sábado, 29 de enero de 2011

Instinto natural

Publicado en www.aullidos.com 


Todo el laboratorio se llenó de luces y del sonido de la maquinaria funcionando. Era un caos ordenado multicolor, brillando cada bombilla con un propósito, una composición de ruidos amalgamados y todos en su justo lugar. Los científicos, ajenos por la costumbre a aquel magnífico espectáculo, iban y venían en sus tareas totalmente concentrados en el proyecto.
A una señal de asentimiento con la cabeza del doctor Miras (el director del experimento), su ayudante, Bruno, conectó el generador principal. La energía chisporroteó dentro de la cabina octaédrica, y esta vez sí miraron esperanzados y alucinados los investigadores ante la maravilla lumínica que surgía delante suyo, aunque no por ella, sino por lo que representaba, tantos sueños y tanto trabajo realizado dependían de aquel momento y aquella acción. 
Lenta y progresivamente el resplandor fue tomando la forma de una aureola que parecía recubrir una gran figura humanoide. Los científicos sonrieron satisfechos mientras la potencia llegaba al máximo previsto. La expectación también subió de manera extrema: el doctor Miras cogía con fuerza pero sin dolor la mano de su mujer Diana, la cual observaba deslumbrada el esplendor amarillo que cambiaba el color de su rostro; el doctor Quero parecía rezar mentalmente, a pesar de su reconocido ateísmo; y los ayudantes, Bruno y Alicia, apoyaban juntos los brazos en una mesa, anhelantes.
Por fin, la luz y el sonido comenzaron a menguar, esta vez con más rapidez. Los investigadores se dirigieron corriendo ilusionados y curiosos, acercándose a la cabina. La compuerta se abrió automáticamente, dejando escapar una neblina densa que impedía ver el interior del receptáculo. El equipo esperaba ansioso un resultado, en especial exitoso. De repente un cuerpo de hombre desnudo surgió de entre la niebla con pasos veloces y ligeros. Se detuvo ante los científicos que lo miraban embelesados. El hombre era magnífico: grande (rayando en la enormidad), musculoso y absolutamente bello en su masculinidad. Tenía un porte orgulloso y sublime que hacía maravillarse a quienes lo contemplaban. Por supuesto y además, su excelso atractivo y sus atributos varoniles despertaban sin remedio el deseo sexual de las dos mujeres del equipo. 
-¿Doctor Miras? –habló el Hombre haciendo salir de su estupor al grupo. Su voz tenía también poder y, al mismo tiempo, era melodiosa. 
-Sí... así es –contestó el científico de modo forzado-. Sabes quién soy, ¿verdad? 
-Claro –respondió el Hombre-, todo el proyecto está en mi mente de una forma muy precisa. Han hecho un excelente trabajo. 
El equipo sonrió satisfecho. La inteligencia superior y prematura del espécimen que habían creado artificialmente era manifiesta. Mezcla biológica y computerizada, su mente había almacenado conceptos y relaciones que sobrepasaban los de un adulto normal, incluso los de un superdotado. Faltaban por comprobar sus otras superiores características: fortaleza, resistencia, inmunidad ante las enfermedades, hipersensibilidad de los sentidos... El experimento buscaba crear al individuo perfecto, a la cumbre de la evolución, aunque esta vez era el ser humano quien ejercía de dios. Y parecían haberlo conseguido, tenían ante sí al animal inteligente supremo. 
-¿Cómo te encuentras? –se preocupó el doctor Quero por su criatura.
-Bien, bien. De hecho, me siento estupendamente, ninguna molestia, todo controlado. En mi conciencia hallo información referente a cansancio, dolor, incomodidad, que suelen soportar los hombres, pero yo no lo experimento. Me noto algo extraño por ello. 
-No tienes porqué –dijo Diana enfrentándose al gigantesco ser desnudo-. Te hemos creado así, perfecto, sin tachas. Contigo surge una nueva era. Tus genes son humanos, si bien mejorados hasta el límite. Otros como tú nos ayudarán a hacer un mundo más bueno, sin enfermedades, ni guerras. Vosotros no cometeréis nuestros errores y la Tierra será un lugar de paz. 
Sin poderlo evitar, Diana había puesto su mano en el pecho musculoso del Hombre mientras le hablaba. Éste observó el gesto de su creadora con extrañeza. Desdeñosamente se retiró de su lado, dejándola algo desconcertada. 
Paseó por entre la maquinaria del laboratorio, para luego inspeccionar con la mirada sus propios miembros poderosos. Parecía dubitativo, ajeno a la atención que despertaba en el equipo.
-He nacido de forma artificial, no soy como vosotros. ¿Cómo moriré? –habló al fin a sus hacedores.
-No lo sabemos –contestó Miras con una risita enmascarada voluntariamente, su "hijo" se hacía las mismas preguntas metafísicas que cualquier humano-. Todo depende de cómo responderá tu organismo. Si todo va bien, creemos que muchos años. Puede que para siempre, quién sabe.
El Hombre miró a su "padre" atraído por su último comentario, aunque no devolvió la sonrisa que éste le ofrecía.
Los científicos estaban sorprendidos de la rara actitud del enorme hombre. Sin embargo lo achacaban en parte a su muy reciente nacimiento tan singular. 
-¡Eres único, excelso! –trató de animarle Diana adulándolo otra vez-. Todo el camino de la evolución está en ti, eres el nivel máximo, el animal sublime. Millones de años de perfeccionamiento biológico acaban contigo. En ti se condensan todos los instintos, las facultades, las mejoras de cada especie. ¡Tú eres la razón de la vida, la meta de la existencia! 
La mujer calló con el rostro embargado de emoción. Todas sus esperanzas se depositaban en aquel nuevo ser y se notaba en sumo grado la admiración y el orgullo que sentía hacia su criatura. 
-Sí, tienes razón –dijo más para sí mismo el Hombre-. Soy superior a todos vosotros, mi raza prosperará en este planeta. Vuestra civilización será historia, ha llegado nuestra hora de reemplazaros.
Mientras los investigadores se turbaban cada vez más, el animal perfecto meditaba por un momento sus propias y últimas palabras.
-¿A qué te refieres? Tú no debes sustituirnos, has de enseñarnos el camino hacia la felicidad. De eso estás hablando, ¿verdad? –intentó corregir Bruno al recién nacido. 
-Es cierto, ahora lo veo –siguió diciéndose el ser sintético como si no le hubieran interrumpido-. Millones de generaciones de especies se engloban en mí, todos sus instintos animales salvajes fluyen en mi interior, de los cuales una ínfima parte es sólo humana. El raciocinio de los hombres es un espléndido regalo, pero solamente uno más. En mi mente predominan la satisfacción de placeres, la búsqueda de recursos y alimento, la defensa del territorio, el sexo y la procreación. ¡La sed de sangre de enemigos! 
El Hombre alzó sus enormes brazos como buscando o recibiendo la gloria. Alicia, asustada al igual que el resto de sus compañeros, retrocedía por reflejo tratando de alejarse y de hallar la protección de Bruno. 
-¡No, te equivocas! –intentó cortar el doctor Miras aquellos desatinos-. ¡Ha debido de haber un error en la información que te codificamos! ¡O tal vez tú no la has interpretado correctamente! Vamos –dijo más tranquilo ahora-, ven conmigo, hemos de hacerte algunas pruebas, intentar hallar el desacierto. Te pondrás bien –el doctor agarró la mano de su criatura para llevarlo consigo-, eres nuestra gran esperanza, no nos falles, recuerda que nosotros te hemos creado.
Por un instante el gigante se dejó dirigir, sin embargo con un fácil movimiento se liberó de su "padre".
-La falla está en ti, no has comprendido nada. La naturaleza se rige por la depredación. Un ser ocupa el puesto del otro con la muerte: voluntariamente a través de la descendencia o a la fuerza, con la caza y el asesinato. La vida es la muerte. La parca es el orden que gobierna la natura, la existencia. El animal grande se come al pequeño y una especie dominante extingue a la otra. Sólo eres basura –terminó diciendo el Hombre mientras levantaba su puño y terrible y sorprendentemente lo amartillaba contra la cabeza de su principal creador.
Ante su enorme fuerza el cráneo de Miras reventó, esparciendo sangre y sesos por los alrededores. Su cuello también se quebró con estrépito, retorciéndose de forma grotesca al tiempo que las piernas le fallaban por la desmedida presión. Todo ello provocó la muerte instantánea del doctor, a la vez que aterrorizaba y repugnaba a los demás integrantes del equipo.
Especialmente su esposa, Diana, se vio afectada por el impensado y horrible homicidio, quedándose paralizada por el miedo y la pena. El Hombre aprovechó este hecho y se dirigió a ella con velocidad, casi como un rayo, sujetando a su "madre" con una mano y arrancándole la cabeza de un monstruoso puñetazo con la otra. La testa ensangrentada y estallada voló en línea recta de manera violenta hasta chocar con los controles y quedarse incrustada.
Bruno y Alicia huyeron corriendo mientras ésta chillaba histérica y horrorizada. De nuevo a una celeridad imposible, el Hombre se interpuso entre ellos y la salida. La chica gritó aún con más fuerza. Bruno intentó golpear al gigante, pero éste detuvo su ataque triturándole la mano sin esfuerzo. Los alaridos de tortura del ayudante sólo cesaron cuando le llegó la muerte después de ser atravesado su abdomen de parte a parte por el descomunal brazo del homicida hombre nuevo.
Mientras se desembarazaba también de Alicia al aplastar despreocupadamente su cuello, haciendo reventar sus venas, sus músculos, sus huesos... fue en busca del doctor Quero, el cual había permanecido de pie en medio de la sala, presenciando con repulsión y pánico la obra del fruto de su proyecto. El Hombre avanzó hacia él de forma resuelta, con la vista fija de un cazador atacando a su presa; en su mirada había odio, furia y sed de violencia, de sangre. Era la satisfacción pretendida del placer más salvaje, animal y primitivo: la destrucción del rival, el triunfo total, la superioridad egoísta. El ente se sentía pleno ante la barbarie; el científico, por el contrario, se hundía en la desesperación, el terror y la rabia (lo único que compartían) ante aquella criatura desagradecida, malvada y asesina que tanto les había decepcionado. Quero cerró los ojos y se resignó. El neonato quedó algo frustrado por la negativa de su víctima a la huida o a presentar batalla, a hacérselo difícil y retador. Sin embargo obvió su desilusión y se deleitó con el ensañamiento mortal que dedicó a su último "padre", más lentamente, saboreando su agonía con cada golpe y cada lesión.
Sin haber sudado una gota siquiera ni notar una brizna de cansancio, el Hombre soltó como un muñeco roto el cadáver del doctor Quero ensangrentado y deshecho. Paseó entonces por el laboratorio, examinando su depravada obra. Vio los cuerpos mutilados y destrozados y se enorgulleció de su victoria, aunque hubiese sido tremendamente fácil. Frotó con placer la sangre ajena que manchaba su propia figura y se sintió por entero colmado durante un momento. No obstante el silencio de la gran sala hizo que le sobreviniera la incertidumbre. Tras paladear sin fruición y extrañado la sensación, se preguntó por qué experimentaba aquello. Se dio cuenta de que estaba solo en ese lugar, por voluntad propia, pero se vio tristemente solitario. "¿Era correcto lo que había hecho?" se preguntó con un asomo de arrepentimiento. Al fin y al cabo ellos le habían creado y le habían amado a priori. Valoró de modo transitorio estos pensamientos, no obstante de nuevo salió de él el animal que llevaba dentro. La mujer de Miras lo había dicho: él era el elegido, él tenía todas las claves; a partir de él, el mundo se regiría bajo sus designios. Su raza sería la predominante y reprimiría a los demás organismos. En ese instante una chispa se encendió en su mente. Surgió de sí otro instinto primigenio que había olvidado en favor de la sed de sangre: la reproducción, el sexo, la libídine. Se percató de que para él era imposible procrear sin una hembra de su especie y se desesperó fugazmente. Desvió entonces la mirada, sonriendo a la maquinaria del laboratorio. De entre los muchísimos conocimientos que le habían codificado sus creadores estaban también los referentes al funcionamiento y proceso del experimento que le había originado a sí mismo.
Entonces soñó. Se imaginó trabajando en los controles, dando forma a otro ser como él. Sólo cambiaría una cosa, los genes sexuales: en vez de XY, programaría XX. Soñó con la Mujer, su compañera, con sus mismas ideas y motivaciones, su gemela casi idéntica. Fantaseó con su cuerpo, perfecto, maravillosamente atractivo en su feminidad; imaginó su bello rostro, sus preciosos ojos, su boca sensual. Soñó con su amor, con un afecto recíproco. Se vio haciéndolo con ella, gozando de su cuerpo y de su piel, de sus labios y de sus zonas íntimas y erógenas. La felicidad se le reflejó de manera intensa en el rostro, planeando un futuro de cariño en común, una vida conviviendo y compartiéndolo todo: proyectos, poder, ¡hijos! ¡Sus amados descendientes! Los científicos también le habían imbuido del afecto filial. Los quería con pasión aun antes de nacer y conocerlos. El Hombre se dejó llevar por el goce de experimentar esos sentimientos, completamente embelesado.
Se dispuso a trabajar de modo febril, sin pausas, tal era su poder de concentración mental y su resistencia física. Incluso a la vez podía permitirse seguir imaginando sus planes de conquista junto a sus próximos hermanos, subyugando a los hombres, destruyendo su civilización. Anhelaba de nuevo la sangre, la violencia, el padecimiento y el miedo de sus enemigos. Volvió asimismo la duda, y una conciencia y remordimientos humanos molestaron su disfrute. ¿Era malo lo que pretendía? ¿Era negativo que su especie prosperara a costa de otros? Terminó deduciendo que no, que la maldad y la bondad no eran definibles con entera exactitud, que dependían del punto de vista en el que se basaran. Lo que era bueno para unos era malo para otros y al contrario. Aunque hubiera tratado de vivir en paz con los hombres, quizás hubiesen sido ellos quienes hubieran intentado exterminarle, por miedo, envidia o incomprensión, qué más da. Convencido al fin, siguió con su tarea, recreándose en lo trascendental que podía llegar a ser un solo ser para la Historia de todo un mundo.

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