyo, aunque no por ella, sino por lo que representaba, tantos sueños y tanto trabajo realizado dependían de aquel momento y aquella acción. 
Lenta y progresivamente el resplandor fue tomando la forma de una aureola que parecía recubrir una gran figura humanoide. Los científicos sonrieron satisfechos mientras la potencia llegaba al máximo previsto. La expectación también subió de manera extrema: el doctor Miras cogía con fuerza pero sin dolor la mano de su mujer Diana, la cual observaba deslumbrada el esplendor amarillo que cambiaba el color de su rostro; el doctor Quero parecía rezar mentalmente, a pesar de su reconocido ateísmo; y los ayudantes, Bruno y Alicia, apoyaban juntos los brazos en una mesa, anhelantes.
Por fin, la luz y el sonido comenzaron a menguar, esta vez con más rapidez. Los investigadores se dirigieron corriendo ilusionados y curiosos, acercándose a la cabina. La compuerta se abrió automáticamente, dejando escapar una neblina densa que impedía ver el interior del receptáculo. El equipo esperaba ansioso un resultado, en especial exitoso. De repente un cuerpo de hombre desnudo surgió de entre la niebla con pasos veloces y ligeros. Se detuvo ante los científicos que lo miraban embelesados. El hombre era magnífico: grande (rayando en la enormidad), musculoso y absolutamente bello en su masculinidad. Tenía un porte orgulloso y sublime que hacía maravillarse a quienes lo contemplaban. Por supuesto y además, su excelso atractivo y sus atributos varoniles despertaban sin remedio el deseo sexual de las dos mujeres del equipo. 
-¿Doctor Miras? –habló el Hombre haciendo salir de su estupor al grupo. Su voz tenía también poder y, al mismo tiempo, era melodiosa. 
-Sí... así es –contestó el científico de modo forzado-. Sabes quién soy, ¿verdad? 
-Claro –respondió el Hombre-, todo el proyecto está en mi mente de una forma muy precisa. Han hecho un excelente trabajo. 
El equipo sonrió satisfecho. La inteligencia superior y prematura del espécimen que habían creado artificialmente era manifiesta. Mezcla biológica y computerizada, su mente había almacenado conceptos y relaciones que sobrepasaban los de un adulto normal, incluso los de un superdotado. Faltaban por comprobar sus otras superiores características: fortaleza, resistencia, inmunidad ante las enfermedades, hipersensibilidad de los sentidos... El experimento buscaba crear al individuo perfecto, a la cumbre de la evolución, aunque esta vez era el ser humano quien ejercía de dios. Y parecían haberlo conseguido, tenían ante sí al animal inteligente supremo. 
-¿Cómo te encuentras? –se preocupó el doctor Quero por su criatura.
-Bien, bien. De hecho, me siento estupendamente, ninguna molestia, todo controlado. En mi conciencia hallo información referente a cansancio, dolor, incomodidad, que suelen soportar los hombres, pero yo no lo experimento. Me noto algo extraño por ello. 
-No tienes porqué –dijo Diana enfrentándose al gigantesco ser desnudo-. Te hemos creado así, perfecto, sin tachas. Contigo surge una nueva era. Tus genes son humanos, si bien mejorados hasta el límite. Otros como tú nos ayudarán a hacer un mundo más bueno, sin enfermedades, ni guerras. Vosotros no cometeréis nuestros errores y la Tierra será un lugar de paz. 
Sin poderlo evitar, Diana había puesto su mano en el pecho musculoso del Hombre mientras le hablaba. Éste observó el gesto de su creadora con extrañeza. Desdeñosamente se retiró de su lado, dejándola algo desconcertada. 
Paseó por entre la maquinaria del laboratorio, para luego inspeccionar con la mirada sus propios miembros poderosos. Parecía dubitativo, ajeno a la atención que despertaba en el equipo.
-He nacido de forma artificial, no soy como vosotros. ¿Cómo moriré? –habló al fin a sus hacedores.
-No lo sabemos –contestó Miras con una risita enmascarada voluntariamente, su "hijo" se hacía las mismas preguntas metafísicas que cualquier humano-. Todo depende de cómo responderá tu organismo. Si todo va bien, creemos que muchos años. Puede que para siempre, quién sabe.
El Hombre miró a su "padre" atraído por su último comentario, aunque no devolvió la sonrisa que éste le ofrecía.
Los científicos estaban sorprendidos de la rara actitud del enorme hombre. Sin embargo lo achacaban en parte a su muy reciente nacimiento tan singular. 
-¡Eres único, excelso! –trató de animarle Diana adulándolo otra vez-. Todo el camino de la evolución está en ti, eres el nivel máximo, el animal sublime. Millones de años de perfeccionamiento biológico acaban contigo. En ti se condensan todos los instintos, las facultades, las mejoras de cada especie. ¡Tú eres la razón de la vida, la meta de la existencia! 
La mujer calló con el rostro embargado de emoción. Todas sus esperanzas se depositaban en aquel nuevo ser y se notaba en sumo grado la admiración y el orgullo que sentía hacia su criatura. 
-Sí, tienes razón –dijo más para sí mismo el Hombre-. Soy superior a todos vosotros, mi raza prosperará en este planeta. Vuestra civilización será historia, ha llegado nuestra hora de reemplazaros.
Mientras los investigadores se turbaban cada vez más, el animal perfecto meditaba por un momento sus propias y últimas palabras.
-¿A qué te refieres? Tú no debes sustituirnos, has de enseñarnos el camino hacia la felicidad. De eso estás hablando, ¿verdad? –intentó corregir Bruno al recién nacido. 
-Es cierto, ahora lo veo –siguió diciéndose el ser sintético como si no le hubieran interrumpido-. Millones de generaciones de especies se engloban en mí, todos sus instintos animales salvajes fluyen en mi interior, de los cuales una ínfima parte es sólo humana. El raciocinio de los hombres es un espléndido regalo, pero solamente uno más. En mi mente predominan la satisfacción de placeres, la búsqueda de recursos y alimento, la defensa del territorio, el sexo y la procreación. ¡La sed de sangre de enemigos! 
El Hombre alzó sus enormes brazos como buscando o recibiendo la gloria. Alicia, asustada al igual que el resto de sus compañeros, retrocedía por reflejo tratando de alejarse y de hallar la protección de Bruno. 
-¡No, te equivocas! –intentó cortar el doctor Miras aquellos desatinos-. ¡Ha debido de haber un error en la información que te codificamos! ¡O tal vez tú no la has interpretado correctamente! Vamos –dijo más tranquilo ahora-, ven conmigo, hemos de hacerte algunas pruebas, intentar hallar el desacierto. Te pondrás bien –el doctor agarró la mano de su criatura para llevarlo consigo-, eres nuestra gran esperanza, no nos falles, recuerda que nosotros te hemos creado.
Por un instante el gigante se dejó dirigir, sin embargo con un fácil movimiento se liberó de su "padre".
-La falla está en ti, no has comprendido nada. La naturaleza se rige por la depredación. Un ser ocupa el puesto del otro con la muerte: voluntariamente a través de la descendencia o a la fuerza, con la caza y el asesinato. La vida es la muerte. La parca es el orden que gobierna la natura, la existencia. El animal grande se come al pequeño y una especie dominante extingue a la otra. Sólo eres basura –terminó diciendo el Hombre mientras levantaba su puño y terrible y sorprendentemente lo amartillaba contra la cabeza de su principal creador.
Ante su enorme fuerza el cráneo de Miras reventó, esparciendo sangre y sesos por los alrededores. Su cuello también se quebró con estrépito, retorciéndose de forma grotesca al tiempo que las piernas le fallaban por la desmedida presión. Todo ello provocó la muerte instantánea del doctor, a la vez que aterrorizaba y repugnaba a los demás integrantes del equipo.
Especialmente su esposa, Diana, se vio afectada por el impensado y horrible homicidio, quedándose paralizada por el miedo y la pena. El Hombre aprovechó este hecho y se dirigió a ella con velocidad, casi como un rayo, sujetando a su "madre" con una mano y arrancándole la cabeza de un monstruoso puñetazo con la otra. La testa ensangrentada y estallada voló en línea recta de manera violenta hasta chocar con los controles y quedarse incrustada.
Bruno y Alicia huyeron corriendo mientras ésta chillaba histérica y horrorizada. De nuevo a una celeridad imposible, el Hombre se interpuso entre ellos y la salida. La chica gritó aún con más fuerza. Bruno intentó golpear al gigante, pero éste detuvo su ataque triturándole la mano sin esfuerzo. Los alaridos de tortura del ayudante sólo cesaron cuando le llegó la muerte después de ser atravesado su abdomen de parte a parte por el descomunal brazo del homicida hombre nuevo.
Mientras se desembarazaba también de Alicia al aplastar despreocupadamente su cuello, haciendo reventar sus venas, sus músculos, sus huesos... fue en busca del doctor Quero, el cual había permanecido de pie en medio de la sala, presenciando con repulsión y pánico la obra del fruto de su proyecto. El Hombre avanzó hacia él de forma resuelta, con la vista fija de un cazador atacando a su presa; en su mirada había odio, furia y sed de violencia, de sangre. Era la satisfacción pretendida del placer más salvaje, animal y primitivo: la destrucción del rival, el triunfo total, la superioridad egoísta. El ente se sentía pleno ante la barbarie; el científico, por el contrario, se hundía en la desesperación, el terror y la rabia (lo único que compartían) ante aquella criatura desagradecida, malvada y asesina que tanto les había decepcionado. Quero cerró los ojos y se resignó. El neonato quedó algo frustrado por la negativa de su víctima a la huida o a presentar batalla, a hacérselo difícil y retador. Sin embargo obvió su desilusión y se deleitó con el ensañamiento mortal que dedicó a su último "padre", más lentamente, saboreando su agonía con cada golpe y cada lesión.
Sin haber sudado una gota siquiera ni notar una brizna de cansancio, el Hombre soltó como un muñeco roto el cadáver del doctor Quero ensangrentado y deshecho. Paseó entonces por el laboratorio, examinando su depravada obra. Vio los cuerpos mutilados y destrozados y se enorgulleció de su victoria, aunque hubiese sido tremendamente fácil. Frotó con placer la sangre ajena que manchaba su propia figura y se sintió por entero colmado durante un momento. No obstante el silencio de la gran sala hizo que le sobreviniera la incertidumbre. Tras paladear sin fruición y extrañado la sensación, se preguntó por qué experimentaba aquello. Se dio cuenta de que estaba solo en ese lugar, por voluntad propia, pero se vio tristemente solitario. "¿Era correcto lo que había hecho?" se preguntó con un asomo de arrepentimiento. Al fin y al cabo ellos le habían creado y le habían amado a priori. Valoró de modo transitorio estos pensamientos, no obstante de nuevo salió de él el animal que llevaba dentro. La mujer de Miras lo había dicho: él era el elegido, él tenía todas las claves; a partir de él, el mundo se regiría bajo sus designios. Su raza sería la predominante y reprimiría a los demás organismos. En ese instante una chispa se encendió en su mente. Surgió de sí otro instinto primigenio que había olvidado en favor de la sed de sangre: la reproducción, el sexo, la libídine. Se percató de que para él era imposible procrear sin una hembra de su especie y se desesperó fugazmente. Desvió entonces la mirada, sonriendo a la maquinaria del laboratorio. De entre los muchísimos conocimientos que le habían codificado sus creadores estaban también los referentes al funcionamiento y proceso del experimento que le había originado a sí mismo.
Entonces soñó. Se imaginó trabajando en los controles, dando forma a otro ser como él. Sólo cambiaría una cosa, los genes sexuales: en vez de XY, programaría XX. Soñó con la Mujer, su compañera, con sus mismas ideas y motivaciones, su gemela casi idéntica. Fantaseó con su cuerpo, perfecto, maravillosamente atractivo en su feminidad; imaginó su bello rostro, sus preciosos ojos, su boca sensual. Soñó con su amor, con un afecto recíproco. Se vio haciéndolo con ella, gozando de su cuerpo y de su piel, de sus labios y de sus zonas íntimas y erógenas. La felicidad se le reflejó de manera intensa en el rostro, planeando un futuro de cariño en común, una vida conviviendo y compartiéndolo todo: proyectos, poder, ¡hijos! ¡Sus amados descendientes! Los científicos también le habían imbuido del afecto filial. Los quería con pasión aun antes de nacer y conocerlos. El Hombre se dejó llevar por el goce de experimentar esos sentimientos, completamente embelesado.
Se dispuso a trabajar de modo febril, sin pausas, tal era su poder de concentración mental y su resistencia física. Incluso a la vez podía permitirse seguir imaginando sus planes de conquista junto a sus próximos hermanos, subyugando a los hombres, destruyendo su civilización. Anhelaba de nuevo la sangre, la violencia, el padecimiento y el miedo de sus enemigos. Volvió asimismo la duda, y una conciencia y remordimientos humanos molestaron su disfrute. ¿Era malo lo que pretendía? ¿Era negativo que su especie prosperara a costa de otros? Terminó deduciendo que no, que la maldad y la bondad no eran definibles con entera exactitud, que dependían del punto de vista en el que se basaran. Lo que era bueno para unos era malo para otros y al contrario. Aunque hubiera tratado de vivir en paz con los hombres, quizás hubiesen sido ellos quienes hubieran intentado exterminarle, por miedo, envidia o incomprensión, qué más da. Convencido al fin, siguió con su tarea, recreándose en lo trascendental que podía llegar a ser un solo ser para la Historia de todo un mundo.

Vuelta atrás

Publicado en www.aullidos.com


Oscuridad. Negrura. Totalidad de negro por ausencia de luz, ni siquiera destellos provocados por ojos cerrados. Ausencia de todo, de materia, la nada.
Sólo consciencia, auto percepción; sí, hay alguien ahí, yo. Me siento, soy yo mismo, estoy ahí, no sé dónde, ni qué me pasa. No veo nada, no siento nada, no siento mi cuerpo, ni mi respiración.
¡¿Dónde estoy?! ¡¿Qué ha sucedido?! ¡No recuerdo...!
¡Espera, distingo algo por fin! Unas formas vagas, no puedo apreciar... ¿Qué es eso?
¡¿Eh?! ¡Soy yo! ¡Puedo verme! ¡Espera, no! ¡Estoy muerto! ¡Sangre! ¡El cuello cortado! ¡Me han asesinado! ¡¿Qué significa...?!
¡Sí, ahora recuerdo! ¡Fue Pablo! Estuvimos discutiendo, peleando ¡y se volvió loco! ¡Sacó su navaja y...! ¡No! ¡No!
¡¿Por qué tuvo que ocurrir?! ¡¿Por qué a mí?! ¡Maldito Pablo! Si pudiera volver atrás... lo arreglaría, ¡acabaría con él antes de que me matase! ¡Lo haría pedazos! Daría lo que fuera porque el tiempo volviese atrás. ¡Lo que fuera!
¡Espera! ¡Está sucediendo! ¡Me levanto! ¡Dejo de sangrar! ¡Estoy vivo! ¡No lo puedo creer!
¡¿Cómo?! ¡El tiempo sigue retrocediendo! ¡Ha sido como un salto imperceptible! ¡Ahora es cuando estamos luchando! Luego sacará el cuchillo.
¡Otro salto! ¡Todo retrocede muy deprisa! ¡Ahora discutimos! Estoy gritándole, pero lo siento como muy lejano, como si no fuera yo, aunque noto que cada vez me integro más, estoy volviendo gradualmente.
Maldito idiota. Todo por su culpa. Aquí es cuando llega a casa y comienza todo. En este momento podría rectificarlo. Si pudiera parar el tiempo...
¡Sí, he vuelto! ¡Estoy dentro de mí! ¡Vuelvo a ver, a sentirme, a respirar, a reír! ¡Vivo! ¡Ha funcionado, no sé cómo!
¡La puerta! ¡Es Pablo! ¡Todo va a suceder otra vez! ¡No! ¡No me matará de nuevo! ¡No lo permitiré!
-Manu, debo hablar contigo. Es muy importante.
-Adelante, pasa al salón.
-Vengo muy asqueado. No soporto más esta situación.
-¡Descuida, lo solucionaremos! ¡Pero no como tú pretendías!
-¡Aaaagggh!
¡Sí, le he golpeado con el martillo que he escondido detrás de mí sin que se diera cuenta! ¡Acabaré contigo, cerdo!
-¡Venías a matarme, ¿eh?! ¡Ja, ja, ja! ¡Han cambiado los papeles!
¡Sigo golpeándole! ¡Y sigo! ¡No debo parar! ¡Él me hubiese asesinado igualmente! ¡Los huesos de su cabeza se rompen! ¡Hay mucha sangre, mucha! ¡Ya no se resiste! ¡Lo he hecho! ¡Está muerto! ¡Bien!
Se ha fastidiado. No contaba con mi vuelta. Debo de pensar en lo que ha pasado. Ha sido muy extraño, sin embargo todo ha salido bien. Es tan increíble...


Oscuridad. Negrura. Ausencia de todo, la nada. No hay nada ahí.
Sólo yo, mi consciencia. No siento nada, pero estoy ahí.
¡¿Qué me pasa?! ¡¿Dónde estoy?! ¡No recuerdo ninguna cosa!
¡Espera! ¡Distingo algo! ¡Puedo ver...! ¡Hay algo ahí!
¡Soy yo! ¡Estoy muerto con la cabeza reventada! ¡Alguien me ha matado! ¡No lo entiendo!
¡Sí, ahora me acuerdo! ¡Ha sido Manu! ¡Me asesinó sin motivo alguno! ¡Yo sólo venía a hablar y él...! ¡No!
¡Si pudiera volver atrás le rajaría las tripas! ¡Daría todo por retroceder en el tiempo! ¡Todo!


-Mi señor Lucifer, tenemos otra petición de vuelta atrás al pasado. Otra alma podría ser nuestra si se lleva a cabo el homicidio.
-Permite el retroceso, diablo esclavo, y luego busca otros asesinatos similares. Tenemos en la mano una fuente inagotable de condenaciones al fuego eterno.
-Como ordene, mi señor Satán.

Tras la puerta

Publicado en www.aullidos.com


La lluvia nos empapaba completamente. Avanzábamos por entre el bosque a paso lento. El mapa indicaba un refugio a doce kilómetros de donde nos hallábamos, así que no teníamos ninguna prisa a pesar del manto de agua persistente que lo anegaba todo. Yo me entretenía mirando las gotas que brincaban desde las deportivas de Mariola cuando las posaba sobre la hierba. Estaba por entero helado, aunque empezaba a acostumbrarme a aquel brete. Pensaba que aún nos faltaba mucho camino, pero me equivoqué. Pedro, que iba el primero, distinguió antes que nadie el caserón. Una de sus torres emergía de los árboles prometedoramente, provocándole una sonrisa.
-¡Eh, tíos! ¡Mirad!
Todos dirigimos la mirada hacia donde señalaba nuestro amigo y corrimos entusiasmados hacia la casona.
El gran porche de la entrada sirvió de freno para el chaparrón. Cada uno intentó secarse como pudo. Susana se peinaba con los dedos su larga y maravillosa melena rubia de forma muy parsimoniosa. Mariola apretaba el pelo de Caro para extraerle toda la humedad mientras ésta se quejaba, dolorida, de los tirones que le daba. Pedro y yo (Teo, por si alguien quería saberlo) nos enjugábamos la cabeza bobamente con las camisetas también empapadas.
-Menos mal que hemos encontrado esto. Si no hubiéramos tenido que andar unas horas más –habló Pedro.
-Sí, ha sido una gran suerte –comentó Susana complacida.
A mí no me importó mucho estar mojado en ese momento, porque mi atención fue requerida por otra cosa. La puerta principal del caserón estaba llena de arañazos de unos dos milímetros de hondura. Supuse que sus habitantes habrían tenido problemas con algún animal. Mientras tanto Susana usaba el reflejo de la ventana como espejo para seguir peinándose, hasta que de pronto una imagen apareció tras el cristal haciendo que la chica saltase hacia atrás.
-¡Aaaahhh! –gritó espantada.
-¡¿Qué pasa?! –exclamé.
-¡Había alguien en la ventana y me estaba mirando!
Me acerqué a observar, pero no dio tiempo a nada. La puerta se abrió y una figura de mujer anciana surgió en el umbral.
-Buenas noches, niños. Hace un tiempo infernal, ¿verdad? –habló la vieja con una voz entre inquietante y cómica.
Permanecimos sin saber qué decir. La abuela tenía un aspecto más diabólico que el clima. Su cuerpo se retorcía sobre sí mismo y su rostro era una horrible máscara deforme por la longevidad.
-Debéis estar helados. Pasad y calentaos.
Uno a uno fuimos introduciéndonos en el caserón. Por dentro parecía un lugar angosto y oscuro, lo que nos sobrecogía. Al fin nos situamos cerca de la chimenea para tratar de secarnos. La anciana después nos sirvió insólitamente una excelente comida, tras lo cual se retiró dejándonos solos.
-¿Qué os parece? –preguntó Caro.
-¡Es horripilante! –le contestó Susana.
-Sí, pero por lo menos es hospitalaria –dijo Pedro-. Intentad ser amables y tal vez consigamos dormir aquí.
En ese instante y de improviso un grito infrahumano recorrió toda la casa, llegando raudo hasta nosotros.
-¡¿Qué ha sido eso?! –prorrumpió Caro lo que todos pensábamos asustados.
Sólo le respondió el silencio.


La cena terminó y nos acostamos en los sacos de dormir allí mismo, en la sala de la chimenea, sin el permiso de la esfumada vieja. No tardamos bastante en quedarnos mudos y todos parecíamos dormir. Pero yo no lograba conciliar el sueño. Aquel chillido persistía en mi memoria. ¿Qué podría haberlo causado? Sentía deseos de averiguarlo, y no era el único por lo visto. Mariola se incorporó dentro de su saco, miró a su alrededor y se levantó con cuidado de no hacer ningún ruido. Yo la vigilaba con los ojos entrecerrados mientras se calzaba y abandonaba la estancia. Entonces salí de mi lecho y fui tras ella.
Volví a verla en el pasillo. El haz de su linterna se movía por todas las paredes por donde pasaba. Poco a poco una melodía empezó a destacarse del silencio. Se trataba de alguien que cantaba y que se aproximaba al mismo tiempo. Mariola apagó su luz y observó en su derredor buscando donde esconderse. Corrí hacia ella, la cogí de un brazo sorpresivamente y la llevé detrás de unas cortinas, tapándole la boca para que no gritase.
-¡Aquí! –le susurré con el ánimo de que me reconociera y se calmara.
La anciana asomó por el pasillo. Era ella la que canturreaba. Portaba una bandeja con un vaso, cubiertos y un plato en una mano y una vela encendida en la otra. Gradualmente la vimos alejarse.
-¿Qué haces aquí? –me preguntó Mariola mientras se quitaba mi mano de su preciosa boca.
-Lo mismo que tú, echar un vistazo –respondí.
-Casi nos coge.
-Sí, casi. ¿Qué te parece si la seguimos?
-Vale –concluyó ella con una sonrisa traviesa.
Comenzamos a avanzar tras la anciana, persiguiendo la luz que desprendía su candela hasta bajar unas estrechas escaleras. En eso, desapareció de nuestra vista.
-¡Maldita sea! ¿Dónde se ha metido? –dije.
-Debería estar aquí.
-¡Un momento! ¡Vuelve a oírse cantar a la vieja!
Comenzamos a correr hacia delante, huyendo de la voz que se acercaba cada vez más. A nuestra izquierda apareció una puerta y fuimos hacia ella.
-¡Está cerrada! –protesté quedamente.
-¡Por allí! –dijo Mariola mientras señalaba el pasillo que se torcía a la derecha.
Doblamos la esquina, sin embargo un muro se oponía a que siguiéramos progresando. Nos hallábamos acorralados.
-¡Demonios! –se quejó mi acompañante.
Saqué la cabeza para ojear y pude ver a la dueña del caserón detenerse ante la puerta que habíamos intentado abrir.
-¿Cómo estás hoy, pequeño bastardo? –habló la anciana conforme dejaba la bandeja en el piso-. Espero que bien. Deseo que te hayas sentido a gusto estos seis años disfrutando de mi hospitalidad. ¡Ja, ja, ja, ja!
La anciana continuaba riendo a la vez que se perdía de nuevo por los corredores. De repente surgió una mano por un agujero de la puerta a ras de suelo y cogió la comida.
-¡Dios mío! ¡Tiene a alguien encerrado ahí dentro! –dije a Mariola.
-¡¿Qué es lo que dices?!
-¡Te lo aseguro! ¡He visto a una persona coger la bandeja desde dentro!
-¡¿Quién puede ser?!
-No lo sé, pero voy a averiguarlo.
Salimos de nuestro escondite y pasamos por delante de la celda. Hice un amago de decirle algo al prisionero del interior, mas preferí ir detrás de la anciana.
-¡Eh, oiga! ¡Usted! –le grité.
Mariola corrió tras de mí y enseguida la alcanzamos.
-¡Eh! –la llamé otra vez.
-¡¿Qué es lo que pasa?! –dijo la vieja-. ¡¿Qué hacéis levantados?!
En ese intervalo los demás llegaron deprisa. Se habían despertado con mis gritos.
-¡¿Qué sucede?! –preguntó Pedro lo que sin duda todos querían saber.
-¡Esta pájara tiene un tipo recluido en el sótano! –les expliqué.
-¡¿Qué?! –dijo Caro.
-Oh, ¿es eso? No debéis preocuparos, niños. Ese hombre tiene el castigo que se merece –habló la anciana.
-Pero ¡¿acaso es verdad?! –interrumpió Pedro-. ¡¿Tiene encerrado a un hombre?!
-Por supuesto, aunque ya os he dicho que...
-¡¿Desde cuándo?! –volvió a espetarle Pedro.
-Bueno, hace tiempo ya de eso.
-¡¿Cuánto?! –insistió encolerizado.
-Seis años –fui yo quien respondió.
-¡Seis años! –gritó Susana.
-¡Dios mío! –dijo Caro.
-¡¿Y se puede saber por qué?! –pregunté entonces.
-Ese hombre no es humano. Es un monstruo. Ha matado a mucha gente. Ahí es donde ha de estar.
-¿Lo sabe la policía? Vaya pregunta tonta –pensó Pedro en voz alta.
-No –contestó ella-. ¿Por qué tendrían que saberlo?
-¡Está usted loca! ¡No puede encerrar a nadie a pesar de que sea culpable!
-¡Ahí abajo está seguro! –chilló la vieja-. ¡Además es peligroso abrir la puerta, muy peligroso!
-Para usted sola puede que sí, pero para nosotros no. Lo llevaremos a las autoridades.
-¡No! ¡No podéis hacerlo!
-Pedro, ¿no deberíamos llamar a los maderos? Dejemos que ellos se encarguen –intervino Mariola, estremecida.
-Tal vez lo hagamos, aunque quiero oír lo que dice ese tipo –respondió éste, quitándole la vela a la anciana y yendo hacia las escaleras.
-¡No, no lo hagáis! –volvió a gritar ella.
-¡Apártese! –dijo Pedro mientras le daba un empujón y la hacía caer.
Le seguimos hacia abajo, entretanto Mariola se quedó para ayudar a la vieja.
-Tranquilícese, señora. No va a pasar nada.
-No abráis esa puerta. Moriremos todos –dijo la anciana conforme las lágrimas le inundaban los ojos.
Mariola se extrañó de su sinceridad aparente y echó a correr para intentar evitar la apertura de la inquietante mazmorra.
-¡No, esperad!


Pedro, ya en el sótano, caminó decidido hacia la puerta.
-¡Eh, oiga! ¡Vamos a sacarle de ahí! –dijo ansiosamente al prisionero.
-¡Aguarda! –le previne de nuevo-. No sabemos si la vieja no miente.
-A lo mejor dice la verdad, pero quiero escuchar la opinión de este hombre. ¡Eh, usted! ¡¿Me oye?!
Quedamos en silencio esperando una respuesta que no se dio. Sólo pudo oírse el roce contra el suelo de unos pies que se aproximaban a nosotros.
-¡Eh, amigo! ¡¿Me escucha?! –volvió a preguntar Pedro sin contestación.
-Quizá no haya nadie o sea un perro –argumentó Caro.
-Yo vi a un hombre perfectamente. Bueno, su mano –me defendí.
-¡Vamos a comprobarlo!
Pedro comenzó a abrir los cerrojos sin dar tiempo a reaccionar a ninguno. Poco a poco la puerta fue perdiendo seguridad a medida que mi amigo se esforzaba con el óxido que la recubría.
-¡Quietos! ¡No!
Mariola apareció en las escaleras con el brazo en alto tratando de impedir que se abriera la última llave. Pedro la miró y pensó en detenerse, pero de manera inconsciente sus dedos terminaron la labor. La puerta se abrió como ávida de hacerlo por llevar tanto tiempo pegada al marco. Mi amigo se echó hacia atrás en acto reflejo mientras la voz de la anciana se escuchó fuerte desde el piso de arriba. Gritaba de terror. Parecía haber adivinado lo que nefastamente había acontecido.
La entrada, al fin de par en par, dejó entrever la oscuridad de dentro de la habitación. Brotó con ella también un olor repugnante a excrementos. Una figura humana podía distinguirse al fondo, una forma que avanzaba gradualmente hacia nosotros. Mirábamos con los ojos entrecerrados intentando discernir qué era aquello. Un deseo de huir corriendo se apoderó de mí, de ponerme a salvo. Sin embargo no hubo tiempo. La vieja tenía razón. Había enjaulado a un monstruo tras aquella puerta. Un monstruo con forma de hombre y sediento de sangre. Un monstruo con respiración inhumanamente ronca y cubierto de un horrendo vello profuso. Un monstruo que en un segundo nos mostraría su espantoso semblante. Un monstruo que sin remedio nos mataría a todos.