domingo, 18 de septiembre de 2016

Los elegidos



Editado en la web del Concurso de Ciencia-Ficción Novelistik (Premio Mórbido).


 

CAPÍTULO 1: LA CONVOCACIÓN

            Benjamín, como varias veces todos los días a lo largo de su corta vida (15 maravillosos años), alargó el brazo y pulsó el botón de la tele con el dedo. Como siempre, pudo notar la leve resistencia del mecanismo y oír el chasquido característico del aparato al ponerse en funcionamiento.
            Mientras la nunca igual imagen tardaba en aparecer como mágicamente en la hasta ahora (y siempre en realidad) negra pantalla, Benjamín le daba la espalda ignorándola por el momento para sentarse con comodidad en el sillón. Sabía que cuando dirigiera la vista hacia donde apuntaba la butaca volvería a darse para él el mundo virtual incansablemente cambiante que le había maravillado, entretenido y enseñado durante toda su existencia.
            La oferta aleatoria de ese instante resultó ser una infantil y aburrida serie de dibujos animados. Con brusquedad se estiró para agarrar el mando a distancia que había esperado en la pequeña y baja mesa de superficie cristalina. Cambió con decisión, sin compasión alguna, hacia delante en la secuencia de canales: 4, 5, 6, 7, 8, 9… Todo era una lata, como casi siempre.
            Había pasado un día horrible en el instituto. Las clases y los profesores le eran insoportables, y en el escaso tiempo libre sólo habían podido (él y los tres amigos de su panda habitual) aburrirse como una ostra, esforzándose infructuosamente en idear algo divertido para matar el rato. El silencio denunció su agobiante falta de imaginación y se dedicaron a su pasatiempo más acostumbrado: la visualización ávida de las chicas guapas que pasaban por su campo de observación. Cuando sonó el timbre que anunciaba la siguiente clase, ni siquiera hablaron de verse por la tarde, después del instituto, para continuar hastiándose juntos.
            Así que Benjamín volvió a casa dispuesto en principio a echar un rato con la caja tonta. Tras muchos cambios y dar algunas oportunidades a un par de canales, quedándose con ellos varios minutos para luego volver a zapear, una palabra entre líneas dentro de la presentación de un programa por parte de una voz en off llamó su atención poderosamente. La palabra señuelo fue “OVNI”. Era el típico espacio de entrevistas a gente rara con presentador baboso. Benjamín, alguna que otra vez, le había echado un vistazo. Solían salir locos, gays emplumados, mujeres cornudas, golfillas macizas, guapitos a la moda y toda esa caterva contando sus inmundicias y estupideces varias. Esta vez anunciaban que iban a entrevistar a un chiflado que decía haber sido abducido por extraterrestres.
            Benjamín arrojó sonriente el mando a la mesa, encima de las numerosas revistas amarillas de su madre. Algunos de esos chalados daban mucha risa y quería saber en este caso cuánta.
            El plató del programa era el habitual: paredes falsas de color celeste suave, un gran sillón rojo al lado izquierdo de la pantalla y un sofá beige en el otro extremo. El locutor empalagoso, con riguroso traje azul y pelo poblado aunque blanco, sonreía artificialmente con el guión en una mano. Un único ocupante hundía una punta del blando sofá.
            -Muy buenas tardes. Como ya han escuchado en la presentación, hoy entrevistamos en exclusiva al hombre que nos va a dar la noticia más importante de la Historia desde que Jesús vino al mundo. ¿No es así, señor Milán? –se dirigió a su invitado el presentador con otra sonrisa forzada y un exagerado movimiento de cabeza.
            -Pu… pues… así es –respondió éste algo impresionado por las cámaras.
            Benjamín sintió un poco de vergüenza ajena. Aquel pobre hombre lucía un aspecto demasiado sencillo: pantalones de pinza y zapatos con cordones ambos marrones, camisa blanca de cuadros debajo de un chaleco de lana, peinado chapado excesivamente corriente, y reloj de agujas con correa de cuero. Un tipo normal, salvo por la mirada perdida en la locura y las sandeces que decía.
            -¿Bien? Cuéntenos su historia, amigo. Usted fue secuestrado por unos alienígenas, ¿no es cierto? –volvió a intervenir el baboso.
            -Sí, exactamente –pareció animarse el lunático, acomodándose en el asiento al salir su tema favorito, otra oportunidad más de contar por enésima vez su increíble relato-. Iba yo conduciendo de noche por una carretera comarcal. Tenía sueño y me esforzaba por no dormirme al volante, arriesgándome bastante, la verdad. Pero es que debía quedarme una media hora para llegar a mi destino, así que intentaba aguantar, pues ya lo había logrado otras veces. Bueno, entonces algo me ayudó a espabilarme: una extraña luz en el cielo, justo enfrente de mí, en el horizonte.
            -¿Un OVNI? –interrumpió el presentador interesado en apariencia, siguiendo la corriente a Milán de forma hipócrita.
            -Eso pensé al principio, porque se movía suspendido en el cielo y era demasiado grande para ser un avión. Reduje la velocidad para poder vigilarlo más fácilmente. Estaba maravillado. De pronto el OVNI pareció detenerse y aumentar de tamaño, sin embargo lo que estaba pasando en realidad era que había cambiado de rumbo hacia donde yo me dirigía.
            -¿Y qué pasó entonces? –volvió a intervenir el empalagoso, visiblemente divertido y sonriendo con complicidad a la cámara-. Cuente, cuente.
            -A pesar de la lejanía, en pocos segundos estaba ya encima de mí, ¿sabe? Había ido iluminando todo a su paso con un tenebroso fulgor azul, y ahora se había parado y alumbraba a mi coche y a mi persona. Era enorme, aunque emitía un débil zumbido. Me detuve yo también en medio de la carretera, atónito, y bajé del auto. La gran bola empezó a descender conforme su luz se debilitaba. Entonces distinguí la nave.
            -¿Cómo era? ¿Se trataba de un platillo volante? –dijo el presentador otra vez con ironía.
            -No exactamente –contestó Milán aún no contrariado por las interrupciones y por la actitud sarcástica de su interlocutor.
            El público del plató reía asimismo con levedad los comentarios más disparatados del presunto abducido. Benjamín, desde su casa, compartía el regodeo, ya no se sentía mal por la idiotez de aquel hombre ridículo.
            -Era más bien esférica, pero no lisa… No sé, muy rara. Se posó, abriéndose una compuerta. Como en un sueño, me acerqué lentamente. Y subí a bordo.
            -¡¿Cómo?! ¡¿No sintió miedo?!
            -No, en absoluto. Había algo tranquilizador que parecía emanar de aquel ingenio, como una especie de llamada.
            Milán contuvo su relato. Sabía que había llegado al clímax. Le creyeran o no, ahora le instarían a continuar. No importaban las burlas iniciales o finales, la curiosidad de sus oyentes era demasiado poderosa, y se deleitaba de aquel instante suyo de dominio total.
            -¿Bien? ¿Y qué pasó? –impelió al final el baboso, presionado por la impaciencia y el interés. El público y el equipo aguardaban en silencio, expectantes. Milán saboreó su atención extrema una última ocasión.
            -Pues que allí estaban.
            -¿Quiénes? ¿Quiénes estaban?
            -Ellos. Eran ellos.
            -Explíquese mejor, no tenemos mucho tiempo –interpeló el presentador, algo molesto ya con aquel fantasma.
            -Eran muy hermosos: altos, luminosamente blancos, muy delgados. Se movían con delicadeza y me condujeron de la mano hacia el interior de la nave. Después sólo recuerdo cosas sueltas: imágenes, sensaciones, placer…
            -Adelante, siga, siga -animó aquel hipócrita, imaginándose cómo subían sus índices de audiencia-. Se refiere a goce sexual, ¿verdad?
            -Sí. Empezaron como a examinarme. Tocando todo mi cuerpo, cada centímetro. Me desnudaron y me acariciaron toda la piel, toda.
            La tensión creció en el público del plató ante el asunto estrella de cualquier televisión y coloquio. Benjamín separó su espalda del sillón, apoyando los codos en las rodillas.
            -Los tocamientos fueron centrándose en determinadas partes. En ese momento intenté resistirme, pues aquella situación era verdaderamente extraña. Fue entonces cuando me di cuenta de que esos seres en concreto eran hembras, su entrepierna no dejaba lugar a dudas y de su pecho sobresalían como unos senos. No sé bien si desde el principio habían sido así, pero yo ya estaba muy excitado y… bueno… me dejé hacer.
            -¡Fantástico! ¡¿Y cómo fue la experiencia?! –dijo el presentador, incitado por el morbo.
            -Bueno… imagínese… con varias féminas a la vez… No tengo muchos recuerdos concretos, aunque sí que no he olvidado un deleite muy, muy intenso. Y duradero, muy duradero. Debieron afectarme en algo, para potenciar mi virilidad, supongo. Nunca había disfrutado tanto haciéndolo, de veras.
            -Fascinante. Bien, más tarde les informaremos del lugar exacto donde nuestro invitado fue, según él, abducido y donde vivió este hecho tan agradable, por si nuestros telespectadores deciden personarse allí a ver qué pasa, ja, ja. Es hora de despedir a nuestro amigo y de pasar a publicidad.
            -¡Pero, espere! ¡Eso no es lo más importante! ¡Ellos me hicieron saber algo! ¡Un mensaje! ¡Debo decirlo!
            -Lo siento, señor Milán, el tiempo en la televisión…
            -¡No! ¡Escuchen! ¡Ellos volverán! ¡Dentro de nueve días al anochecer habrá un nuevo avistamiento en el mismo sitio! ¡Vendrán para llevarse a algunos de nosotros a su planeta! ¡Nos enseñarán su tecnología, su sabiduría y viviremos para siempre como ellos! ¡Seremos inmortales!
            -Disculpe, pero tenemos que cortar.
            -¡No, déjeme! ¡Debo hacer que me crean!
            Los murmullos de asombro de los espectadores en directo fueron entremezclándose con risas cada vez más estentóreas. Milán se levantó de su asiento, acercándose a las cámaras.
            -¡De aquí a nueve días! ¡Vengan! ¡Podrían ser los elegidos! –dijo, sujetando con fuerza uno de los objetivos.
            En ese instante, miembros de seguridad del programa lo agarraron vigorosamente, provocando más carcajadas en el respetable. Benjamín aplaudía y saltaba del sofá, entusiasmado.
            -¡No soy un perturbado! ¡Suéltenme! ¡Han de venir! –se esforzaba en gritar Milán mientras lo sacaban a rastras del plató.
            -Todo un carácter, ¿no es cierto? –habló el presentador, recuperando su compostura como un buen profesional-. Ya lo han oído, dentro de nueve días, si quieren pasar un buen rato con una marciana, o con un marciano, como ustedes prefieran, ja, ja, ja. Luego seguiremos con otras excitantes entrevistas en nuestro programa, como la de una mujer que dejó a su marido por el perro de él, o sea, por su mejor amigo. ¡No se lo pierdan y no cambien de canal!
            Benjamín, por supuesto, no hizo caso. Zapeó otras cuantas veces para después levantarse e ir a orinar. A la vez que lo hacía, decidió que se haría un bocadillo y seguiría viendo el programa. Tenía curiosidad por saber el sitio exacto de la abducción y la posible nueva llegada. Se decía a sí mismo que no había creído a aquel tarado. Pero la tele enganchaba una barbaridad.

CAPÍTULO 2: EL ADVENIMIENTO

            Se congregaron unas cuarenta personas en aquella carretera solitaria, un pedazo de asfalto cercano a la ciudad aunque de muy escasa circulación. La manada humana la componían cuatro arquetipos de gente, más o menos. Había enfermos con sus familiares; hombres y mujeres desahuciados, incurables, que sólo conservaban un poco de fe en su propio dios y ahora en aquellos extraterrestres prometidos. En la profecía de aquel loco veían su última esperanza de cura y aguardaban ilusionados mirando al cielo, buscando. Eran inválidos en sillas de ruedas y tetrapléjicos en camillas, acompañados de parientes y enfermeras. Eran enfermos de cáncer, sida… plagas que la moderna Medicina todavía no sabía contrarrestar del todo. Eran ciegos, sordos, niños y hombres maduros con parálisis cerebrales, todos (excepto estos últimos) con la agonía del sufrimiento físico y psíquico, hartos de luchar y de vivir en ese estado, con la esperanza y la credulidad como únicas defensas.
            Otro grupo lo formaban los típicos flipados de lo paranormal: amantes de los ovnis, sectas religiosas que adoraban a los alienígenas, falsos y locos videntes, hippies pacifistas con demasiados ácidos en su vida… Rezaban al cielo y cantaban, vestían ridículamente túnicas brillantes y grandes medallones, blandían sables láser de juguete, disfrazados de Darth Vader, y llevaban pancartas con mensajes de paz y bienvenida para los extraterrestres y con invitaciones sexuales también para ellos. Algunas chicas danzaban medio desnudas y completamente drogadas, acariciándose el cuerpo. Muchos hombres las jaleaban, entusiasmados y con erecciones.
            Casi todos estos últimos pertenecían al grupo de los curiosos, los cuales no creían para nada lo que allí se esperaba que sucediese. En su mayoría venían de la ciudad y de los pueblos vecinos, aunque algunos habían viajado muchos kilómetros en busca de jolgorio morboso. Se reían y burlaban de los freakies, participando satíricamente en su fiesta. El alcohol circulaba en grandes cantidades, lo que les hacía bailar rodeando a las hippies y a las sectarias. Algunos roces de más provocaban algún conato de pelea, pero el objetivo singular de la reunión calmaba los ánimos.
            Al fin, el cuarto grupo, el más reducido, era el de los periodistas, que se dedicaban a sus quehaceres de realizar preguntas a los asistentes en sus distintas facciones, y de grabar en imágenes y sonido todo cuanto iba aconteciendo y a acontecer.
            -Nos encontramos en esta apartada zona de carretera esperando, al igual que todas estas personas, lo que quizás vaya a ser la noticia más importante de la Historia, el contacto por fin con seres de otro planeta.
            «Llevamos ya más de una hora aguardando infructuosamente y los ánimos empiezan a caldearse. Puede notarse en el aire la energía de toda esta gente: desesperanza y rabia por una parte, y escepticismo y fiesta por el otro. Les ofrecemos ahora alguna de sus distintas impresiones.
            «Corta, Juan. Luego insertaremos trozos de entrevistas –remató la periodista fuera ya de grabación.
            Sumergiéndose en aquel mar humano, la reportera interrogaba casi al azar, pasando de una persona a otra según su conveniencia intuitiva.
            -¡Son dioses! ¡Nuestros padres! ¡Vendrán a salvarnos de este mundo y esta sociedad corruptos! ¡Ellos nos crearon! ¡Venid, venid, hermanos celestiales!
            -¿Que si vendrán? Nooo… es una bobada. Todos estos tíos están tocados. No saben qué hacer con sus vidas y buscan su camino en el espacio, hay que ser imbécil. Nosotros hemos venido para reírnos de ellos, porque no creemos en esas tonterías. Míralos, son patéticos.
            -Estoy muerto, ¿sabes? Ando, respiro, hablo, pero por dentro estoy podrido. No me queda mucho. El cáncer se ha extendido demasiado y ya no tengo esperanzas... sólo ellos, si de verdad van a venir. Siempre he sido un incrédulo para todo, únicamente contaba para mí lo que veía y tocaba. Sin embargo ahora no tengo muchas más opciones, ¿verdad?
            -El fenómeno OVNI es real, por mucho que quieran ocultarlo las potencias y los militares. No estamos solos en el universo, es lógico, y nos están continuamente visitando. Yo mismo he visto luces extrañas varias veces y conozco a mucha gente que también ha realizado avistamientos. No sé si hoy y aquí aparecerán, están tardando demasiado, pero aunque no sea así debemos seguir alertas para confraternizar con ellos. Tienen tantas maravillas que enseñarnos…
            -Mi hijo lleva cinco años atado a una cama por un accidente de coche. Se partió el cuello y ha llorado muchas, muchas veces por haber sobrevivido de esta forma. Él desea la muerte. Yo quiero que viva, que no me deje, si bien es una carga muy grande para mí. Pero no me importa y le cuidaré siempre. No sabíamos si venir, muchos se reirán de nosotros. Ojalá vengan los extraterrestres y se lleven a mi chico, lo curen y me lo devuelvan. Si no, me iré yo con ellos del mismo modo. Dios, cuánto lo necesitamos.
            -No preocuparse. Vendrán. Así me lo dijeron y ellos no mienten. Los más perseverantes y creyentes serán los elegidos.
            -Pero, señor Milán, pasan ya dos horas de la cita establecida. La gente no aguantará mucho.
            -Señorita, acabo de decirle…
            -¡Eh, embustero! ¡¿Dónde están tus marcianos?! ¡Te han dejado tirado, cretino!
            -¡Sí, ladrón! ¡Has jugado con las ilusiones de mucha gente!
            -¡No! ¡Milán es nuestro hermano, nuestro profeta! ¡Es el enviado de los dioses estelares!
            -¡Subnormal! ¡Sólo existe un dios y ése es…!
            -¡Vete a tomar viento tú y tu dios!
            En un instante, una enorme pelea se improvisó en el lugar. Los fanáticos se golpeaban con los incrédulos. Los enfermos rehuían el combate junto con sus familiares y algunas amables ayudas. Los periodistas, en cambio, tomaban entusiasmados buena cuenta de la "estupenda" noticia.
            La violencia llegó a extremos. Incluso algunos de los participantes de ambos bandos se horrorizaban y acobardaban ante el salvajismo con el que se estaban empleando algunos de los combatientes. Todos pudieron ver fracturas escandalosas, pateos inmisericordes sobre víctimas caídas, hombres armados con botellas rotas y navajas… El público asistente (corresponsales y gente pacífica) observaban repugnados el grave cariz que estaba tomando la situación. Milán, por contra, era testigo con una mezcla de indiferencia y complacencia.
            -¡Eh! ¡Mirad! ¡Han llegado!
            Al principio sólo unos pocos distinguieron entre el tumulto la voz de aquel niño que señalaba al cielo. De manera gradual más personas iban desinteresándose de la contienda y gritaban de entusiasmo ante la visión. Muy rápidamente, las desavenencias quedaron relegadas debido a la maravilla que descendía hacia ellos. Todas las cámaras apuntaron en la misma dirección. Una luz azul redonda, cada vez más inmensa, se movía casi en silencio y a gran velocidad.
            -¡Era cierto! ¡Están aquí! –se pasmó uno de los más bromistas suspicaces. No podía creer lo que veía.
            -¡Es un truco! ¡Sólo es una luz! –se resistía aún el cura de un pueblo próximo.
            -¡Hermanos estelares! ¡Aquí estamos! ¡Somos los elegidos! –habló una guapa hippie con los ojos colmados de lágrimas.
            En un momento todas las facciones fueron una. Solamente existía ya un grupo de personas, el de los creyentes. Miraban asombrados mientras la luz bajaba en potencia y comenzaba a vislumbrarse por fin la nave, la cual aterrizaba con facilidad al lado de ellos. Milán sonreía, satisfecho por completo.
            El ingenio permaneció quieto, pero siguiendo en funcionamiento. Despedía nubes gaseosas que, mezcladas con las luces todavía activadas, permitían entrever a los maravillados humanos una tecnología alucinante. Algunos valientes se adelantaron a tocar el caliente metal para corroborar la realidad material de aquella más que probable alucinación colectiva.
            -¡Milán, decías la verdad! ¡Han venido! ¡¿Qué tengo que hacer para ser un elegido, eh?! –preguntó uno de los muchachos vestido con una extravagante túnica, quien posó su mano sobre el hombro del abducido para llamar su atención y obtener una respuesta. No obstante, la cara del chico reflejó instantáneamente un aborrecedor pánico.
            -Ya eres uno de los escogidos, al igual que todos los demás –contestó Milán con una voz distinta, cavernosa. Su faz también había mudado de forma monstruosa. Increíblemente su piel había adquirido un leve matiz rojizo con protuberancias que asemejaban escamas de reptil. Sin embargo la mutación más horripilante se dio en sus ojos. De colores variables y fulgurosos, las retinas eran las de una víbora, estrechas y verticales, y reflejaban una ferocidad y una enajenación extremas. Ante el horror del muchacho, la cosa que había sido Milán se carcajeó como sólo una bestia (si pudiera) lo haría, exhibiendo, orgullosa, unos exagerados dientes aserrados.
            -¡Dios santo, no! ¡No! –gritó aterrorizado el chico a la vez que se echaba hacia atrás, medio ocultando con su mano la repugnante imagen. Algunos de los elegidos advirtieron la extraña escena y se percataron asimismo del inquietante aspecto del abducido.
            -¡¿Qué demonios…?! ¡Algo raro está pasando! ¡Huyamos! ¡Salgamos de aquí! –gritó una anciana contagiada de miedo.
            -¡Silencio, cerda! –se adelantó como un rayo Milán, golpeando a la vieja para evitar que diera la alarma. Ante el estupor amedrentado de los presentes más próximos, la mujer cayó muerta con la garganta y parte del rostro ambos completamente desgarrados y sangrantes. Miraron entonces horrorizados a su asesino, quien agitaba desafiante sus recién estrenadas y enormes garras, de las cuales chorreaban viscosas y abundantes gotas de roja sangre.
            La maniobra atemorizadora del abducido no dio resultado y se originó una instantánea y espontánea desbandada histérica, aunque ya tardía en exceso. La plataforma de la nave bajó, descubriendo la intensa y cegadora luminosidad de su interior. Los elegidos ajenos al reciente episodio Milán gritaron apasionados ante el cercano advenimiento. Tras varios segundos de un mutismo de extrañada espera, súbita y sobrecogedoramente empezaron a surgir de todos los lados de la abertura decenas de criaturas veloces que saltaban sobre los atónitos escogidos. El terror ahora sí se generalizó debido a la verdadera deformidad asquerosa de los alienígenas prometidos, puesto que aquellos "seres de amor" iban causando una horrible muerte a sus favorecidos, devorándolos aún vivos de modo poderoso e inmisericorde. Llegó la estampida, mas los extraterrestres eran demasiado rápidos, numerosos y hambrientos. En pocos minutos darían buena cuenta de la débil pitanza humana.
            Milán, entretanto y por entero complacido, caminaba entre medio de la matanza sin visos de lástima o arrepentimiento. Les había engañado a la perfección, les había prometido bellos ángeles cariñosos y les había traído demonios asesinos, les había asegurado inmortalidad y paz y les había dado muerte y odio, les había garantizado la esperanza y les había estafado con la perdición. A su alrededor los elegidos daban alaridos de agonía o yacían inertes mientras sus depredadores los engullían de manera rápida y concienzuda. Sus tentáculos viscosos se aferraban a los cuerpos de sus presas, su ingente boca dentada mordía trozos de carne incansablemente y sus fríos ojos se mantenían fijos en su alimento, nada era más importante.
            Los tetrapléjicos, ante su total (y desconcertante para los alienígenas) falta de resistencia, se les empezaba a comer por las tripas y demás vísceras. Algunas madres lloraban, no sólo por su propio sufrimiento, sino también al escuchar los gritos suplicantes de sus hijos. Su admirable o estúpida fe había desaparecido y solamente les quedaba la resignación y la tortura.
            Los adoradores y seguidores de los ovnis experimentaban sentimientos contradictorios. Aparte de la inevitable agonía, unos descubrían con mucho dolor que sus dioses o hermanos siderales eran despiadadamente muy parecidos a sus propios semejantes. Otros, por el contrario, veían que su búsqueda de conocimiento y su convicción de la existencia de otras formas de vida inteligente habían alcanzado la confirmación tanto tiempo ha anhelada. Por desgracia no podían celebrarlo ni tampoco lo deseaban, al tener que soportar su propia consumición.
            Las restantes víctimas rechazaban categóricamente que se les hubiera tratado como a elegidos. Ellos no habían creído en ningún momento al abducido, así que no debían formar parte de su farsa. Sólo se encontraban allí por motivos de trabajo o para pasar un rato divertido. Por supuesto no habían venido a "relacionarse" con marcianos, ni mucho menos a marcharse a las estrellas digeridos dentro de sus estómagos. Ellos no tenían que pasar por aquello; no, señor. Ocupados como podían en éstas y otras cavilaciones similares, periodistas y curiosos se convulsionaban desesperadamente indefensos conforme los monstruosos alienígenas roían sus huesos, sorbían sus encéfalos y bebían su sangre.
            Dentro de la nave, Milán echó un último vistazo a aquel infierno terrenal, satisfecho por el trabajo bien hecho. Él, en efecto, había sido abducido, versado en la ciencia extraterrestre y además transformado en inmortal. El precio había sido su humanidad y tener que atraer víctimas para sus hambrientos amos mediante anuncios de venidas y promesas de vida eterna. Aquellos extraterrestres habían acabado con los recursos de su mundo y de otros millones más. Ahora le tocaba el turno a la Tierra. Gradualmente, las venidas serían más frecuentes e importantes. Pronto sólo quedarían unos cientos de habitantes en el planeta que serían conservados vivos para engendrar nuevas presas tras miles de siglos. Lo mismo habían hecho ellos con anterioridad, alimentándose de la mayoría de los dinosaurios, pero dejando un cierto número para que siguiesen procreando y evolucionando. Los nuevos terrestres dominantes eran más pequeños (una lástima), con mucha menos carne, si bien más endebles y fáciles de congregar y matar.
            Algo atrajo la atención de Milán que le recordó que no todas sus promesas habían sido cumplidas en parte hasta el momento. Sonreía mientras rememoraba su augurio de que los elegidos practicarían el sexo con los alienígenas. Ni siquiera a él eso se le había dado (aunque sí las restantes ofertas). No obstante, delante de sus ojos, el último presagio se hacía realidad, por lo menos en cierta manera. La semidesnuda y guapa hippie que había excitado a casi todos los escogidos con sus deseos ardorosos de pasión orgiástica yacía en el suelo mostrando las piernas tentadoramente abiertas mientras, encima de ella y con la boca hundida en su maravilloso y húmedo pubis, un afortunado extraterrestre comía aquel fruto, sorbiendo extasiado el cálido néctar de esa preciosa flor abierta.

CAPÍTULO 3: EPÍLOGO
           
Benjamín reconoció por casualidad desde su habitación la voz que sonaba por el televisor que veía su padre. De un salto se bajó de la cama, tirando el tebeo que había estado leyendo, y corrió hacia el salón.
            -¿Qué te sucede? –le preguntó el cabeza de familia, intrigado.
            -¡Calla, calla un instante! –le silenció su hijo sin delicadeza.
            -Ah, es ese tío de los marcianos. Dicen que las personas que convocó la primera vez no se ha vuelto a saber de ellas. Algunos familiares desconfían, pero la mayoría de la gente cree que se fueron al espacio de verdad. ¿Tú qué opinas?
            Benjamín no le respondió, absorto en las palabras de Milán. Ahora ya se reían menos de él y era tenido más en cuenta. Pronto sería un fenómeno de masas y lograría atraer a cientos, quizá miles, de personas. Hablaba con seguridad, vanidosamente, relatando de nuevo su traída historia y vaticinando otra próxima cita.
            -¿Te gustaría ir a ver los ovnis? –propuso su padre igual que si fuera como ir al cine.
            -Sí, papá –contestó Benjamín al segundo.

La pira


Editado en la web del Concurso de Ciencia-Ficción Novelistik (Premio Giant Films).

 
CAPÍTULO 1: LA VENIDA

            Recuerdo cuando llegaron. Todo empezó con tímidos avistamientos. Bueno, en realidad siempre habían estado ahí, desde los albores del tiempo. Pero de pronto hubo un giro espectacular, de repente se hicieron mucho más presentes, casi insolentes. Los casos de contactos se sucedieron exponencialmente. La lógica incredulidad inicial pasó a ser una curiosidad morbosa, después una moda frenética, y en el momento en que la realidad nos golpeó de frente, el fenómeno se convirtió en lo más trascendental de la Historia de la Humanidad.
            Estaban aquí, con nosotros. Sus oscuras y colosales naves llenaban el cielo, estremeciendo a la mayoría y provocando un júbilo esperanzado a una minoría en aumento. A pesar de su palpable e imponente tecnología no conseguíamos entendernos debido a la intrincada divergencia de nuestras lenguas. Ellos simplemente se mostraban solemnes, fríos, distantes... poderosos. Los Hombres, por el contrario, parecíamos ridículamente admirados y genuflexos ante su magnificencia. Les colmamos de atenciones y agasajos, pese a no estar seguros de su complacencia alienígena. Nos dejaron hacer, tolerantes ante los que podríamos haber sido su rebaño, sus esclavos o sus adoradores. Tras múltiples intentos vanos por nuestra parte de comunicarnos con ellos, al fin reaccionaron y empezaron a moverse.
            Sus denegridas y esbeltas figuras hasta casi lo imposible se desplazaban ágiles, ondulando sus níveas túnicas de manera muy estética. Entonces lo bajaron de una de sus aeronaves. Con gran gravedad, como todo lo que hacían, escoltaron el enorme féretro traslúcido que flotaba por sí solo hacia su destino. No fue en un sitio especial al parecer (aunque sí de una naturaleza muy hermosa), sencillamente las inmediaciones de donde habían posado su nave de avanzadilla, mientras los otros cientos de restantes aguardaban estáticas alrededor de la órbita terráquea.
            El hecho, lo que se asemejaba a un sepelio de uno de los suyos, fue retransmitido por todas las televisiones mundiales (y tal vez también siderales). Los seres humanos nos conmovimos por el significado aparente de ese ritual, pues era imposible contagiarse del inexistente pesar de aquellos extraterrestres. Finalmente las andas antigravitatorias se posaron en la mullida hierba, acompañadas de fieles árboles, arrulladas por un cercano río, defendidas por lejanas aunque visibles montañas, y arropadas por el inmenso cielo que ya se ruborizaba por efecto del Sol saliente. Así esperaron los Celestes (como los habían bautizado sus adeptos de La Tierra), en una especie de trance, petrificados e impertérritos ante las inclemencias del clima, el largo tiempo transcurrido, el agotamiento presumible, y las molestias ocasionadas por los impacientes asistentes.
            Todo un día permanecieron de tal modo, durmientes alrededor del cadáver de su congénere, hasta que el ocaso volvió a sonrojar el horizonte. Entonces sólo se marcharon, abandonando el sarcófago y a pesar de las protestas fastidiosas de los humanos. Ninguna fuerza pudo detenerlos. Nuestros soldados, remisos a usar sus mortales armas (sobre todo por la falta de órdenes al respecto y a la totalidad del género humano como testigo), se colgaban como graciosos monos en los ciclópeos seres, que se libraban de ellos igual que una vaca de sus moscas, con paciencia y sin daño. Terminaron entrando en su nave y cerrando las compuertas tras ellos, luego de expulsar convenientemente a algunos intrusos inevitables. El ingenio voló al encuentro de su flota, que se alejó tanto que a simple vista fue una estrella más. Los astrónomos informaban gracias a sus telescopios de que los Celestes permanecían en el Sistema Solar, como vigilantes aún de su camposanto.

CAPÍTULO 2: LA ESPERA

            Solamente quedó el ataúd con su fallecido ocupante. Era lo único que nos recordaba la presencia de ellos en nuestro planeta. Aquel tesoro se protegió de forma adecuada mediante un ejército de países aliados. Y se barajó mucho y durante bastante tiempo qué hacer con él. Los estudios científicos superficiales no dieron grandes resultados y enseguida se pensó en la profanación, en abrir la caja. "Será por el bien de la Ciencia y de la Humanidad" nos decían. Se opusieron sectores religiosos y otros humanitarios o contestatarios aduciendo valores morales. Sin embargo, conforme las naves por fin desaparecieron en la inmensidad del espacio, se perdió todo el respeto y el miedo. La zona se clausuró a los ojos del vulgo, y los militares y doctores fueron libres de experimentar y manipular a su antojo.
            Poco se sabía de la urna, salvo su borroso contenido, ciertos caracteres indescifrables que orlaban su perímetro y lo que indiscutiblemente era una llave. Se dividió el enigma en varios departamentos y no obstante se llegó a una conclusión rápida: los signos debían constituir una advertencia a semejanza de las antiguas tumbas egipcias; y la cerradura, pese a su avanzadísima tecnología, tenía fácil apertura. Era algo incongruente, inexplicable, pero cierto. Determinados sensores así lo evidenciaron e inmediatamente se dio luz verde al proyecto Pandora.
            ¿Que por qué le dieron ese nombre? Todavía no lo sé, aunque presumo que el responsable debía de tener dotes adivinatorias. Porque en el instante en que alguien trasteó dentro de la combinación, el incauto activó otro mecanismo aún más interno y escondido a posta para los probables sacrílegos. Se trataba de una bomba atómica, pero infinitamente más potente que las nuestras. Su hongo gaseoso ocupó ambos hemisferios y la terrible onda expansiva e incendiaria se propagó por todo el mundo. Y es que de eso se trataba: los Celestes contaban con la intromisión morbosa de los terrícolas para activar su pira funeraria sin remordimientos de conciencia; que fuésemos nosotros mismos quienes, desoyendo o ignorando la maldición, apretáramos el botón de nuestra destrucción. Era su costumbre enterrar a sus difuntos de esta manera, en tierra ajena, a expensas del propio albedrío y desarrollo de sus moradores, probándoles para su supervivencia, teniendo potestad ellos para influir en el exterminio de una raza inteligente y de otras innumerables especies irracionales. El fin de uno de los suyos solía significar la muerte de millones, ésa era la fastuosidad de su rito.

CAPÍTULO 3: EPÍLOGO

            Pienso en todo esto yo, uno de los escasos elegidos que conoce toda la historia por ser uno de los que tomaron la fatídica decisión de abrir la caja de los males, a la vez que mi piel se ennegrece, mi cuerpo arde y mi mente grita de dolor y pena.

El ocaso

Publicado en la Antología Poética del Primer Certamen de Poesía y Prosa Poética Aliar Ediciones.



Ascendí a los cielos,
al culmen de mis sueños;
donde estaba ella,
tan sencilla y serena.

Acurrucado a su lado,
en su calidez esponjosa,
agradecido de su abrazo,
ávido de su suave boca.

Lejos de las miradas,
excepto la suya, privada;
en un mar de penumbras,
en un océano de dudas.

Su cuerpo me emboba
y mi voz la adora.
Su corazón me responde,
mas mi mente no la oye.

Lamentos reprimidos,
rabia disimulada,
ahogo entrevisto,
lástima contagiada.

Regreso al mundo,
...mi propio averno;
le fallo de nuevo,
una vez más huyo.

Una cruda despedida helada
de amantes cariacontecidos.
A las puertas de la vil retirada,
solo, viajo hacia el abismo.