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-Ahí va otro –dijo la camarera mirando a través del empañado cristal del bar que dejaba ver la carretera.
Fran giró su taburete para darse la vuelta y pudo ver un enorme y poderoso camión que se alejaba a toda velocidad.
-Pasan a menudo y van a todo lo que pueden –continuó la apetecible empleada mientras traía a Fran una hamburguesa y una cola.
-¿Por qué tan deprisa? –preguntó antes de dar un bocado a la carne y el pan.
-Bueno –respondió ella-, estas carreteras no están muy vigiladas por la policía y los dueños de la compañía presionan un poco a sus camioneros para que lleven los pedidos lo más rápido posible. Ya sabe.
Fran no siguió hablando y, bajando la vista hacia su refresco, bebió de él un buen trago. Tras unos segundos dejó de pensar en aquellos camiones y se comió la hamburguesa.
-Ahí va otro –se dijo asimismo Fran mientras el tráiler pasaba junto a él de forma centelleante, rugiendo el motor y provocando una potente racha de viento que alborotó todavía más su pelo, de por sí siempre algo despeinado.
Aún le quedaban muchos kilómetros y una buena cantidad de horas aburridas de coche, donde lo único que le distraía un poco era el paisaje que se exhibía ante sus ojos y que últimamente había sido muy monótono. Con la radio ya lo había intentado, pero parecía que los gustos musicales de los locutores locales no coincidían nada con los suyos.
Las líneas blancas de la carretera se sucedían una tras otra a gran velocidad. Todas eran prácticamente iguales. Sólo cambiaban en su curvatura, unas veces a la izquierda, otras a la derecha. La mayor parte eran rectas y largas. Una lata.
El paisaje a ambos lados de la vía era de campo: arbustos, hierba amarilla, árboles... Nunca era el mismo, pero sí muy similar y por eso terminó igualmente aburriendo a Fran.
Tampoco circulaban demasiados coches por aquellos caminos. Casi estaba solo. De vez en cuando pasaba junto a otro de aquellos veloces camiones, pero poco más.
El deseo de pararse en cualquier sitio, de bajarse del coche y hacer alguna otra cosa le sobrevino a Fran intensamente un par de veces. El tedio le desesperaba, aunque no podía detener el viaje, le necesitaban con urgencia para realizar una gestión y había mucho dinero en juego. Inspirando profundo, se resignaba y continuaba conduciendo.
Tras un montón de kilómetros, en un momento en que el aburrimiento dejó de pesar algo a Fran, paradójicamente, vio algo que atrajo su atención en la carretera. Una niña andaba de espaldas por el arcén del lado contrario al que circulaba él. Supo que era una chiquilla porque era pequeña y en su cabeza se balanceaba una graciosa cola de caballo a cada uno de sus pasos; sin embargo no llevaba falda, sino unos menudos vaqueros. Entonces una idea le vino a Fran a la mente, una ocurrencia divertida considerando el enorme hastío por el que estaba pasando. En ese instante hizo aparecer en su rostro una sonrisa y una mirada lunáticas. Se le había ocurrido asustar a la cría, acelerando el coche en su dirección y dirigiendo los faros hacia su cuerpo. Ella giraría la vista atrás al notar la luz y el rugido del auto acercárseles cada vez más. A la sazón Fran vería su cara aterrorizada mirarle en el último segundo, y la niña saltaría a la cuneta justo antes de que su coche pasara veloz y ruidosamente por donde hasta ese tiempo ella había estado caminando. Luego Fran seguiría su viaje riendo con ganas. El divertido recuerdo de la broma le entretendría un buen trayecto.
Cambiando de marcha, dando más gas y aún conservando su loco gesto, Fran comenzó a hacer realidad su idea. El motor sonó más fuerte gradualmente mientras incrementaba la velocidad. La niña se fue haciendo más cercana. El conductor sentía cómo aumentaba su tensión, las manos le sudaban en el volante y notaba los nervios pulsar en todo su cuerpo. Saboreó mucho esta última sensación "desagradable". Cuando creyó que era la ocasión (el coche iba muy rápido), giró al carril contrario en pos de la niña. Pareció durar largamente el instante en que la pequeña continuaba de espaldas caminando sin hacer caso del coche. La potente luminosidad de los faros emblanquecía los colores de sus ropas y de su menuda figura mientras quedaban segundos para arrollarla. La ansiedad se hizo extrema en Fran. "¡Mírame! ¡Mírame y salta!", le dijo mentalmente. En ese momento, como oyéndole, la niña se detuvo y giró hacia atrás el cuerpo y la cabeza de la misma forma en que lo había soñado el morboso bromista. Los ojos de la pequeña fueron inundados por la muy cercana y amenazadora luz y, viéndolo Fran y disfrutando al límite por ello, el terror provocó en ella una grotesca mueca de pánico.
-¡Jaaaaa, ja, ja! –rió éste enérgicamente mientras, como respondiéndole, la niña gritó aterrada-. ¡Saltaaaa! –chilló el conductor en el último segundo. Pero su fantasía no se cumplió..., algo falló. Cuando debía haberse echado a la cuneta, la chiquilla no lo hizo, se quedó quieta (tal vez debido al terror o porque Fran no le dio tiempo a saltar) y el coche la golpeó muy fuerte. Justo al oír el impacto y verla salir proyectada hacia delante, el hombre se dio cuenta de que había fallado su broma y, horrorizado, pisó el freno a tope, haciendo detener el vehículo y derrapando ruidosamente varios metros por el asfalto. El cuerpo de la niña cayó y rodó con violencia aún mucho más hacia adelante. Cuando se detuvo y quedó tendida en la carretera, Fran permaneció mirándola aterrado y arrepentido durante un silencioso tiempo. Sólo podía sentirse a sí mismo respirar honda y velozmente, y la sangre latirle con una gran intensidad molesta en la nuca. Por fin reaccionó y salió del coche, raudo, en busca de la niña. Dudando, puso boca arriba el cuerpo inmóvil y entonces se horrorizó. Vio en la mirada perdida de ella que había muerto y que un lado de su (con anterioridad) angelical cara estaba destrozado, seguramente al chocar y ser arrastrada contra el pavimento.
Estaba hecho. La había asesinado. El miedo se apoderó de Fran vivamente, casi haciéndole perder el control. Las consecuencias penales de aquella burla aparecieron en su pensamiento y le hicieron olvidar a la pobre cría. Miró rápido a su alrededor por si nadie le había visto y poder huir del lugar. No circulaba ningún vehículo en aquel momento. Sin embargo y fatalmente, al otro lado, encima de un terraplén, recortado su contorno junto al de los árboles, otra niña le estaba contemplando. Fran no podía ver su rostro por la oscuridad y la lejanía, aunque sí distinguió que también llevaba el pelo recogido en una coleta. Con probabilidad era una amiga de la difunta o su hermana. El homicida involuntario se aterró, le habían descubierto, sabían que había matado y le encerrarían en la cárcel. Empezó a ir en su busca para hablarle (en ese momento no pensaba qué), pero la chiquilla pareció asustarse y corrió abajo por la vertiente opuesta del terraplén. Inmediatamente y por instinto, Fran echó a correr tras ella; al principio no sabía por qué, sin embargo cuando la vio adentrarse en el bosque y después de seguirla un rato por entre los árboles, en su mente fue creciendo la idea de que debía cogerla, evitar que le contara a alguien su asesinato..., ¡matarla!
Sí, eso haría. La liquidaría. Un crimen más no importaba cuando ya habías cometido uno. Dentro del bosque nadie se enteraría de nada. Luego volvería a su coche, se alejaría de allí y no regresaría nunca. Sí, eso haría.
Fran se introdujo rápidamente en la oscura espesura. Pasaba por entre los árboles casi rozándolos a toda velocidad y con peligro de estrellarse con alguno de ellos. Al principio y de forma impropia le recreó mucho la carrera, sintiéndose admirado de sus propios reflejos evitando troncos, ramas y raíces. Un poco más adelante se olvidó del juego porque no conseguía ver a la niña. Se detuvo uno o dos segundos varias veces escrutando desesperado a su alrededor, pero no la distinguía entre la vegetación y siguió corriendo hacia delante y abajo, siguiendo la última dirección que la vio coger. Comenzó a exasperarse y a perder la confianza en localizarla, pensó que la había perdido. Súbitamente entrevió colores distintos al verde y al negro por delante de él. De manera inconsciente siguió corriendo ahora hacia allí, y volvió a alegrarse al ver de nuevo unos cabellos sacudirse atrayentes en una cola de caballo. ¡Era ella! El cansancio que había estado sufriendo pareció casi desaparecer y Fran aumentó su velocidad, dirigiéndose hacia su pequeño blanco.
Estaba ya detrás de ella, cada vez más próxima. Casi podía oír su forzada respiración por la carrera. Unas ramas se engancharon desalmadas en su reducido jersey, lo que la obligó a detenerse un segundo para liberarse mientras su voz infantil articulaba un grito de aterrada protesta. Fran creyó que en ese instante la atraparía, pero la niña logró soltarse y continuó corriendo bosque abajo.
La persecución continuó un tiempo. Ya casi la tenía al alcance, un poco más y sería suya. De repente los árboles acabaron, pues el bosque era atravesado por una carretera. La muchacha escaló dificultosamente el arcén elevado cuando Fran la cogió del desgarrado suéter. Con un largo chillido de desesperación, ella volvió a zafarse y llegar al asfalto. El acosador continuó y arriba por fin consiguió aferrarla.
-¡Ven aquí! –le gritó mientras la giraba. Ella no opuso resistencia. Al darle la vuelta, Fran vio la mitad de su cara destrozada y se horrorizó en extremo al darse cuenta de algo. En ese momento reconoció a la niña. Era la misma de antes, la que había atropellado: el rostro desfigurado, su coleta... ¡Pero no podía ser! ¡Dejó a la chiquilla muerta en la carretera y luego vio a esta otra! A causa del parecido podría ser su hermana, pero... ¿y el semblante destrozado? Su mente no sacaba nada en claro, no tenía sentido, hasta que un pensamiento comenzó a turbarle al ver a la niña sonreír con su boca medio ensangrentada. La macabra risa se transformó en carcajada frenética. Era ella, la misma. Había regresado para vengarse y sabía que algo malo iba a ocurrirle a él, algo terrible. De pronto, como respondiendo a sus fatídicas especulaciones, un ruido de motor y una luz muy intensos surgieron en aquel sitio. Mientras la horrenda cría reía, ambos observaron uno de los enormes y raudos camiones que solían avanzar por esas carreteras, aquellos tráileres que Fran había estado viendo todo el día pasar a su lado a gran velocidad.
No podría apartarse. El colosal vehículo venía muy cerca y muy rápido. Fran supo que le aplastaría. Ésa era la venganza de la pequeña, matarle como él la había asesinado, siendo atropellado. La niña seguía desternillándose mientras el resplandor de los ominosos faros se hacía más y más cegador debido a la cercanía.
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